miércoles, 1 de diciembre de 2010

A lo lejos se escuchaba el tranquilo inicio del invierno, mi pieza favorita del año...

Como sombras en las cuatro paredes acuden ellos, cuando los llamo. La locura no fue producto de una noche para otra y la sangre, menos. A lo lejos se escuchaba el tranquilo inicio del invierno, mi pieza favorita del año. Y son ellos, quienes observan desde dentro, los que aguardan el momento justo para salir de su escondite con mascaras blancas, como arlequines, como figuras de porcelana sin vida que desean bailar. Uno me toma por la cintura y coge mi mano, damos vueltas por la sombría habitación, clama mi nombre sin conocerlo y yo me abrazo fuertemente contra su pecho, lo que causa que vayamos más lento, como a mí me agrada. A la par del movimiento el cuarto comienza a inundarse, a llenarse de tinta roja que me hace resbalar a cada paso que doy, pero él sigue como si nada, bailando. La tregua se da un instante cuando lo suelto, parece sorprenderse, pero me sujeta de nuevo y con mayor fuerza, logro zafarme y lo abofeteo enérgicamente. Al borde del llanto le explico que no puedo bailar más, que el piso no me lo permite, no hace caso y la tregua cede ante su fuerza, giramos aun más rápido por todos lados, mi cuerpo se ve azotado contra las paredes del pensamiento, en las calmas de la pieza de invierno. Todo es descontrol, ellos ríen y yo con ellos, siento que la viscosidad del piso me ahoga, me llega hasta el cuello y ya no quiero bailar. Ya no hay tiempo y él me sigue agitando levantada ya del suelo, la tinta nos ha cubierto y como en el espacio o en una alberca nuestros pies flotan ensoñados,  dirigiéndose al infinito y muy probablemente al trágico final. Los que observaban el espectáculo se aproximaban para arrebatarme de los brazos de uno y de otro, todos querían bailar y cada vez más rápido. Desfallecía, mi roja visión se opacaba a cada momento y un dolor punzante recorría como una intravenosa por todo mi cuerpo, abandonándome de esté.
  Después de unas horas desperté mareada en la cama de la habitacion del hospital psiquiátrico, cubierta de sangre y amarrada como de costumbre. El inicio del invierno de nuevo se comenzaba a escuchar a lo lejos, ellos observaban desde dentro, querían bailar.