miércoles, 9 de marzo de 2011

La casa Feicht...

“Querido Emiliano:
  Los desafortunados sucesos que acontecieron ayer tienen una muy simple y sencilla explicación. Verás, después de encontrar tu diario postrado en el escritorio de mi alcoba luché, de verdad luché porque no se leyera ni una de tus páginas, comparto la idea de que un escrito personal no debe ser profanado, el sacrilegio que se cometió en tu contra tenía y no motivos para dar al hecho fulminante de ayer. Teníamos por lo menos que ver una hoja, una sola hoja y ahora sé que estuvo mal. Todo salió mal y lo siento de verdad…”
  Era de noche en la casa Feicht, serían las once de la noche cuando termine de escribir la carta, no esperaba que la recibiera el menor de los Feicht, pero me servía como consuelo el desahogarme de esta forma. El tintero estaba a punto de terminarse, así que al frente del sobre que albergaría la carta hice uso de toda la tinta restante para hacer aquel extraño jeroglífico que se encontraba en un alto relieve de tu cuadernillo de piel. La luz se extinguía junto con el petróleo de la lámpara, se apagaba, y yo me apagaba con ella. La lluvia comenzó a hacerse presente, marcando un compás acústico de ritmo semilento, muy tranquilo con lo que mis ojos no podían luchar abiertos.
  Un estruendo en la planta baja de la casa hizo que me despertara súbitamente, las hojas del escritorio cayeron al piso, el ruido provenía debajo de mi cuarto, un aterrador chirrido, como de dos maderas que se frotan con violencia y de pronto un sonido aun más fuerte, sentí que todo el piso de madera se iba a venir abajo, era como si tronara la casa, esperando de un momento a otro para demolerse dejándome sepultada junto con todas las pertenencias. Mis nervios se estaban destrozando a cada segundo, la tensión que se sentía en ese momento era indescriptible, todo estaba sumergido en una obscuridad que albergaba un olor fétido. Revisé la lámpara antes de decidirme a aventurarme a bajar, no tenía ya combustible para encender y las reservas de petróleo estaban en el sótano, lugar donde Emiliano se encerraba durante las noches de luna menguante, nadie sabía sus motivos de claustro, pero nos hacíamos la idea de que era algo malo, algo de una maldad inimaginable.
  Al bajar las escaleras noté una sensación que se percibía rara en el ambiente, ya no llovía, ya no se escuchaba el crujir de la madera y ningún otro ruido, era un silencio absoluto, lo cual era extraño, ya que la noche siempre albergaba ruidos por más mínimo que fuesen, de algún animal salvaje en las afueras, el movimiento de las ramas de los arboles meneadas por el viento, pero en ese momento no se escuchaba completamente nada, sólo quedaba ese extraño olor. La angustia y el terror comenzaban a apoderarse cada vez más de mí, mi corazón latía a un ritmo acelerado y mis nervios me hacían caminar tambaleándome. Fue una suerte terminar mí recorrido por las viejas escaleras, ahora el problema sería recorrer la enorme sala, pasar por el pasillo, entrar a la bodega y por fin descender al sótano donde se encontraba el combustible para la lámpara. Con las manos por delante, tanteaba las paredes como las recordaba, una que otra vez tropecé con objetos que no reconocí y en ocasiones golpeaba con la lámpara objetos que caían al suelo rompiendo el silencio fúnebre por momentos.
  El camino se me estaba haciendo eterno e iba atravesando el enorme pasillo cuando risas incontrolables se escuchaban al final del recorrido, era un canto maldito, pero no podía desistir de mi tarea, llenar de luz, al menos un espacio de la casa, no quería que se repitiera aquel acontecimiento que marco a Emiliano de por vida, a él y a todos los que estábamos en ese momento. Las risas se escuchaban con mayor fuerza a cada paso que daba, pero también se oían diferentes, como chillidos de ratas, de miles de ellas al sentir que mueren. Abrí la última puerta del pasillo, donde estaría la bodega quizá ahí había un poco de petróleo guardado. Nada, la casa pedía que fuera hasta el sótano si es que quería salvarla.
  Al abrir el enorme cerrojo de una vieja puerta con el mismo grabado del diario de Emiliano, vino a mi mente aquella noche y el exacto momento del desfortunio, a pesar de que no lograba ver mucho, las imágenes vislumbraban aquel lugar de muerte claramente. Sin tropezar con cualquier objeto llegue hasta la reserva de petróleo, me apresuré a verter un poco en la lámpara y la encendí tan pronto como pude, Emiliano siempre guardaba cerillos cerca de la reserva, algunos estaba húmedos y no servían, comenzaba a desesperar y por uno encendió dando lugar a iluminar una buena parte de aquel cuarto, no duró mucho prendida ya que cayó de mis manos al verme sorprendida por lo que presenciaba en ese mismo instante. La lámpara había impactado contra el húmedo piso, dejando una pequeña llama que iluminaba cada vez menos. Todo estaba como aquella noche, acomodado de la misma forma para el infernal ritual, no sabíamos lo que Emiliano había invocado esa noche hasta que revisamos su diario en un descuido. Las paredes estaban manchadas de una sustancia purpurea, de la cual se emanaba una fetidez como la que antes había percibido, estaba al borde de un infarto y las risas de antes comenzaban a vacilar en un tono casi silencioso, la luz iba desapareciendo más rápido, eran segundo los que me quedaban.
  “…discúlpanos Emiliano, queríamos evitar todo esto, deteniéndote en una noche así como luce esta, de luna menguante y de olor a muerte, sabíamos lo que planeabas por tus escritos y no pudimos lograr nuestro cometido, yo fui la única que se salvo aquella noche, el recuerdo de tus dos hermanos y de tu madre aun me persiguen como fantasmas. Cómo pudiste, cómo no pudimos, lo siento Emiliano, quizá nos veamos pronto.
Tuya, Leonor.”
  Ya no hay luz y las risas se convirtieron en temibles chillidos, el piso se mueve y el techo se ve iluminado como con luz de luna, esta tu símbolo y me está jalando sabe Dios a qué lugar, puedo ver cosas impensables en este mundo, paisajes que no nos pertenecen, señales  que no comprendo y unos ojos amarillos que me miran, como lo hacían los tuyos.