lunes, 4 de abril de 2011

El Sr. C...

A veces suelo escribir, dejando que mis palabras fluyan de vez en cuando, no forzándolas a salir, ni a formarse una tras otra formando ideas que a la larga pienso en borrar. Usualmente escribo, pero existen ocasiones en que, dejado por una pasión inexplicable, quizás solo dejado por la pasión, lleno unas cuantas líneas que no digan nada, pero que brotan sin más de mi cabeza con el solo propósito de brotar.
  “…hola, cómo está Sr. C, preguntó la persona F al ver que H se encontraba muda frente a un Sr. C que platicaba fervientemente, trazando una historia tan peculiar como la de su vida. Bastante bien respondió el Sr. C y volvió su atención a H que continuaba sin decir o aportar el más mínimo comentario…”
  Hoy no tengo nada más que decir.

sábado, 2 de abril de 2011

Coincidencias...

El piano se escuchaba ya lejos de donde nos encontrábamos, apenas y lo alcanzábamos a percibir, una pieza de Rachmaninoff se distinguía, pero la noche ahora nos guiaba en el andar unas calles abajo. Ana traía un vestido negro, largo, de gala, con unas zapatillas que le hacían juego y un collar de piedras negras que resaltaban más aún su belleza, siempre había creído que a las mujeres de cabello rubio les va bien el negro. Yo iba menos elegante, pantalón y zapatos de vestir y una blanca camisa solo detallada por un chaleco que hacia juego con lo demás en el color, negro por supuesto. El auto estaba estacionado unas calles abajo, lamentaba lo alto de los tacones de Ana y quizá ella lamentaba que yo hubiere tenido la desconsideración de estacionarlo un poco lejos del lugar o al menos que hubiere ido yo por él mientras esperaba frente al edificio de donde habíamos salido, pero el hecho es que ahora ya nos encontrábamos caminando en dirección del auto respirando el grato olor a tierra mojada que había dejado consigo una pequeña llovizna minutos antes. Cárgame, dijo ella a la vez que sus pies dejaron de andar, se veía hermosa bajo el reflejo de una lámpara pública que no alumbraba mucho, a media luz diría yo para hacer la descripción de Ana aún más bella. Estás loca mujer, le respondí y seguí andando. No escuchaba pasos que me siguieran y sin voltear grité que no la cargaría, que era muy peligroso y que podríamos caer rodando por la calle a causa del suelo aún encharcado. Nada. No escuchaba ni un respiro de ella y tampoco se oía el piano ya, sonreí al creer que se trataba de un juego, de una táctica para que la cargara y tuviésemos un ligero acercamiento que probablemente terminaría en alguna cama. Más vale que… No pude finalizar la frase ya que al voltear no había nadie a mi espalda, ni un alma errante que divagara pidiendo alguna moneda para su desdicha. Desande por la calle un rato y ni una señal que me dijera dónde estaba ella, me recargué junto a la lámpara que segundo antes la alumbrara y respiré hondo, intentando tranquilizarme. La poca luz que me iluminaba se fue desvaneciendo poco a poco dejándome en penumbra, ¿a dónde había ido?
  Alberto tocaba de una extraordinaria manera el piano, un muchacho tímido que había sido educado en casa, bajo estrictas normas impuestas por su padre, que según, habían pertenecido a lo largo de ya una veintena de generaciones. El lugar no estaba acondicionado para resguardar la música, pero eso no impedía que los invitados disfrutaran de diferentes compositores a manos de Alberto. Tras una breve pausa de una hora, Alberto se disponía a beber un poco de vino y sentarse solo a la mesa para degustar unos cuantos bocadillos, siempre acudía a eventos de similar desarrollo y sabía que pronto lo pondrían a tocar una vez más, no por nada ganaba lo que ganaba y mientras tanto se llevaba a la boca unas cuantas brochetas de todo tipo y gusto.
  El director de una gran corporación de automóviles estaba sentado en una de las mesas principales, no gustaba mucho de la música de piano, pero creía que era elegante poner a escuchar a los invitados algo de esa música al igual que poner toda una mesa llena de bocadillos, brochetas en su mayoría. Era cumpleaños de su hija y eso era suficiente para gastar todo el dinero menester en caprichos como esos.
  Era su cumpleaños y en lo único que pensaba al escuchar aquella música de piano era en desaparecer, tenía ya 25 años de edad y la vida parecía que le pasaba por enfrente sin siquiera notarla. Su padre tenía demasiadas atenciones con ella, no reprochaba que siempre tuviera lo mejor, pero creía que todo aquello no le pertenecía, sino que todo se lo habían dado en bandeja de plata sin que ella lo pidiese. Empezaba a desesperar por todo el teatro representado frente a sus ojos, necesitaba salir de allí a como diera lugar, empaparse de la lluvia que caía en ese momento, empaparse de vida y en un momento tomo la decisión, no sería fácil y si algo salía mal podría terminar en un lugar apartado y quizá romántico con un completo desconocido haciendo quién sabe qué. Miró por todas direcciones y no encontró por momentos a la persona indicada, por lo menos tendría que ser alguien atractivo o de perdida interesante. ¡El pianista!, pensó por un momento, pero éste comenzaba a apasionarse con el Concierto no. 2 para piano de alguien llamado Sergei Rachmaninoff, no podía ser él. Después entre su desesperación notó a alguien que miraba el cesar de la lluvia en la ventana, era algo atractivo y el aire de misterio que lo rodeaba por su comportamiento desentonado en lo que debería ser una fiesta termino por convencerla, era él sin duda quien le ayudaría a salir, se dirigió hasta donde se encontraba junto a la ventana y empezó una hábil conversación que finalizó con dos copas de vino y una murmuración al oído. Se estaban alejando de todo el lugar, ya estaba muy próximos a la salida cuando el padre de ésta le preguntó que a dónde iban, ella respondió que saldrían un momento y que regresarían enseguida, abrió la puerta y se despidió de su padre a lo que este le respondió con un cálido y familiar “con cuidado Ana…”.

