jueves, 17 de marzo de 2011

De nuevo en el rostro...

Hoy por primera vez en varios días sonreí, no quiero decir que hice una mueca con los labios de oreja a oreja, sino más bien un ligero acomodamiento de los labios apenas perceptible a la vista y unos ojos que se notaban cristalinos, como albergando algo dentro. ¿Cómo sabia lo de los ojos? Me mire al espejo al llegar a mi casa, aún mantenía el gesto cuando hube llegado, nadie de la familia se percataba de lo contento que me veía y sin embargo lo estaba. Pensé que no duraría mucho, un afán así no era común en mí, una fotografía, me vino a la mente, sí, tomarme una fotografía prolongaría aquella expresión dibujada en mi rostro.
  Cayó la tarde noche y yo aún me veía en el espejo con los labios en diferentes posiciones a las habituales y ese resplandor en la mirada, coloqué la imagen que me había tomado con la cámara hace unos minutos a lado del espejo y comencé a indagar, quizá habría alguna diferencia con un margen de tiempo ya transcurrido, por qué seguía de esta forma, tan enfermiza, acaso eran rasgos de felicidad y qué carajos la provocaban, me pregunté sabiendo que algo extraño iba en eso, estaba a punto de ocurrir una catástrofe probablemente.
  Ya recostado me puse a reflexionar sobre una almohada terapéutica, de esas que te ayudan a dormir con una buena postura, para no atrofiar la espalda ni los músculos. Llevaba media hora recostado, pensaba en mi día y en los días pasados, más específicamente en las acciones y sucesos por los que había acontecido, pensaba que en algún lugar del tiempo y espacio había ocurrido algo significativo. La interrogante retumbaba en mi cabeza, pensando que tal vez en ese descuido o llamémosle distracción, mi gesto había vuelto a ser el de antes. Levantándome con algo de miedo encendí la luz del cuarto, frente a mí un gran espejo y frente a él un rostro aún sonriente. ¿Por qué sonreía? No me agradaba la idea de mostrar ese lado de mí, feliz y apenas perceptible. Tenía que reparar algo que se descompuso en mí, dentro de mí o fuera que quizá lo provocara. Me senté en el escritorio por más de media hora haciendo un listado de sucesos relevantes; “muerte de mi padre, la nube gris de ceniza que obscureció un momento la ciudad para después caer y sepultar algunos autos y sus caminos, el recuerdo de ti, una clase de filosofía de la historia, mi locura tal vez, el estrés que luego me provoca cosquilleos y aflige mi manera de pensar, el trabajo de carpintería, la pintura, el dedicarme a escribir todas las noches, la muerte de una de mis amigas, recobrar el apetito sexual, la enfermedad que me golpeaba cuando quería, apareciendo a ratos y a diferentes intensidades sin previo aviso, el alcohol, las drogas consumidas…” y todo en una semana, quizá olvidaba poner muchas otras cosas, pero creo que eran suficientes para descubrir a la razón culpable de mi dicha.
  Con un lápiz acabado por tantas mordidas sólo quedaban sin tachar el recuerdo de ti y la muerte de una de mis amigas, cuál era de esas dos, me preguntaba una y otra vez, comenzaba a cansarme, me fastidiaba la idea de no saber. El lápiz termino por partirse a la mitad de una fuerte mordida, estaba molesto, caminaba desesperadamente por el cuarto intentando facilitar la elección definitiva, iba y venía con irritación y el pensamiento perturbado. En uno de esos varios recorridos vi en el espejo que mi rostro había vuelto a ser el de antes, con la mirada vacía, los labios serios y esa sensación de muerte que me caracterizaba. Muerte, ¡eso era!, ya sabía lo que ocasionaba la gesticulación de antes. Corrí a sentarme al escritorio, tomar la lista de sucesos con tan sólo ya dos posibilidades y a la vez que tachaba el punto donde mencionaba la muerte de mi amiga una sensación extraña se me dibujaba de nuevo en el rostro.