jueves, 25 de noviembre de 2010

A veces desearía que pudieras mentirme...

A veces desearía que pudieras mentirme. Es tarde, el religioso terminaba su último pasaje para concluir la boda, estaba sola, estaba triste. El beso dio por terminado el maravilloso compromiso entre dos personas, la felicidad de mi hermana hacia más bello el altar y yo lo ensombrecía. El arroz no hizo falta al ver pasar corriendo a la feliz pareja, los invitados salían atrás de ellos, esperaba que todos se fueran, no quería que vieran una cara decepcionada en el jolgorio que se aproximaba. Una cálida mano descanso en mi hombro, voltee con una sonría para poder verte, pero eran mis padres que me comentaban lo orgullosos que se sentían, fue difícil soportar la sonrisa, era tan forzada, tan pesada que creí por un momento que me soltaría a llorar en ese momento, estuvo cerca, mis padres había dado media vuelta y se dirigían fantasiosamente tomados de la mano hacia fuera. Sola, ya en el eco del silencio lo vi recargado en la entrada, estaba furiosa, me había olvidado o quizá venia para rescatarme. Me dirigí con paso firme hacia donde se encontraba, no pensaba cruzar palabra con él por un buen rato, pero obstaculizo mi avance, sus brazos me rodeaban y sus labios apenas si rozaban mi oreja al pronunciar unas palabras: “lo siento”. Con mis manos sobre su pecho y la mirada levantada, casi cristalina, estaba dispuesta a perdonarlo. Callé. Una vez más podía ver su pensamiento escrito en toda su frente: “De verdad lo siento, pero no puedo decirte la verdad, me moriría si te perdiese”. Por qué habría pensado algo como eso, yo no esperaba que, al poder leer su pensamiento tendría tantas complicaciones, al principio me presentaba una ventaja sobre el, pero ahora ya no lo quería. Pasa algo cariño? Pregunte sin más, el no respondió, pero su frente y todo su lenguaje corporal me decía otra cosa: “lo siento, te he vuelto a engañar y por eso llegue tarde”. No, todo está bien preciosa, es sólo que estoy algo cansado del trabajo respondió. Con las fuerzas que me quedaban le sonreí, lo abracé y lo besé ligeramente en la mejilla, lo siento, dijo de nuevo.
  Ya en la recepción, mi tristeza había disminuido y el cansancio iba tomando lugar, estábamos los dos sentados en una mesa junto a la de la pareja recién casada, mis padres estaban junto a nosotros y preguntaban cuando nos tocaría el turno de contraer nupcias, él le sonreía a mi madre y comentaba que esperaba fuere pronto, mientras en su frente se dibujaba una frase que me dolía mucho: “no sé cuanto más durará esto señora”, entrelazo su mano con la mía y me beso levemente los labios. Mi agonía estaba bien disfrazada, me levante de la mesa y me disculpe diciendo que tenía que ir al tocador. Lavaba mi rostro, por suerte nunca usaba maquillaje, cuando alcé mi cara para verme en el espejo, mis lagrimas se confundían con el agua que bañaba mi rostro, dos mujeres entraron sin percatarse de mí, yo me encerré en uno de los baños, no quería que me vieran de esa forma, una de las mujeres empezó una conversación un poco indiscreta, le contaba a la otra acerca de sus aventuras sexuales, le confesaba que hoy, antes de la boda, había conocido a un hombre maravilloso que le hizo el amor en una de las capillas de fuera de la iglesia, la otra, que escuchaba atentamente la adulaba y le decía lisonjas con el fin de que siguiera con su relato, yo oía atentamente ya que en una parte del relato note que el hombre del que hablaban eras tú.
  Al regresar a la mesa, después de esa nefasta experiencia pregunte a la vez que me sentaba; una capilla? Disculpa?, respondiste enseguida, pero tu pensamiento se dibujaba de nuevo: “te has enterado?, cómo lo sabes?”. Mi madre intervino preguntando de qué era de lo que hablaba, de nada solté y volví a sonreír.
  La fiesta estaba en un punto climático, entre la bebida y el baile te habías perdido de mi vista, estabas tocándola al son de un danzón, la mirabas a los ojos con un deseo encarnecido, a la misma que había revelado tu pecado mientras se lavaba las manos. No estaba dispuesta a soportarlo ni un minuto más, me levante de la mesa y me encamine hacia donde estabas, me detuve frente a ti, estaba paralizada, no respiraba, no sentía nada, no podía ya nada. En tu frente la frase de “te amo” acababa conmigo y tus ojos cerrados no se percataban.