viernes, 17 de junio de 2011

El salvador...

Con los pies descalzos entraba a la ciudad, no tenía ni idea de lo que iba a acontecer en los siguientes días. Eran aproximadamente las tres de la mañana, el frio se podía notar en la respiración de cada una de las personas que se encontraba en las faldas de la colina.
   -¿Qué sucede aquí?
   -No lo sé.
   -¿Qué es lo que todos miran?
   -Tampoco lo sé.
   Jessica era una mujer de ciencia, médica de labor y hace dos días que la habían mandado a las afueras de la ciudad a investigar acerca de una nueva enfermedad que surgía alarmantemente en los pueblos subdesarrollados. Desde su llegada la situación del lugar le había parecido extraña, obviamente algo estaba ocurriendo, nada bueno, eso era seguro.
   -¿Logras ver algo?
   -No, y todo esto me está poniendo nervioso, ¿qué es lo que miran allá arriba?
   -¿Esperaran algo?
   -Vaya… Dios quiera que no -la voz que intentaba encontrar respuesta a la doctora se notaba angustiada. Alberto era un joven fraile mandado por alguna orden religiosa a profesar la palabra de Dios entre las víctimas de esta nueva enfermedad-.
   Una luz crecía en lo alto de la colina, una figura antropomórfica se alcanzaba a ver desde donde todos estaban. Cada uno, entre aplausos y gritos eufóricos anunciaban la llegada de un salvador. Jessica y Alberto trataban de agudizar la vista, no era la obscuridad o el sueño que sentían lo que les impedía hacerse una imagen del suceso, sino que la luz de aquella figura que se acercaba era demasiado intensa.
   -¿Salvador?
   -Esto no puede estar pasando.
   ¿Qué era lo que ocurría? Ninguno de los dos personajes foráneos se explicaba lo que presenciaba, la ciencia no podía explicar algo como eso y la religión, aún con el misticismo a su favor, tenía sus dudas al respecto. Era un hombre el que bajaba desde lo alto de la colina, venia descalzo y la luz que traía consigo disminuía de intensidad a cada paso.
   -Dios… -la expresión de la doctora no se refería meramente a la religión, sino que era una simple muestra de pura incomprensión. Se hizo a un lado con cierto nerviosismo cuando el misterioso hombre se atravesó entre ella y el fraile- ¿lo has visto?
   -Sí, pero esto no pinta nada bien.
   -¿Qué dices? Creí que…
   -La gente cree muchas cosas, yo creí que personas como tú no creían.
   El hombre que había descendido de la colina se abrió paso entre la multitud hasta la tienda destinada a los más enfermos, todos los presentes estarían en presencia de lo que sería un verdadero milagro.
   -No me digas que…
   Las palabras de la doctora no alcanzaron a expresar lo que querían, un hombre, diferente al que había entrado segundos antes, salía de la tienda si ninguna marca de ni rastro de la enfermedad.
   -¡Ven! Vamos… -tomándola de la mano Alberto se encamino rápidamente hasta la tienda para ser testigo de lo que pasaba- no puede ser…
   Lo que estaban viendo no tenía nombre, cada uno de los enfermos estaba fuera de su yacija, amontonados en el centro, comiéndose al supuesto salvador.

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