sábado, 2 de abril de 2011

Coincidencias...

El piano se escuchaba ya lejos de donde nos encontrábamos, apenas y lo alcanzábamos a percibir, una pieza de Rachmaninoff se distinguía, pero la noche ahora nos guiaba en el andar unas calles abajo. Ana traía un vestido negro, largo, de gala, con unas zapatillas que le hacían juego y un collar de piedras negras que resaltaban más aún su belleza, siempre había creído que a las mujeres de cabello rubio les va bien el negro. Yo iba menos elegante, pantalón y zapatos de vestir y una blanca camisa solo detallada por un chaleco que hacia juego con lo demás en el color, negro por supuesto. El auto estaba estacionado unas calles abajo, lamentaba lo alto de los tacones de Ana y quizá ella lamentaba que yo hubiere tenido la desconsideración de estacionarlo un poco lejos del lugar o al menos que hubiere ido yo por él mientras esperaba frente al edificio de donde habíamos salido, pero el hecho es que ahora ya nos encontrábamos caminando en dirección del auto respirando el grato olor a tierra mojada que había dejado consigo una pequeña llovizna minutos antes. Cárgame, dijo ella a la vez que sus pies dejaron de andar, se veía hermosa bajo el reflejo de una lámpara pública que no alumbraba mucho, a media luz diría yo para hacer la descripción de Ana aún más bella. Estás loca mujer, le respondí y seguí andando. No escuchaba pasos que me siguieran y sin voltear grité que no la cargaría, que era muy peligroso y que podríamos caer rodando por la calle a causa del suelo aún encharcado. Nada. No escuchaba ni un respiro de ella y tampoco se oía el piano ya, sonreí al creer que se trataba de un juego, de una táctica para que la cargara y tuviésemos un ligero acercamiento que probablemente terminaría en alguna cama. Más vale que… No pude finalizar la frase ya que al voltear no había nadie a mi espalda, ni un alma errante que divagara pidiendo alguna moneda para su desdicha. Desande por la calle un rato y ni una señal que me dijera dónde estaba ella, me recargué junto a la lámpara que segundo antes la alumbrara y respiré hondo, intentando tranquilizarme. La poca luz que me iluminaba se fue desvaneciendo poco a poco dejándome en penumbra, ¿a dónde había ido?
  Alberto tocaba de una extraordinaria manera el piano, un muchacho tímido que había sido educado en casa, bajo estrictas normas impuestas por su padre, que según, habían pertenecido a lo largo de ya una veintena de generaciones. El lugar no estaba acondicionado para resguardar la música, pero eso no impedía que los invitados disfrutaran de diferentes compositores a manos de Alberto. Tras una breve pausa de una hora, Alberto se disponía a beber un poco de vino y sentarse solo a la mesa para degustar unos cuantos bocadillos, siempre acudía a eventos de similar desarrollo y sabía que pronto lo pondrían a tocar una vez más, no por nada ganaba lo que ganaba y mientras tanto se llevaba a la boca unas cuantas brochetas de todo tipo y gusto.
  El director de una gran corporación de automóviles estaba sentado en una de las mesas principales, no gustaba mucho de la música de piano, pero creía que era elegante poner a escuchar a los invitados algo de esa música al igual que poner toda una mesa llena de bocadillos, brochetas en su mayoría. Era cumpleaños de su hija y eso era suficiente para gastar todo el dinero menester en caprichos como esos.
  Era su cumpleaños y en lo único que pensaba al escuchar aquella música de piano era en desaparecer, tenía ya 25 años de edad y la vida parecía que le pasaba por enfrente sin siquiera notarla. Su padre tenía demasiadas atenciones con ella, no reprochaba que siempre tuviera lo mejor, pero creía que todo aquello no le pertenecía, sino que todo se lo habían dado en bandeja de plata sin que ella lo pidiese. Empezaba a desesperar por todo el teatro representado frente a sus ojos, necesitaba salir de allí a como diera lugar, empaparse de la lluvia que caía en ese momento, empaparse de vida y en un momento tomo la decisión, no sería fácil y si algo salía mal podría terminar en un lugar apartado y quizá romántico con un completo desconocido haciendo quién sabe qué. Miró por todas direcciones y no encontró por momentos a la persona indicada, por lo menos tendría que ser alguien atractivo o de perdida interesante. ¡El pianista!, pensó por un momento, pero éste comenzaba a apasionarse con el Concierto no. 2 para piano de alguien llamado Sergei Rachmaninoff, no podía ser él. Después entre su desesperación notó a alguien que miraba el cesar de la lluvia en la ventana, era algo atractivo y el aire de misterio que lo rodeaba por su comportamiento desentonado en lo que debería ser una fiesta termino por convencerla, era él sin duda quien le ayudaría a salir, se dirigió hasta donde se encontraba junto a la ventana y empezó una hábil conversación que finalizó con dos copas de vino y una murmuración al oído. Se estaban alejando de todo el lugar, ya estaba muy próximos a la salida cuando el padre de ésta le preguntó que a dónde iban, ella respondió que saldrían un momento y que regresarían enseguida, abrió la puerta y se despidió de su padre a lo que este le respondió con un cálido y familiar “con cuidado Ana…”.