viernes, 3 de junio de 2011

Pompas de jabón...

El sonido del tren, al recorrer la falda de una gran montaña, producía una metálica alegría para la escucha de Haseozoshi. Eran sus primeras vacaciones en pareja y su segundo esposo no tardaría en preocuparse por su ausencia, llevaba ya cerca de una hora mirando cómo se desdibujaban los paisajes desde el barandal del último carro, haciendo burbujas.
   -Así que aquí estas, dijo Jiro aproximándose lentamente hacia Haseozoshi.
   Asustada por aquella presencia recogió un poco su cuerpo, apretándolo fuertemente contra el barandal que la detenía a una fatal caída, guardó la delgada vara de bambú en la solución jabonosa y miró a su esposo con un aire melancólico.
   -¿Crees qué es correcto esto? Sus palabras denotaban timidez, había una inocencia incomprendida en aquella pregunta.
   -No lo sé, siento miedo todo el tiempo, y esta espera lo único que hace es que me sienta solo.
   El rostro de Haseozoshi había cambiado su expresión en un momento, dejaba ver  una hermosa sonrisa desde la orilla del tren en que se recargaba. La velocidad del tren disminuía, quizá estarían próximos a llegar a la siguiente parada, la pareja no podía darse cuenta, no veían nada de lo que se advenía desde la posición en que se encontraban, solo alcanzaban a vislumbrar lo verde de la montaña.
   -Vamos, no hay que tener miedo, resolvió ella probablemente más por consolarle, tomo de nuevo el bambú y comenzó a soplar.
   -Eres como ellas.
   -¿Cómo quienes?
   -Como las pompas de jabón. Tan delicadas y con esa cualidad de alimentarse con la luz y verse tan lindas.
   Haseozoshi continuó soplando burbujas por un largo rato con un semblante muy cálido, casi feliz. Era extraño, todo a su alrededor parecía haberse callado, habían entrado en un espacio donde el tiempo no fluía, ni para adelante ni para atrás. <<Así debe ser la muerte>> Pensaba Jiro a la vez que intentaba sonreír. Disimular la opresión en el pecho siempre le era difícil y ahora lo era más con esta situación de tez anacrónica y desvanecente.
   -Descuida, solo hay que seguir aguantando.
   Las palabras de Haseozoshi más que disminuir su lacerante sentimiento lo incrementaba. Los consejos, así como los convencionalismos de consuelo son como echar sal en la herida.
   -Han pasado ochenta y ocho días, soltó hacia su esposa intentando cambiar la dirección de la situación en que se habían detenido a la vez que pretendía calmar su dolor.
   -Ha sido una boda extraña. Al final siempre se suele besar a la novia y nosotros solo nos hemos guiñado el ojo. Al recordar esto, no pudo reírse, le parecía gracioso todo lo que habían vivido durante esos ochenta y ocho días.
   Al verla ahí, tan hermosa, Jiro sintió más fuerte la opresión de su pecho, la tristeza causada por esa ausencia que sentía, por no poder tocar a su esposa, estaba acabando con él. <<Faltan doce, solo doce…>> dijo para sí mismo y Haseozoshi sugería notarlo, quizá lo hacía, pero por cariño o por temor no se atrevía a mencionar nada.
   -Me gusta el sonido metálico del caminar del tren.
   -Es bastante lindo.
   Haseozoshi se volvió hacia la montaña, recargándose en el barandal y dándole la espalda a su esposo. Él, acercándose un poco más no pudo detenerse y la abrazo, susurrándole “te quiero” al oído. El bufido del tren anunciaba que se detenían. Jiro Estaba solo, abrazaba un bello kimono naranja con flores blancas bordadas como detalle. La vestimenta que sostenía rabiosamente contra su pecho estaba mojada, no sabía si era a causa de la solución jabonosa que se había derramado o por las lágrimas derramadas por el sentimiento de ausencia.