jueves, 31 de marzo de 2011

Incomprendidos...

Tras haber pasado diez años de casados, Joseph no podía ni siquiera fingir delante de ella, ya que lo notaba enseguida, descubriendo cada mentira, cada estado de ánimo, desnudándolo por completo y dejándola molesta como acostumbraba tras una discusión de la cual, era normal que saliere siempre perdiendo.
  Ahora Amara tomaba un baño, no le incomodaba que su ex pareja estuviera sentado en la terraza fumando, algo que a ella le disgustaba bastante hace tiempo y haciendo algunas anotaciones en una libreta parecida a las que  llevaba consigo todo el tiempo, con una cubierta rustica en tono azul marino, de tamaño considerado para guardar en su bolsillo y dispuesta a resguardar líneas que pronto acabarían en una editorial dentro de un libro bien vendido. Fumaba y escribía aquel hombre mientras agua caliente enjuagaba un cuerpo desnudo de una mujer. Al salir con tan solo una toalla amarrada al cuerpo, Amara encontró a Jospeh exactamente como lo recordaba, sosteniendo un cigarro como veces anteriores, ciertamente y pese a su falsa aceptación nunca le había agradado ese habito de contaminar el aire, pero que al menos esta vez lo hacía en la terraza, al aire libre dañando todos los demás, pero con la cortesía de no dejar impregnado el olor a tabaco dentro de la casa.
  Y bien, a qué has venido, pregunto Amara de forma directa y sin alguna emoción perceptible. Él permaneció callado, viendo en dirección de la ciudad un hermoso paisaje que se dibujaba delante del apartamento. De verdad  no se aguantaba la situación entre los dos, él siempre en silencio y ella siempre haciéndole preguntas que ni siquiera se tomaba la molestia en respirar o por lo menos voltear a verla, solo anotaba algo en aquella pequeña libreta y la cerraba. El humo no dejaba de salir, escapando al aire para luchar contra el oxigeno, para fundirse con él y ser respirado con la única esperanza de sobrevivir. ¡Deja el maldito tabaco y responde! Gritó exaltada, estaban en su casa y no supo por qué se lo permitía, Joseph volvió la mirada hacia ella y dijo que no quería discutir, que ya lo habían hecho durante mucho tiempo, que sabía que le molestaba el humo del tabaco o que él fumara, pero que era algo que hacía y que no sabía por qué, después abrió de nuevo la libreta y anoto algo, fue breve el paso de la pluma por el papel porque la cerro casi enseguida. Estaba harta y tampoco quería discutir, así que o respondía o se iba de aquí le dijo a quien fuera su compañero un año antes. Quería llorar, pero era menester mostrarse firme para aguantar de nuevo aquel enmudecimiento que se aproximaba por parte de él. No duro mucho el mutismo ya que Joseph se levantó de su asiento y mencionó algo que ella jamás olvidaría: “no puedo, lo siento…” y salió de por la puerta para que ya no se le volviera a ver de nuevo.
  Con los ojos cristalinos y la visión nublada por unas lágrimas que deseaban salir tras él, Amara notó que había olvidado la libreta. La recogió del asiento y leyó la primera página, donde venia una dedicatoria: “Entre el conocerte y el no conocerte elijo no conocerte, para que me sorprendas cada día, con cada enfado, con cada gracia tuya que me inspira una y mil de las líneas que sangran de mi corazón…”
  Ella aún pensaba en él y él no había dejado de pensar en ella.