martes, 26 de abril de 2011

Otro cuento corto para dormir...

Entre la sala y la cocina hay un pasillo de color azul, espacio pequeño y cuadrado, de un metro de ancho por uno de largo en donde Joselin solía sentarse y pensar antes de la hora de comer, siempre con las rodillas flexionadas y los brazos abrazándolas, divagaba sobre la vida, sobre la muerte, sobre todo lo que se pudiere imaginar como una posible en su realidad y en la mía para después hacer unas preguntas mientras yo cocinaba. ¿Crees que si cambiamos el color de este pasillo cambiaria mi forma de pensar? Pregunto una vez, no sabía que responder, pero en mi indecisión sobre lo que prepararía esa tarde para la cena hizo que me detuviera un segundo a meditar sobre su pregunta, me lleve la mano a la barbilla para que mis dedos acariciaran la poca barba que me crecía y respondí que era muy probable, que el color puede inspirarnos ciertas cosas y cambiar nuestro estado de ánimo, que me mirara a mí y a cada una de las veces que entraba a la recamara, mi expresión usualmente denotaba angustia al ver ese tono amarillo que había elegido para la decoración. Hubo un silencio, al encontrarme solo en la cocina parecía que no hablaba con nadie y desde el pasillo obtuve la certeza de que no estaba loco, Joselin mencionaba que quizá tenía razón, pero que habría que probar esa teoría algún día cambiándole el color al pasillo y que yo tenía la culpa por haberle dicho que decorara como ella quisiere. Ay el amor, vuelve ciega a las personas y no del todo, porque ahora uno tiene que soportar aquel color amarillo en la habitación cada vez que va a dormir. De nuevo el silencio se hizo presente, un mutismo que se rompió con el crujir de mi estomago, aún no comíamos y todavía no había decidido que iba cocinar. ¿Pollo o pescado? Le pregunté a la mujer sentada en el pasillo de color azul que estaba entre la sala y la cocina. Joselin asomó la cabeza y sonriente dijo que la sorprendiera.
  Hoy ya nadie prepara de comer, de desayunar o de cenar, Joselin ya no vive aquí y ahora no hay quien interrumpa mi apresurado paso de la sala a la cocina en busca de latas de leche para preparar unas cuantas mamilas que la pequeña Jimena tanto me pide, es una niña de dos años de edad y ya me hace preguntas como las de su madre.  
  Una noche, en la televisión pasaba un programa de un concierto de la orquesta sinfónica de Rusia, una pieza del maestro S. Rachmaninov comenzaba y la voz aguda de la pequeña niña se escuchaba con claridad, exigía un poco de leche y que le contara un cuento corto para dormir, me levante del sillón dejando a un lado todo el papeleo del trabajo y me asomé al cuarto amarillo en donde Jimena se encontraba acostada y cubierta por una cobija azul, cubierta por solo la mitad del cuerpo, le dije que en un momento y le mande un beso al que ella respondió con una sonrisa. Tres onzas de agua con tres y media de leche, como le gustaba, era lo único que prepara en la cocina desde hace ya tiempo y al llevársela le pregunté que qué cuento quería que le leyera esta vez. “Mujer, de todas las muertes mi preferida…” dijo y yo no le había entendido en primera instancia, después recordé que existía un pequeño libro que le había regalado un tal Camargo a Joselin tiempo atrás y efectivamente, aún estaba en el librero, envuelto en una tela de color negro, lo saqué de su lugar y busque en el índice el cuento que me pedía la pequeña y se encontraba en la página 28 junto con la fecha en que se había escrito, 13 de diciembre del 2010, eran pocas líneas ya que terminaba en la siguiente página, como la mayoría de los relatos que contenía el regalo, solo un texto, que parecía una novela corta representaba la mitad del libro y era lo que le daba grosor al volumen.
  Mujer, de todas las muertes mi preferida,
con el alma desnuda, con la apagada sombra.
Si siendo de forma dolora o grata,
que seas tú, quien se lleve mi alma ennegrecida…
  El teléfono suena, es la muerte o al menos una sensual voz que dice ser ella. Me ha invitado a cenar, dice que usara un vestido rojo para que la reconozca cuando entre al lugar dicho…
  Al terminar de leer Jimena estaba dormida, aún sostenía la vacía mamila contra su boca, devolví el libro a su lugar en el librero, cogí la mamila y pensé que sería mejor que preparase otra para el instante en que volviere a despertar, que sería en una o dos horas. Cruce por la sala y entre en el pequeño pasillo, estaba pintado de negro, el ultimo color que tuvo antes de que Joselin se fuera de la casa, la nostalgia me invadía cada vez que pasaba por ahí y esta vez, por una extraña sensación decidí sentarme con las rodillas flexionadas, pensaba y divagaba en una sola pregunta: ¿sería el color el culpable de que se marchase? No tuve mucho tiempo para reflexionar, una voz aguda desde el cuarto amarillo exigía un poco de leche y otro cuento para dormir. Tenía ganas de cocinar…