lunes, 11 de abril de 2011

Con las cortinas cerradas...

Desde la tercera casa del cuarto exilio busco la forma adecuada de seguir escribiendo, sin que me censuren o persigan, para poder expresarme contra las injusticias, los crímenes y las ofensas que día a día veo ocurrir delante de la ventana con las cortinas abiertas de mi recamara, en la calle, donde los viandantes sufren desde un robo a mano armada por personas sin escrúpulos hasta brutalidad policiaca machacando la carne a golpes de cualquier inocente que se “parezca” a algún delincuente conocido o simplemente por obtener de estos una fianza ilegal que llega a cantidades que uno usualmente no trae en los bolsillos. Sí, dije desde la tercera casa del cuarto exilio y es que durante el segundo pase la mayoría de mis días caminando, de un lado a otro, durmiendo en las calles o en los albergues de “buena voluntad”, guardando el dinero para entrar a los concurridos locales de internet que prestan servicio a aquellos que no poseen un ordenador en casa y que al menos casa tienen, escribía en esos lugares, redactando textos que transmitían quejas no solo de personas que representaba la misma condición que yo, sino que generales de toda la comunidad, las enviaba al diario local que las publicaban sin más con tan solo ver la firma del final del texto (cabe decir que soy algo conocido en varios lugares y, por ende odiado también en muchos de ellos). Pero he de decir que el dinero también iba para comprar algo de comida, no se explicaría que viviera en la calle comiendo lo que encontrara y mucho menos que fuera por ahí robando alguna fruta o pan en el mercado o en cualquier puesto distraído de su mercancía. ¿De dónde carajos iba yo a sacar dinero tras un exilio? Eso, es cosa mía (pero nada malo aclaro, siempre he sido una persona honrada en ese aspecto).  Pero bien, continuaba diciendo que, pese a las experiencias sufridas a lo largo de mi carrera como escritor he encontrado diferentes soluciones a mis problemas de exilio, unas viables y otras no tanto, como aquella que me fascino al oírla de la voz de uno de los oficiales que me encarcelo alguna vez: “la cura de todos los males es la muerte viejo” dijo el sudoroso y barrigón oficial tras haber cerrado una cortina de barrotes de acero, quizá tenga razón, pero aún no me muero y, por mientras ¿qué debo hacer para curar mis males? Otra de las posibles soluciones era cambiar la firma de cada texto que redactara por un “anónimo”, pero eso presentaba un ligero inconveniente, es cierto el anonimato podrá tener esa confianza de decir las cosas y no temer al castigo, pero para qué escribir algo que no tendría un sustento firme y que se derrumbaría fácilmente si no tiene un nombre en que recargarse, tampoco es una opción viable. ¿Qué deje de escribir? ¡Por favor!, ni pensarlo. Y la última, que no me parece tan descabellada, que al lugar a donde vaya de ahora en adelante deba intentar no escribir los acontecimientos que transcurren y que me son reprobables y que comprometen la apariencia del estado (que son casi la mayoría, quizá solo tenga la capacidad de ver aquellas acciones de queja, no recuerdo cuando fue la última vez que redacte algo en beneficio de la localidad).
  Ahora estoy un poco estable, he conseguido una pequeña casa que da vista a la calle principal de la ciudad, tengo las cortinas siempre cerradas y me agrada el olor de pan recién horneado de las 8:00 am y 9:00 pm que siempre sale con puntualidad desde la panadería de la esquina de mi cuadra, es un lugar agradable para vivir, espero pasar otra semana más con las cortinas cerradas, a lo mucho.