martes, 15 de marzo de 2011

Quería un hijo...

Con el cielo obscuro y la visión a blanco y negro, como en alguna película vieja, le dan a uno ganas de bailar, bajo una enorme luna llena, cerca del puerto, sin luz más que la de un faro lejano, sin música y sin zapatos siento tu tacto, sostiene mi mano y mi hombro, yo a su vez te tomo de la cintura, siento la calidez de tu piel y te veo directamente a los ojos, no hay palabras, sólo pies que se mueven lentamente a un son inexistente. El tiempo parece no seguir su lineamiento y el cielo no va a clarear, me gusta sentirte cerca y ahora más que caemos despacio, a la duela de la pista, a un espacio que no pertenece a ningún lugar, sin luz, sin música, todo tan cerca de ti.
  Creo que he bebido un poco de más, la fiesta ya había termino hace unas horas y me había metido a la cama aún con el traje puesto, Amara no estaba a mi lado y la luz de la cocina estaba encendida, un ruido extraño seguía un ritmo molesto. Qué pasa, pregunté a la hermosa figura que se encontraba metida en un lindo vestido rojo, sentada a la pequeña mesa de cristal y golpeteándola con sus uñas mal pintadas. Sabes, quiero un hijo, me respondió Amara con toda la tranquilidad del mundo. Ella sabía que a mí no me parecía la idea de tener hijos, no ahora, vivíamos una linda etapa de nuestras vidas, llenas de lujo, de placeres y dichas, como hoy, descansando en una bella casa después de una elegante cena y una fiesta inolvidable. He llamado a mi hermana, quiere saber cuándo iremos a conocer a nuestro sobrino, nació hace dos meses y sólo lo hemos visto por fotografías en una computadora, quiero un hijo José, soltó después de un silencio prolongado. La situación acabaría mal, ya antes habíamos peleado por el mismo tema y todo finalizaría con ella llorando encerrada en el cuarto y yo lejos en algún bar pensando en la posibilidad de tener un hijo ahora. Sabes lo que pienso y ahora no tengo ganas de discutir respondí. Tarde, muy tarde ya había dicho la palabra “discutir”, ahora vendrían sin fin de reclamos.
  Media hora después, seguíamos sentados a la mesa, yo sostenía las manos de mi mujer y ella lloraba ya más tranquila. ¿Qué debería hacer? Lo siento de verdad, no quiero un hijo a estas alturas, decía mientras me incorporaba. Ahora te vas, no quiero que vuelvas a tocarme, grito en un tono seco y lastimado. No me gustaba la idea de tener hijos, pero me gustaba el sexo. De cualquier  forma no importaba, ya hacía más de dos años que le era infiel, acostándome con diferentes mujeres, incluso ayer había dormido con su mejor amiga. Eres un infeliz, piensas que no estoy al tanto de todas tus aventuras, dijo, como desahogándose y soltando un enorme peso que cargaba desde hacía ya tiempo. Sabía lo de las mujeres y quizá sabía lo de su hermana, soltera, con un hijo bastardo y sin que nosotros la visitaremos desde hace ya once meses. ¿Y yo era el infeliz? ¿Qué hacia ella con un hombre como yo? José, dijo con una entrecortada voz, te amo…
  Un silencio se apodero de la escena, yo no quería estar más ahí, quería regresar al sueño, seguir sintiéndola, bailando sin preocupación, sin luz, sin música. Me voy, dije y salí de aquel lugar llevándome las llaves del auto. ¿Qué debería hacer? Por qué Amara no se daba cuenta de la situación, el médico le había dicho que no podía tener hijos y su hermana, que amablemente se presentaba para prestarle el útero para que naciera nuestro hijo dentro de ella se negaba a que la volviéramos a ver, me sentía mal, de verdad amaba a Amara, pero no entendía por qué ahora me dirigía al encuentro con otra extraña mujer de habitación.