domingo, 17 de abril de 2011

La última página...

“Hoy me di cuenta que no valía la pena,  de qué me servía intentar, si solo era eso, un intento nada más. Estoy cansado de hablar de amor, de luchar por ideales de siglos pasados, de esos que van dirigidos hacia fines de tonalidad divina y en busca de trascendencia, de abrazarme a una época distinta a esta, de qué me servía. Ahora lo pienso mejor, que debo resignarme como en una comedia a la trágica condición humana, porque eso es lo que soy, un humano y por ende debo andar en busca de ideales más cercanos a mi condición terrena…”, estaba escrito en la última página de un diario abandonado sobre un escritorio de caoba rojiza.
  Carlos estaba a punto de rehacer por completo su vida y llamaba a esa transición como “fase de realidad real”, explicándose que el realismo, que creía lo más apegado a la vida cotidiana,  había quedado atrás junto con muchas otras corrientes de pensamiento y que le gustaban mucho, que desde el siglo XX los hombres se habían divorciado por completo (o en su mayoría) de los ideales paradisiacos que no dejaban de ser eso mismo al pasar de los años, quedando unos cuantos vestigios como prejuicios en el hombre y que ahora estaba decidido a romper…
  Parece que lloverá, dijo Carlos para sí mismo mientras esperaba a Blanca en la salida del edificio, era cierto, el cielo estaba ligeramente nublado, el viento soplaba fuertemente y la gente parecía apurada para evitar una desgracia. Qué bueno, siguió diciendo, cosa que la figura de una mujer que se acercaba alcanzó a escuchar. No tarde tanto Carlos y por favor, puedes dejar tu estúpida puntualidad a un lado por una sola vez, dijo Blanca tras terminar su recorrido por el pasillo y asirse del brazo del hombre que la esperaba en la puerta de salida del edificio. Carlos no se molesto en contestar las agresivas palabras, era verdad que tenía una fijación con el tiempo y la puntualidad, pero ahora no estaba de ánimos para discutir y tampoco iba a devolverle el ataque, que se prestaba para hacerlo de una manera sutil alegando que le agradaba la idea de que lloviese. Vamos, dijo él y ella siguió cogida del brazo al salir del edificio, anduvieron por la calle unos minutos, sin hablar, solo guardando las palabras que conocían el uno en la cabeza del otro. Llegaron frente a unas oficinas, donde un enorme vidrio los reflejaba, de aquellos que de un lado puedes ver hacia el otro lado, pero no en sentido contrario, se detuvieron un momento y el cielo comenzó a caer sobre ellos como una suave brisa, de esas que empapan sin sentirlo. Blanca veía los ojos de su acompañante en el espejo delante de ellos, seguía agarrada del brazo. Lo sé, dijo ella tras una suspensiva y silente pausa, ligeramente sonrió y recargo su cabeza en el hombro del hombre con el que venía. Carlos no dijo nada y sincrónicamente rehicieron el paso por la calle, él solo tenía un pensamiento en la cabeza, sabía que no podía con lo que había denominado como “fase de realidad real”, de verdad amaba a aquella mujer de una forma trascendente, ya que era lo que le daba sentido a su vida en aserto. El cielo había abierto paso a unos cuantos rayos del astro rey, la lluvia aún seguía empapándolos.