miércoles, 13 de abril de 2011

La Habana...

Hoy, o más precisamente ayer me encontraba pensando, pensando y bebiendo café en un lugar llamado “La Habana”, café muy agradable y de excelente gusto al igual que mi compañía, quien había previsto una cita para una serie de preguntas, lo cual a mi me aterraba, siempre he tenido miedo de las preguntas en exceso, me siento como en un interrogatorio sin saber cuáles serán las repercusiones de mis repensadas respuestas. Estefanía quería saber detalles de mis escritos (si no lo dije antes es porque suponía que ya todos sabían (al menos los que me conocen) que me dedico a escribir), había pedido un Habana Oreo (un enorme vaso de café coronado por una galleta Oreo en la cima de la crema batida) para hacer, igual que ella conmigo, compañía a mi solitario capuchino aún sin azúcar que yacía solitario sobre un mantel con propaganda de una medicina, paracetamol me parece, cosa que me quito el apetito o al menos el antojo del mismo café. Las preguntas no se hicieron esperar: “¿para qué o por qué escribía?, ¿desde cuándo lo hacía?, ¿cuáles eran mis corrientes literarias predominantes?, ¿cuál era mi inspiración?, ¿si me agradaba escribir de ciertas formas?” entre muchas otras que ahora no recuerdo. La situación estaba algo tensa, al menos por mi parte, sentimientos encontrados permanecían volátiles sobre nosotros en la pequeña mesa cuadrada, ganando espacio por sobre todo el lugar, haciendo que mis manos empezaran a ganar protagonismo ante mi mutismo verbal. ¿Qué podía hacer, qué respuesta debería dar? Habían sido muchas preguntas soltadas a diestra y siniestra sin más, me sentía presionado, mis manos comenzaban a jugar con las servilletas y con el mantel, deshaciéndolo y formando figuras sin forma aparente y ahora me encontraba frente a ella, frente a un viejo amor que sabía que siempre me había sido y aún me parece y parecerá grato intercambiar comentario, experiencias y diversas obras de diversos temas. -Sabes, es increíble-, comencé a hablar y a encaminar mi pensamiento en articuladas frases al principio temerosas, pero que después tomarían fuerza y direcciones adecuadas, -ciertamente no sé por qué pregunta comenzar- y deje ver una leve sonrisa para dejar apenas perceptibles los brackets de mis dientes. Ambos reímos un poco, quizá había sido un principio bastante presuroso, pero después de unos sorbos de café la plática tomó matices más amenos que recordaban un pasado ya distante. Volvimos un poco en el tiempo, ahora cada pregunta que Estefanía me planteaba venia asociada de varios comentarios acertados e interesantes acerca de la redacción, la ortografía, el manejo de tiempos, la propiedad de mi habla, el significado del texto entre otros que ella misma se tomaba  la libertad en responder, yo solo me quedaba callado un poco, esperando mi turno para hacer alguna aportación a aquella conversación que ahora sería de tres; ella, ella hablando por mí y yo en escena.
  Todo transcurría de buena manera, el café se había terminado y la amable mesera, una señora ya de algunos años que nos atendía no dejaba de mirarnos, se acercaba en ocasiones para ofrecernos algo más o simplemente para recoger los vasos ahora vacios o quizá esperando a que ya nos retiráramos tras haber pasado tres horas ocupando un lugar. -¿Cómo escribes una historia?- preguntó ella sugiriendo en su tono un próximo final al interrogatorio. –Imaginemos- resolví, -digamos pues, que en este momento, que pasamos toda la mañana con un solo café, cosa común que puede suscitarse en muchas ocasiones y con diferentes protagonistas <<obviamente no me parecía común la escena>> lo tomamos como base para un futuro texto, entonces imaginemos que imaginamos que estamos aquí, bebiendo un café y de repente llega un hombre encapuchado, bueno, con un pasamontañas como aquel motociclista que está tras la ventana y entonces entra con un arma pidiendo todo el dinero del lugar y amenazando con asesinar a todos si alguien se mueve, entonces cabe la posibilidad de que nadie se mueva, nos despojen de las cosas de valor y se vaya tranquilamente sin hacer mayor daño que un susto o… puede que en un afán de hacer más interesante la historia nosotros dos nos movamos presurosamente antes de que termine de amenazar y nos escondamos en el baño de damas, donde por azares del destino, unos despistados jóvenes apasionados no tengan conocimiento de la situación y solo se están preocupando por donde tiene cada uno las manos y los labios, entonces entramos, nos percatamos de que no estamos solos dentro del baño de damas y nos agazapemos bajo el lavabo sin hacer ruido, para no interrumpir a la pareja y no ser descubiertos y esperar a que se calme todo allá afuera y poder salir sin menor riesgo. Pasan unos minutos y parece que el café vuelve a su habitual pero una poca espantada acústica, no hay peligro ya, pero el ladrón hubo decidido llevarse mi capuchino y ahora yo no pienso pagar por él y fin- terminé el relato con una sonrisa y el escepticismo de una futura aprobación. Era hora de irnos, Estefanía solo menciono que ojala y no pasa algo así y pedimos la cuenta.
  Íbamos de camino a casa, ella se venía quejando de su mala visión y de todo el problema consecuente y yo venía callado, pensando. -¿En qué piensas?- dijo ella al notarme dubitativo. Yo iba pensando que a veces tenía pensamientos un tanto misántropos, ¿qué caso tendría pelear por los derechos humanos y los izquierdos de la misma raza?, pero no lo dije, solo mencione que le había faltado azúcar a mi café.