sábado, 7 de mayo de 2011

Desesperación...

Después de tres horas de espera decides levantarte del sillón individual sintiendo que la vida no vale la pena o que al menos tu día ha sido otra pérdida de tiempo, caminas con paso lento hacia la cocina, notas que no hay nada de comer y te sirves un poco de agua de la llave en un vaso de plástico rosa, te lo llevas a la boca tan despacio que te da oportunidad de ver el reloj de la pared que aún no terminas de pintar y fijas la mirada en el segundero, se ha detenido o quizá avanza con mayor lentitud de lo habitual, le falta un pedazo, recuerdas que, cuando recién lo compraste tenía una pequeña esfera roja, en tono mate, en la punta que te agradaba.
  Al volver a la sala el teléfono sigue callado como antes, ni una señal de vida que indique que la espera valió la pena, tomas el auricular y llevas la bocina hasta tu oído, el repetitivo timbre suena, es bueno saber que hay línea porque así no cabe la posibilidad de error por parte de la compañía telefónica. Cuelgas y descubres que el foquillo rojo de la contestadora tintinea, con una luz muy suave, apenas perceptible. Cuatro mensajes sin leer, aprietas el segundo botón de la máquina y escuchas atentamente, el primero es de tu madre, dice que no te preocupes, que todo va a salir bien, que sería bueno que fueras a casa un tiempo, deja saludos y salta el segundo mensaje, éste dice que el encargo 17011992 tuvo problemas en la aduana del país vecino y que probablemente se retarde indefinidamente, piden disculpas y a finta de comercial agradecen la preferencia por la compañía que representan, el tercero parece ser el importante, se escucha como estática y, después de un rato se alcanza a oír un “lo siento…”, termina y comienza el cuarto mensaje, es el que estabas esperando, hablan del hospital, un tal doctor Constante, de cardiología, te recomienda que guardes la calma y que no tomes alguna medida precipitada, que lo más recomendable en estos casos es guardar la compostura y esperar.
  ¿Hace cuánto que habrán estado ahí los mensajes? Te preguntas y vuelves a sentarte en el sillón individual de la sala. El movimiento de avance del segundero del reloj te arrulla, todo lo demás esta silencioso, en un mutismo rítmico y tranquilo en buena medida, bastante sospechoso. Te quedas dormida y sueñas, con la vez que desde lo alto le gritabas a tu sobrino, ahora muerto, que lo sentías y te lanzas al vacio, cambiando de escena, creando un azul paisaje que te inunda de paz y vas cayendo hasta que te estrellas contra el suelo liquido, te hundes en él como en un océano y despiertas, han pasado solo cinco minutos desde que comenzaste a soñar, el sonido del reloj aún se percibe, una gota de sudor frio recorre tu frente y se resbala por tu cuello hasta tu pecho, hace frio, el tiempo camina sosegado, te estás volviendo a quedar dormida, el teléfono suena, ya es hora.