martes, 7 de diciembre de 2010

Con la piel erizada...

Ocurre que entras felizmente al salón de clases un lunes después de un maravilloso fin de semana y esperas que, el chico que se sentó a tu lado voltee a hacia donde estas y te devuelva la pluma que le prestaste el viernes, sonríes porque casualmente olvidaste pedirle. Respiras  hondamente y fantaseas con el inicio de una charla que probablemente acabe en una invitación a salir, o al menos eso imaginas. Pasan los quince minutos de tolerancia, el profesor de matemáticas V, que es un pervertido con las alumnas del frente cierra la puerta y cuando va de regreso mira lujuriosamente las piernas que se dejan ver, te alegras de estar hasta atrás, aún cuando en ocasiones no escuchas bien la explicación del tema y eso se refleja en el marcador rojo que indica un cuatro de calificación si bien te va. Finges estornudar creyendo que aquel chico que roba tu atención vuelva hacia ti y dirija unas palabras respetuosas; “salud”, pero no escuchas más que el relajo de unos cuantos de tus compañeros y la aguardentosa voz del maestro que indica la fecha de los exámenes finales. Has bajado la mirada e inclinas un poco la cabeza. Salud, escuchas después de un rato de haber hecho una trompetilla con tu nariz, miras sonrientemente al chico y te das cuenta de que no ha sido el, buscas con la mirada a quien devolver la cortesía, pero nada. Sientes una mano amiga en tu hombro, es tu mejor amiga que se divierte con tu desorientado sentido y vuelve a decir “salud”. La miras detenidamente y resuelves la situación diciendo gracias, excusando tu situación, le cuentas del chicho y de la desesperación que tienes porque te hable, que sepa de tu existencia, que sepa cuanto es lo que lo deseas y quieres. Estas a punto de llorar, te sientes como una persona discapacitada, siendo la única a quien nadie está dispuesto a cederte el asiento en el transporte. Tu amiga dice que te entiende, que pasa por lo mismo, pero quizá de forma diferente y te besa la mejilla justificándose con que no te ha saludado.
  Después de una fallida clase, tomas valor y ligeramente rozas su hombro, tu voz alcanza a salir, pero no lo suficientemente fuerte para que te escuche, se ha marchado, junto con tu pluma del viernes.
  Descansas en un solitario lugar, tratando de escribirle algo de poesía:
  -Con la piel erizada…- 
 “Con la piel erizada busco y perezco,
     ayer en las sombras y hoy en sus cosas.
     Llamando al dolor de sus loas,
     encontrando mal y a quien no merezco.”
  Qué es lo que haces? Pregunta tu amiga que curiosa busca el sentido en tu cuaderno y para no hacer de una lucha amistosa algo molesto decides mostrarle las líneas que has escrito. Ella se sorprende y dice que le encanta, que le gusta mucho como escribes. Tú sabes que no es ni siquiera bueno, pero que es lo que sientes es ese momento. Ya está próxima la siguiente clase y vas de la mano de tu amiga, pasas por los salones de años mayores y se escucha una rechifla: ”guapas! Cuánto cobran preciosas?!”, no les molesta y pasan de largo. Ya en el salón de la siguiente clase le sueltas la mano y lo localizas sentado ahí en el centro, rodeado de sus amigos, sin ningún lugar donde puedas sentarte cerca de él, así que te conformas con un lugar después de un amigo suyo. Escuchas atentamente su plática, hablan de mujeres y sientes eso como un rechazo, como un golpe directo que te noquea. La clase termina, ya ha pasado mucho tiempo y la decisión es firme, tienes que ir hasta él y decirle lo que sientes, pero al levantarte te sujetan fuerte de la manga de la blusa, es tu amiga, las palabras se le traban y después de un rato resuelve diciendo que te quiere, que siempre lo ha hecho y que siente raro su lesbianismo. Callas, no sabes qué decir a eso, le pides disculpas y le dices que no eres así. Escuchas su llanto aún a la distancia, pero ya nada importa, él tiene que saber lo que te sucede. Ya frente a él, te mira extraño y pregunta que qué quieres, no respondes, sólo haces que se levante y lo besas con una pasión que nace del valor que te recorre. El mundo se detiene, todos los estudiantes y profesores miran inquisitivos, como petrificados, pero el mundo vuelve a andar porque te empuja hacia atrás, sin parar de decir groserías, tú respondes que lo quieres, que es todo para ti y eso no hace más que agravar la situación ya que te golpea y caes al suelo, desmayado. El mundo se ha detenido de nuevo.