lunes, 28 de marzo de 2011

Inconforme con la vida, con el mundo y más específicamente con la realidad...

Inconforme con la vida, con el mundo y más específicamente con la realidad y con tan solo doce años en los bolsillos de un pantalón de pana obscura, una camisa blanca, zapatos de vestir y un peinado anticuado, acomodado simplemente de lado, Alfonso B. tomó una gran decisión que marcaria su vida de por vida y la de unas cuantas personas cercanas. Viajaba solo en el metro, no había nadie quien lo acompañara en sus viajes a pesar de su condición enfermiza, iba de camino a la escuela  cuando bajo por las escaleras y llego a la ventanilla en donde sería atendido por una mujer de enormes pechos, fue el momento culmine, definitivo en su existencia y no porque entraría a la pubertad al sufrir una pequeña erección sin darse cuenta en su miembro al ver a la despampanante mujer, sino porque al pedir amablemente que le abonaran treinta y uno cincuenta en la tarjeta que su madre le había dado para viajar en aquel transporte colectivo, la mujer de generoso busto y ver le comentaba dulcemente que no le podía recargar cincuenta centavos, dejando atrapados en su tarjeta otros cincuenta centavos electrónicos, ¿acaso alguna vez el pasaje se pagaba con múltiplos de cincuenta centavos? Eso era todo, suficiente para afirmar que la realidad en que vivía no bastaba, que carecía de sentido, que quizá, pese a esa carencia que se veía a diario en las calles, los autores de varios libros veían en la escritura un mejor mundo, donde personajes no perfectos como cualquiera de las personas existentes, hallaban en ese mundo ficticio una mejor realidad. El pequeño Alfonso solo pudo poner una cara de sorpresa al ver en la pantalla que el saldo de la tarjeta constaba de treinta y dos cincuenta y acto seguido recogió la tarjeta junto con los cincuenta centavos.
  Ya dentro de un vagón con algo de poco espacio y con un calor que era insoportable, una gorda señora aprisionaba a Alfonso contra la puerta y lo blando de sus carnes, se sofocaba y al llegar a la estación hidalgo se alegro de su liberación, aún faltaban otras dos estaciones y era cuestión de tiempo para superar y sobrevivir una vez más su trayecto, pero no cantó victoria, ya que su libertad solo había sido momentánea, un grupo de desalineados cortes de cabellos, pintados y rasurados que formaban figuras lo rodeaban y eso no bastaba para que fuera aterradora la situación, junto a estas aberraciones, hombres de casi el mismo tamaño, todos iguales y vestidos de una forma casi religiosa, de cerámica, bendecidos por algún aroma que olía como a zacate quemado, olor como que el que varios de sus compañeros desprendían de unos cigarrillos extraños formaban parte del grupo. Tenía miedo, era evidente y aquellas personas no hablaban, gritaban y reían de una forma ininteligible, incomprensible al lenguaje ordinario. Pero su temor alcanzó niveles más altos ya que una de las estatuillas parecía observarle, pero no duro mucho ya que esas personas o lo que fueran, salieron una estación antes de la de Alfonso.
  Respirar aire fresco le venía bien, ahora solo faltaba caminar unas cuantas cuadras, entrar a la escuela y a su respectivo salón, abrir su libreta y comenzar su destino, escribir unas cuantas líneas que no pertenecieran a esta realidad, a este mundo, creando algún lugar donde sería mejor la vida o, en todo caso adornar su manera habitual de ver las cosas a diario.
  Pasaron más de dos horas y Alfonso seguía sumergido en su libreta, anotando de una forma casi pasional, intentando mejorar la narración de lo que había acontecido el día de hoy. La maestra, como siempre tardaba en llegar daba al niño de tan solo doce años tiempo para terminar. Todo el salón de clases estaba sumergido en un jolgorio, chismes por el lugar donde se juntaban las niñas y juegos de futbol improvisados con una lata en donde se juntaban los niños. Alfonso se encontraba en el rincón más apartado de sus compañeros y cuando puso el punto final, al mismo tiempo en que lo hizo, coincido con la llegada de la maestra que puso un orden con tan solo su presencia. El salón enmudeció, pero todos continuaban en el mismo sitio en el que estaban realizando sus correspondientes actividades. La maestra de sexto grado analizaba la escena, como buscando a algún culpable, inspeccionó con la mirada cada uno de los rincones del salón y todo parecía en orden, niños normales que juegan, niñas normales que platican de alguna celebridad y solo un extraño agazapado en una libreta. Era fácil la elección del culpable y no por ser extraño eligieron a Alfonso, sino porque resaltaba. La maestra se le acerco y le pregunto que qué hacía, el niño cerro de súbito su cuaderno lo cual levanto sospechas, la ingenua mujer de enseñanza no imaginaba lo que encontraría a continuación, un texto que iniciaba con la frase “Inconforme con la vida, con el mundo y más específicamente con la realidad…”.