viernes, 10 de diciembre de 2010

Cortesía de un antiguo yo...

Hoy encontré un dinero en un viejo pantalón, era feliz de haber recuperado lo que no conocía como perdido, sólo algo que estaba olvidado. Era suficiente para ir al cine, incluyendo todas las chucherías que se comen ahí, invitar a alguien que me hiciera compañía en la película y para comprar un café o helado después. Pasó el día y mi aspecto retro daba buena impresión para los demás, me veía contento y con ánimos de buscar en mi armario más prendas que pudieran contener tesoros “olvidados”.
  Ya en casa, después de un día de regalo, cortesía de un antiguo yo, comencé a sacar ropa. Fascinado recordaba todo en cuanto al contexto de ciertas vestimentas; una boda, una amante, un día en el cual lloré mucho, buenos y malos momentos. Separe algunas cuantas cosas para ponérmelas de nuevo y otras más, sin dejarlas pasar por revisión fueron colocadas en una bolsa negra y fuera de la casa. Dentro de lo recuperado en aquellas cápsulas del tiempo hechas con tela, encontré un reloj de bolsillo, una credencial de una persona que no era yo, posiblemente un compañero de escuela, como de preparatoria, unos cigarros inservibles por la humedad, un poco más de dinero y una cajita de color rojo obscuro que contenía un espacio vacío para un anillo, de matrimonio pensé y después eche a reír. Con la cajita en mano camine a la cocina para preparar algo de comer, llevaba ya mucho tiempo escombrando mi closet y era hora de un receso. Coloque el curioso cubo de color rojo obscuro sobre la pequeña mesa de la cocina, abrí el refrigerador y no encontré más que un frasco de mayonesa y un pepino con quizá ya varios meses en refrigerio, obviamente ya no servía. Decepcionado por mi escasa despensa tomé el teléfono y llamé a un restaurante de comida japonesa, ordene carne teriyaki y algo de sake. En la espera del alimento me senté a la mesa con la cara recargada sobre ambas manos, la mirada viendo hacia un punto fijo, lo que significaba que no estaba viendo absolutamente nada y la mente empezaba a divagar con los escenarios posibles de aquella caja de anillo. La historia de cuando pedí matrimonio a una niña dos años mayor que yo en la primaria se me vino de repente en un recuerdo borroso y, sin darme cuenta estaba sonriendo, pensaba en aquellos momentos, tan distantes y tan llenos de sentido a los 6 años. Quizá falle en esa ocasión porque la argolla de compromiso había sido hecha por mí con alambres de las bolsas de pan.
  La memoria viajaba de lugar a lugar, o de tiempo en tiempo? Como fuere que sea era yo el que estaba olvidando el presente y no en una vieja ropa, sino en una fuga de realidad. Treinta minutos habían pasado y aún no llegaba la comida, me estaba aburriendo y pensaba en decirle al repartidor que después de esa media hora ya no le pagaría, pero que antes me permitiera arrojar el antiestético pepino en la basura de mi vecino y así ocurrió. Con la cara de espantado, como a quien lo van a regañar por devolver el platillo, el repartidor se puso en un tono arrogante, pero no avanzo mucho tiempo cuando resolví diciéndole que era una broma, que sí pensaba pagarle y que lo del pepino en efecto era verdad, caminé escondido entre las sombras de la noche y lo avente al contenedor de basura de mi vecino, así sería problema de él.
  Dentro de la casa, la cajita del anillo estaba olvidada en la mesa de la cocina. Pasé con la comida hasta la habitación donde estaba el desorden de la búsqueda y nostalgia de la ropa. La carne estaba deliciosa y el sake me comenzaba a adormecer. No dure mucho con los ojos abiertos y, sin recoger el caos en que se había convertido la recámara, ahora pasaba a transformarse en un lugar de reposo y sueño. Quizá fue la comida y la bebida lo que me dio aquella soñada realidad, acostado y con el cuerpo dormido, despertaba frente al altar de una iglesia, con un traje elegante de color blanco y un moño negro, a mi lado una mujer recostada en el suelo con el vestido de novia, parecía dormida, pero no se notaba el vaivén de su respiración, el sacerdote hablaba sin que logrará atrapar mi atención, no podía distraer la mirada de aquella figura blanca de velo largo. Desperté de nuevo, pero esta vez en mi cuarto con todo y desorden, no pensaba más que en el sueño, pero mis manos seguían esculcando bolsas de ropa y más ropa en el closet. Al fondo, una enorme bolsa negra cubría lo que parecía ser un traje y, para sorpresa mía ahí dentro estaba el traje de color blanco con su moño negro. Estaba pasmado, por un momento pensé que sería un extraño sueño de nuevo, pero cuando busque dentro de los bolsillos de este, un anillo como de compromiso rodó por el suelo, dando no sé cómo hasta la cocina.
  El recuerdo, antes borroso de la niña dos años mayor que yo, que me había rechazado tiempo atrás, ahora parecía tan claro y vivido, esa niña era la misma que estaba en la iglesia tumbada frente al altar unos años mas tarde. No quise recordar más, recogí el desorden, fui a la cocina a poner el anillo en su caja y a guardarlo dentro del traje que sería devuelto al fondo del closet en la bolsa negra. Ya todo limpio me senté a la cocina de la mesa, con la cara recargada sobre ambas manos mirando un punto fijo, como quien observa completamente nada.