miércoles, 27 de abril de 2011

De las 10:38 a las 13:24...

Siempre he creído que la espontaneidad es mejor que cualquier cosa bien planeada, así como que el amor de mi vida deba tener la piel blanca, el cabello obscuro y los ojos de un azul profundo en donde pueda ver el reflejo de mi alma, pero también creo que eso no va mucho al caso de lo que inicie diciendo. Retomando la espontaneidad, hace unos días así de la nada se publicaron en un periódico de gran reputación, “El Mandatario”, varias estadísticas en donde se trataba un grave acontecer, nadie sabía exactamente qué pasaba dentro del transporte colectivo metro, pero se mencionaba que en el lapso de las 10:38 de la mañana a las 13:24 de la tarde los usuarios de este medio de movilización masiva tenía un sesenta y tres por ciento de salir muerto. Me sentí constipado y algo enfermo, alarmado al leer tal noticia, no era un gran aficionado de revisar el periódico en busca de catástrofes y me costaba mucho trabajo creer semejante barbaridad, pero el morbo de saber más sobre el tema me hizo que cambiara de pagina para continuar leyendo y encontrara diversas fotos en donde se veía claramente como la policía sacaba los cuerpos sin vida de algunos metronautas, haciendo de la credibilidad solo una sugestión y el miedo a morir como una forma de pensar. Es una lástima que pasé algo así en una ciudad donde habitamos millones de personas me dije, el hecho de morir sin conocer la causa de ésta era toda una calamidad, pero lo que más me atormentaba era que el lapso de tiempo que se marcaba en la noticia, era el mismo en el que los martes yo tomaba dicho transporte para dirigirme al centro en busca de libros, buscar café en granos para moler y algunas hojas y flores para hacer té, todo para después  llegar a la casa de Marie y tener una agradable conversación sobre cualquier tema, me parecía que la siguiente discusión seria sobre el color de los sueños, del cual yo no tenía mucho que aportar ya que mis sueños se daban en blanco y negro, como una vieja película o como la visión de un perro.
  Una tarde, decidido a no cambiar la rutina de los martes me mire al espejo cerca demedia hora, había llegado de mi trabajo nocturno y apenas pude alcanzar a dormir un par de horas para descansar. Mis ojos estaban rojizos, aún tenían sueño, pero no podía permitirles mandar sobre mí, me lavé el rostro intentando despejar y despertar mi mente y en ese momento el despertador programado de la televisión hizo que ésta se encendiera automáticamente, estaba en las noticias y en éstas, estaban hablando acerca del gran problema que nos azotaba en el horario de las 10:38 a las 13:24 en el transporte de la ciudad, aconsejaban tomar un micro o un pesero o un taxi si queríamos viajar de un lado a otro, la cosa era seria y varios de los reporteros aprovechaban la situación para recomendar que mejor se quedaran en casa con su familia en dicho horario o que contribuyeran al ambiente haciendo uso del nuevo programa de bicicletas que se había instalado en las afueras de cada una de las estaciones más concurridas. Tenía miedo y el momento de salir a cumplir mi recorrido se acercaba a cada minuto, y en un segundo estaba decidido, me arriesgaría a viajar en metro confiado en el treinta y siete por ciento de posibilidad de sobrevivir que me quedaba.
  Al bajar las escaleras me sorprendí al notar cierta incongruencia en el hecho que azotaba la ciudad, si habían muerto ya muchas personas por alguna causa desconocida en tal horario del día, por qué no simplemente cerraban el servicio en tal periodo me dije, algo no andaba bien que digamos, quizá era una táctica del gobierno para que no usáramos tanto el transporte y así evitar aglomeraciones que podrían causar el aplastamiento de alguien o que empujásemos por error a un despistado en las vías o que un desdichado muriera de asfixia y sofocación por todo el calor y hedor humano en cualquier vagón o quizá simplemente era para que las millones de personas pagaran por el nuevo servicio de bicicletas que en el primer día fue gratis y que ahora costaba treinta monedas la hora, no lo sé, yo seguía con miedo al bajar el último escalón. Un boleto por favor, dije a la señorita en la taquilla, ella solo se dedico a observarme con una mirada inquisitoria y de mala gana me entrego el boleto a cambio de tres monedas, eso me intimido un poco y para devolverle la mala pasada me retire de la taquilla sin decir gracias.
  El agudo sonido que indicaba el cierre de puertas del vagón llamo mi atención, era como una alarma que sentenciaba que de ésta no salía vivo, pasaron tres, cuatro estaciones y me alegre de aún encontrarme con el cuerpo caliente y excitado por tal experiencia, había sobrevivido al viaje en metro, al igual que los pocos usuarios que se encontraban acompañándome. Al bajar y caminar por el andén, dirigiéndome hacia la salida norte, la que me dejaba a unos cinco minutos de las librerías, vinieron a mi varios pensamiento, unos pocos me indicaban que Dios me había acompañado en el camino, otros que quizá para la próxima no la contaba, unos más que se negaban a creer dicha historia contada por los medios de comunicación y los más fuertes que me indicaban que era muy agradable no encontrar tanta concurrencia a esas horas. Al salir de la estación vi el cielo, estaba agradecido por no interrumpir mi agenda del martes y pensé en Marie y en la escena de nuestro encuentro, yo con la cara aterrada y ella sintiendo esa empatía que la sincronizaba conmigo invitándome a pasar. No todos los días podré decir que escape de la muerte con tan solo el treinta y siete por ciento de posibilidad, ese logro era dicho de festejar, y festejar con el amor de ojos azules que me esperaba con la interesante plática acerca del color de los sueños.
