jueves, 28 de abril de 2011

La calma...

¡Cállate la boca y arrójate de una maldita vez al hoyo! Pequeño hombrecillo de mierda, grito Mariola con ese tono argentino que le caracterizaba desde la sala, estaba viendo uno de esos programas en donde la gente consigue dinero a costa de su dignidad, siempre le habían gustado ese tipo concursos televisivos, aún cuando la mayoría del tiempo se terminaba perdiendo en más comerciales que en otra cosa, constantes ofrecimientos de remedios milagro para adelgazar y moldear la figura como cualquier modelo de pasarelas francesas, aparatos electrodomésticos que servían para ahorrar tiempo de cocina y preparar el más exquisito platillo para la familia, siempre acompañados de promociones como: “llévate dos en lugar de uno si llamas en los próximos cinco minutos” o “te descontamos tres de los nueve pagos si te comunicas en éste momento”, toda una extravagancia para hacer el verdadero negocio en los gastos de envío ya que cada producto contaba con la garantía de que se les devolvería el dinero si el cliente no quedaba satisfecho. La familia cenaba en la cocina, junto a la sala, nadie sacaba tema de conversación, solíamos ser unas personas de buenos modos a la hora de tomar alimento y ahora los gritos espontáneos de la mujer que veía la televisión en el espacio contiguo tensaban el ambiente de forma desagradable. ¿Quieres vino madre? Pregunté al levantarme de la mesa, había terminado de comer o quizá era que había perdido el apetito tras incomodarme con la situación que presenciábamos, deposité el plato con todo y cubiertos en el lavabo y voltee hacía mi madre en busca de la respuesta a mi ofrecimiento, ella hacía gestos y señas con las manos en dirección de mi padre y éste le contestaba con señas parecidas, yo seguía su conversación muda con poca atención, ella alegaba que no había sido un buen momento para visitarme y él le respondía con un gesto de molestia que nunca era un buen momento y que por favor dejara de comunicarse con señas, que era mudo, pero no sordo, lo cual era cierto, había perdido la capacidad de habla hace ya un par de años, el médico de la familia le había detectado un tumor en la garganta a tiempo favorable para una operación, quedo mudo después de eso, pero estaba contento de poder comer todo el helado que quisiere. ¿Madre? Volví a preguntar. Si hijo, nos caería bien un poco de vino por fin soltó. El tomar vino era un alivio y no solo como digestivo tras la comida, sino que el hecho de salir de la casa al cobertizo del patio trasero indicaba cierto descanso para mí.
  Al pasar por la sala no pude evitar cruzar la mirada con la de Mariola, debo confesar que siempre me habían gustado sus ojos, que bien dicen que son las ventanas del alma y que yo, no alcanzaba a ver más que un enorme vacío en esas grises y circulares manchas que me fascinaban. ¿Ya se van a ir? Preguntó con desagrado la increíble y hermosa mujer desdichada. Eso espero, respondí y respire hondo para aguantar y salir por la puerta hacia el patio trasero. El aire sabía un poco húmedo y había una agradable brisa fresca recorriendo solo algunas partes de la casa, ahí afuera estaba Julia, estaba recargada en el árbol de naranjas hablando por teléfono, probablemente con alguno de sus muchos pretendientes, era una mujer muy bella, pero tenía la desafortunada suerte de establecer relaciones con las personas menos indicadas. Mi hermana siempre me aconsejaba sobre las mujeres y había sido ella quien me presentó una vez ante Mariola en un magno evento deportivo del club unos años atrás, quizá algún día se lo agradezca. Cedí unos cuantos pasos en dirección del cobertizo y Julia se percató de mi presencia enseguida, me miró por un momento para luego sonreírme y darse la vuelta, dándome la espalda. Cruce rápidamente el patio, reparando en que vino debía calmaría la situación de dentro, abrí la puerta y busqué en el estante la lista de los vinos que tenia disponibles, uno en particular me apetecía para el momento, hecho en unos viñedos de California por unos alemanes, el año, 1873, algo bueno, me gustaba la idea de que los números de más de dos cifras terminaran en 3, mi numero favorito.
  Al salir del cobertizo, para emprender el regreso a la cocina con el vino en mano, Julia estaba en medio del patio, como si me esperase, me hizo un gesto para que me acercase y de la nada besó suave y dulcemente mis labios, había sido como un delicado roce. ¿Pasa algo? Le pregunté y ella solo agacho la cabeza y dijo que tenía, que su boca encontraba gusto en lugares extraños, no pensé mal, era mi hermana y ahora parecía que necesitaba a alguien que pudiere escucharle y yo no era ese alguien. Descuida, mi razón suele durar lo que el sol respondí y entre a la casa.
