miércoles, 10 de noviembre de 2010

Una taza de té...

Descuidamos lo que de verdad nos importaba, una taza de té. Cansados de caminar por las orillas del universo nos detuvimos en uno de los bordes, colgamos los pies en la nada y creímos ver el principio de todo, un paraíso a la vista, sonidos que se perdían en nuestras pupilas, colores que tenían una gran gama de sabores y hasta un hombre de tez sabia que se nos asemejaba a Dios. El viento era cálido, el cielo era estrellado y un hoyo negro nos llamaba magnéticamente. Seres extraños en naves luminosas preguntaban direcciones, a algunos les dábamos orientación mientras que a otros les poníamos cara de confusión y reíamos cuando estos se marchaban. Todo iba bien, pero el tiempo se nos acababa y tendríamos que desandar nuestro camino. Era como un sueño, el recorrer tierras más allá de nuestra imaginación. Decidimos hacer una última parada, nos detuvimos en unos campos blancos y comenzamos a apilar sueños para calentar un poco de agua. La tetera de porcelana obscura hacia su trabajo, ahora sólo faltaba el sabor, ella traía notas musicales en una pequeña bolsa de cuero, yo sólo unos cuantos recuerdos.
  Pasaron unos minutos y el té ya estaba listo, servimos dos tazas del sublime líquido y pasamos el tiempo que nos quedaba viéndonos a los ojos, intentando comprender el alma de cada uno de los dos mientras bebíamos sorbo a sorbo un poco de nuestra vida.