  Después de indagar en las librerías y con tan solo una adquisición en la bolsa de plástico que me habían regalado en la caja donde había pagado, me dirigí a la salida de la tienda, donde Marco se despidió de mi haciendo un gesto de aprobación con su dedo pulgar, era un buen sujeto, llevaba años trabajando en  una de las librerías a las cuales yo frecuentaba mucho, siempre era él quien me atendía en esa tienda solo que ésta vez no pudo por causa de una bella mujer a la que atendía, él y yo habíamos entablado una buena amistad en un corto periodo de tiempo y ya tenía la confianza de contarme acerca de su familia y pasatiempos favoritos en algunas ocasiones, en otras me recomendaba algunos títulos de libros y películas que apenas les habían llegado a la tienda y en muchas otras solo pláticas triviales referentes al clima, es un sujeto agradable ese mujeriego de Marco.
  En el camino hacia mi siguiente parada, una tienda naturista donde vendían granos de café y hojas y flores para preparar té, me encontré frente a una tienda de vinos, Marie volvió a mi pensamiento en ese instante, de forma espontanea y la idea de festejar con ella la hazaña de sobrevivir al viaje ameritaba que yo entrará a aquella tienda y buscará el vino adecuado, olvidándome por completo del café y el té. Buscaba algo que supiera como ella, un tanto elegante y bastante sensual al gusto o al menos así me lo imaginaba yo que debería saber aquella dilecta mujer.
  Daban las 13:10 y era el momento de retorno a las profundidades de la ciudad, a esperar que no me ocurriera nada de nuevo en transcurso y, al bajar por las escaleras varias miradas de la ahora superficie denotaban cierta tristeza, como diciendo: “pobre alma, que Dios lo ampare y lo cuide en su viaje, que quizá nunca lo volveremos a ver, al menos hasta que el periódico saque una fotografía suya y digamos: “pobre muchacho, yo lo vi descender al metro antes de lo ocurrido”, que Dios lo bendiga”.  A mí no me agradaba que me vieran de esa forma, me hacían sentir aún más miedo que el que llevaba ya puesto sobre mis nervios y tras bajar el último escalón me sentí un tanto aliviado, seguía sin haber mucha gente dentro de la estación, unos diez se veían por aquí y por allá y cuatro o cinco por cada vagón se observaban rápidamente cuando llego el metro. Qué suerte pensé, antes no hubiere alcanzado lugar y me habrían maltratado las bolsas que llevaba junto con todo su contenido, pero ahora no, estaba cómodamente sentado en un espacio para cuatro personas y con las piernas estiradas, arriba del asiento libre de enfrente, yo solo. El metro avanzo dos estaciones cuando se detuvo a medio camino, las luces se fueron momentáneamente y una mujer que, con más espanto que yo, comenzó a gritar que nos íbamos a morir, por qué gritaba eso y peor aún, por qué nos incluía a todos en esa desdicha, que se muera ella pensé, pero el metro rehízo su marcha y llegamos a la siguiente estación, donde yo bajaba afortunadamente. De la que me salve dije, un policía que se encontraba cerca, se percató de mi comentario, me miró fijamente y me sonrió con unos dientes amarillos pero de expresión sincera. Sí se salvo, ya son las 13:26, ya no hay nada que temer comento el oficial, yo no le corregí al decirle que de lo que me había salvado no era de morir, sino de una mujer loca que nos pronosticaba eso a todos los del vagón, solo mencione un “si verdad…” y salí de la estación para mi encuentro con la mujer de piel blanca que me esperaba con una conversación acerca del color de los sueños, la gente comenzaba a brotar de quién sabe dónde diablos, inundando los corredores antes poco transitados y ahora repletos de almas ya relajadas.
  Toqué la puerta dos veces de una casa de color rojo y al poco tiempo apareció una hermosa mujer de piel blanca y ojos azules, me abrazo y yo me sentí reconfortado al oler el perfume de su larga cabellera obscura arropado entre sus brazos. No platicamos mucho, creo que ni siquiera cruzamos palabra alguna ya que no hubo mucho tiempo entre las copas del exquisito vino y el hecho de que Marie se me lanzara de improviso en el sillón, llenando de besos mi cuello y terminando la súbita acción en el íntimo acto de amor bajo unas sabanas de seda blanca de una enorme cama. Ahora lo confirmaba, era mejor la espontaneidad que cualquier cosa bien planeada así como que el amor de mi vida deba tener la piel blanca, el cabello obscuro y los ojos de un azul profundo en donde pueda ver el reflejo de mi alma como ahora lo hacía. La muerte, ya no importaba mucho.