jueves, 10 de marzo de 2011

El tren de las 8:00...

Uno se encuentra parado, siempre parado a la espera del siguiente tren que lo lleve a su destino. Una mañana, al despertar tarde y llegar a su cita puntual con el tren de las 8:00, se encuentra con que una mujer se ha aventado a las vías, retrasando todo el sistema, que desgracia se piensa, pero aún es mayor la desgracia de no ser puntual, pobre chica y pobre tren de las 8:00 que lleva ya quince minutos de retraso. Pasan unos minutos más y el tren por fin abre sus puertas a los usuarios, son las 8:32 y ahora es uno quien lleva el retraso.
  Al siguiente día se encuentra puntualmente a las 7:26 parado en la estación esperando al tren de las 7:30, mira con ansiedad de avance el reloj de cuerda y se alegra al saber que faltan cuatro minutos, el cuatro siempre ha sido su número favorito. Llega el tren puntual e ingresa de forma alegre, unas muchachas que probablemente se dirigen al colegio sonríen al verlo sonreír, llevan uniforme escolar y eso a uno le alegra un poco más, es necesario que la juventud se eduque.
  Despierta en un nuevo día y no se levanta de la cama, hoy es un día dedicado al descanso, la formalidad del tiempo puede esperar hasta su nuevo comienzo. Esta acostado en una cama antigua con sabanas que eran de su abuela y con el edredón caliente que su esposa le regalo en algún aniversario, acostado, una vez a la semana acostado a estas horas. Son momentos como estos los que le hacen pensar y divagar en el pensamiento mismo, quizá más divagar que pensar y quizá más dormido que divagando. Luego piensa que, días como estos no deben contar, que su semana consta de seis días y hoy es como si no existiera, ni él, ni el día.
  Ayer hizo cosas que habitualmente salen de la rutina, pero hoy es un día nuevo y se encuentra parado en la estación esperando el tren de las 7:30. Son las 7:26 y le alegra saber que está esperando en el mejor de los tiempos. El tren llega y una señora de edad avanzada le quiere ceder el lugar, hace un gesto sutil y delicado para negar y sonríe, no deja de sonreír y no deja de ser un caballero. Va parado, siempre parado a la espera del destino, y para él, sólo restan 6 estaciones, ¿qué quiere decir eso?, que sólo le quedan seis días más por recorrer.
  La puntualidad es importante piensa y ahora toca subir al tren de las 8:00, ve su reloj de cuerda y ya es hora de ingresar al viaje.
  A la mañana siguiente no siente ánimos de viajar, quizá debe arrojarse a las vías, dejar de sonreír y dejar de estar parado como siempre, como siempre esperando el tren de las 7:30. No desespera es paciente y ya quedan cuatro minutos para ser la hora en la que pueda ingresar al viaje. El tren llega puntal, no hay mucha gente como de costumbre, piensa que a lo mejor es un día de descanso, como el que él tiene o quizá que ya varios se han decidido por arrojarse a las vías, pero no puede ser, ya que este tren ha llegado puntual, le alegra darse cuenta de eso.
  Pasó otro día y ya está esperando de nuevo, por fin llega el tren y no ha vuelto a ver ni a la señora, ni a las jóvenes del colegio.
  ¿Qué toca hoy? ¿El tren de las 7:30 o el de las 8:00? Se pregunta para después responderse a sí mismo que el de las 8:00, está cuatro minutos antes de esa hora y ve el tren acercarse velozmente, eso le gusta y le gusta la puntualidad. Hoy tampoco reconoce ninguno de los rostros dentro del tren, lucen nuevos, extraños a lo que él acostumbraba durante viejos viajes.
  Se abren las puertas del tren de las 7:30 y está cansado de viajar, le alegra que mañana sea día de descanso y sonríe.
  Esperado día, no se levanta, no sueña, mira el techo con una sonrisa clamada y tranquilizadora, hoy no hay tiempo y tampoco sueños. Ya no tiene preocupaciones por la puntualidad, el día de mañana ya no abordara el tren de las 7:30  ni el de las 8:00. Su reloj no tiene ya manecilla pequeña, sólo marca que faltan cuatro minutos para cualquier hora, ya no está parado, ya no tiene que esperar parado y ya tampoco espera acostado.