  En la sala ya no estaba Mariola, la televisión estaba apagada y yo pensaba lo peor, quizá ya estaría discutiendo con mi madre mientras mi padre intentaba separarlos y apaciguar el enfrentamiento hasta mi llegada como en múltiples ocasiones, me apresuré hacia la cocina y ahí estaba Mariola, sentada a la mesa, probando un poco de la cena que había preparado. ¿Es para mí? Dijo al verme entrar apresurado y con el rostro un tanto perplejo. Disculpa, qué, solté, me sentía un tanto desorientado, no sabía en dónde se encontraban mis padres ahora, quizá ya se habían  marchado tras la espera del vino o quizá habían sido brutalmente asesinados por Mariola y sus ahora fríos cuerpos estaban escondidos en el refrigerador. ¡El vino Roberto!, volvió a hablar la mujer alzando fervientemente su tenedor. A dónde han ido mis padres pregunté a la vez que me disponía a abrir la botella y servirle un poco en una copa de vidrio. Están con la niña respondió y le dio un gran sorbo a la copa. ¡Con la niña! Pensé alarmado, esto iba para mal, esperaba que la pequeña Lucia siguiera durmiendo.
  Caminaba lentamente hacia la habitación de la niña contemplando y midiendo cada una de las palabras que iban a salir de mi, pero al llegar la mente se me vino en blanco, mi madre cargaba a la niña de tan solo año y medio de vida entre sus brazos. ¿¡Haber, quién es la niña más bonita de la casa!? Decía la señora Monsais mientras mi padre estaba recargado en la cuna. ¿Acaso no conocía a su nieta?, tantas explicaciones por teléfono no habían sido suficientes, una y mil veces le había comentado que a la niña Lucia no le gustaba para nada la letra “A”, ni como se escribía ni como se escuchaba, “grafía y fonema no gustan papá” siempre me decía y ahora cada vez que hablaba mi madre con ella acentuaba esa infernal vocal en las palabras. Era cuestión de tiempo para que Lucia le reclamase el uso indebido de la censurada letra, lastimando como solo ella sabía hacer y en eso era igualita a su madre. Deja que la cargue yo madre dije desde la puerta y le arrebate a su nieta de los brazos, que ésta hermosa princesa no debe estar despierta a éstas horas. Lucia se abrazo a mi cuello, susurro en mi oído un “gracias papá” y yo aproveche para hacerles una seña de salida con la cabeza a las dos personas de edad que irrumpían el sueño sagrado de la pequeña.
  De vuelta en la cocina mis padres tomaron lugar a lado de Mariola, no se dirigieron la palabra, incluso no se veían más que de reojo, como tratando de ignorar sin alguna discreción o simplemente para simular que no había nadie en los respectivos lugares. Después de un rato llegué yo con ellos, había dejado a Lucia de nuevo acostada con la promesa de que volvería para leerle uno de mis textos favoritos. ¿Quieren más vino? Resolví y no obtuve respuesta por unos instantes, el ambiente cada vez se sentía más tenso y yo, ya no aguantaba. Se escucho el golpeteo de la puerta principal, ya no esperábamos visitas así que todos nos miramos extrañados, yo tomé la iniciativa de ir a investigar y después me siguió Mariola y después mis padres. ¡¿Quién?! Pregunté con voz imponente, silencio, volví a preguntar lo mismo y la respuesta que obtuvimos fue de Julia, había salido un rato y ahora esperaba fuera. Abrí la puerta enseguida, pero mi hermana no quiso pasar, indicó a nuestros padres que era mejor que se fueran y así lo hicieron.
  Aún esperaba ver perderse las luces traseras del auto en la obscuridad desde la puerta, Mariola había regresado a la sala a encender la televisión y a continuar con su programa. Ya no se veía nada en las calles y aún me esperaba Lucia con la lectura que le había prometido, cerré la puerta y me dirigí hasta el cuarto de la niña, pero antes de que llegara a mi destino la fría mano de mi esposa me detuvo, había apagado la televisión y ahora me decía al oído que me necesitaba, la abracé y ella me correspondió de forma cálida, rodeándome con sus brazos, acercó sus labios hasta mi oído y susurro de una forma deliciosa que no tardará, le respondí con un beso parecido al que me había dado Julia unos minutos atrás y entre al cuarto de la pequeña.
  “Y te recuerdo, mientras sueño y me sueñas, con las flores blancas que te regalé un día y que insistías en que las preferías rojas o azules o lilas. Y entonces peleamos hasta que amanece de un color y de otro, dentro de la habitación y de tú cabeza y también dentro de la mía, nublando y aclarando luego mi pensamiento, el tuyo y el nuestro como solo el resplandor del sol y la luna lo sabe hacer y que en la obscuridad como en el silencio se encarga de diferentes bajezas y altruistas acciones sobre una cama, en un colchón o donde caiga uno rendido tras la batalla o la paz.
    Y te sigo pensando en mi caminar y en los pasos detenidos, en las palabras que leo o que escribo con tinta o con las manos en el papel reciclado de viejo cuentos y en las hojas de los arboles que recién caen de los arboles en otoño y en invierno en algunas ocasiones. Redactando un adiós, un hasta luego y un hasta siempre.”

  Al terminar de leer para la niña salí de su cuarto y entre en la recamara donde me esperaba Mariola, note que el aire sabia un poco húmedo y que ahora la fresca brisa recorría suavemente cada una de las partes de la casa.