lunes, 6 de diciembre de 2010

Ella más pálida que de costumbre y yo más rojo de lo que pensaba...

Después de tan sólo cinco minutos de una muy “interesante“ lectura te levantas de la cama, dices que tienes que ir al baño no sé a qué. Aprovecho ese tiempo, busco debajo del colchón, quitando y haciendo a un lado las revistas y películas pornográficas que un compañero del trabajo me ha regalado, no encuentro nada y mi mujer, o al menos la persona que duerme a mi lado está por regresar, no me arriesgo y me acomodo en la misma posición en la que estaba cuando ella se fue. Debo decir que aún tengo vergüenza por hacer este tipo de cosas, miedo a la exposición de mi perversión, miedo a que me descubran “in frganti”. Qué haces? Pregunta arrogantemente, como cuando sueltan al aire una acusación sin fundamentos esperando que uno, tontamente, suelte algún crimen realizado. Nada, respondo con el mismo tono y ella se percata. Todavía no regresaría a la cama, quizá percibió lo que hacía y sólo se ha asomado a la puerta para confirmar su sentir. Al cerrar la puerta busco de nuevo entre mis cosas, esta vez hago y deshago, cambio de lugar mi arma, un estuche de cuero negro cubierto por fina seda que guarda mi jeringa personal, una cajetilla de cigarros y una bolsa de plástico con por lo menos cincuenta mil dólares en cada fajo, hay diez de ellos. Por fin encuentro lo que buscaba y aún en tiempo de que mi mujer salga y se percate. Un sobre de color amarillento guarda documentos de sumo valor sentimental, les echo un vistazo y me alivio por lo que leo en ellos; “certificado de defunción”, uno, dos, tres como estos siguen adentro, guardando mi historia, protegiendo mi estilo de vida. Sonrió y pensó pienso que pronto serán cuatro, tomo el arma que antes había colocado en la mesa que está del lado de la cama y espero, ya quiero ver la cara cuando salga y se entere de todo en un segundo, o el caso, en un disparo. No entiendo por qué tarda tanto, siempre hace lo mismo, apunto a la puerta, a la altura de la cabeza y se escucha la manija que forcejea para abrir. Un relámpago suena, la sangre corre y mancha por todo alrededor del cuerpo, mi mujer, con los ojos desorbitados cae de rodillas y respira agitadamente, comienza a reír. Su aspecto se ve un poco más grotesco que el mío, la previa excitación muestra su cabello alborotado y su cuello deja ver un collar de perlas que antes de entrar no tenia, su sexo descubierto revela un viscoso liquido blanquecino que resbala por sus piernas, en el brazo izquierdo un hule que aprieta, que hace resaltar sus venas y más con la fuerza con la que sostiene un sobre de color amarillo en su mano, un poco de humo sale detrás de ella, también blanco que huele a pólvora y tabaco sin filtro. Sonreímos los dos, ella más pálida que de costumbre y yo más rojo de lo que pensaba.