viernes, 1 de abril de 2011

El dibujo de la esquina de la hoja de mi libreta...

¿Por qué estás molesto? Preguntó una de mis compañeras en la primera clase del día, era ética y se trataba el contenido de “El derecho de gentes” de un autor Rawls. Quizá de verdad parecía en molesto, pero no lo era, solo estaba cansado, con algo de frio, muy ansioso y  un poco aburrido, de lo cual, lo último se podía ver en un dibujo que realizaba en tinta negra de un barco que navegaba osadamente en aguas peligrosas y muy estrechas intentando no naufragar en algún risco. No estoy molesto mujer, respondí y volví al dibujo de la esquina de la hoja de mi libreta. ¿Entonces qué te pasa? Dijo enseguida mi compañera. Por qué insistía en hablarme, acaso no se percataba que tenía una pequeña fascinación por los barcos o quizá era solo que estaba tan aburrida como yo. Paré de detallar al “Coplero III” (nombre que llevaba mi barco en uno de sus costados) y fijé la mirada en los ojos de Miriam, ese era el nombre de mi compañera con la que  ahora conversaría y le mencione que aún no me acostumbraba a traerlos puestos y acto seguido, le sonreí. Ella se llevo las manos en la boca en señal de sorpresa, también fijo su mirada en mis ojos y me devolvió la sonrisa, pero de una forma más cálida y dulce que la mía. Yo dejé la mueca a un lado y regresé a la inexpresividad y a la mirada casi despectiva de siempre. El profesor nos había estado observando, no supe si fue desde las preguntas de Miriam o de mi dibujo o de las sonrisas hechas, estaba a punto de soltar palabra, probablemente alguna pregunta relacionada con el tema que veíamos y que por supuesto no sabríamos y, en su cara si se notaba la molestia de sentir que no le prestaban atención, todos lo sabían, pero no dijo nada, solo negó con la cabeza y retomó lo suyo cuestionando que en qué parte se había quedado. Miriam y yo nos volvimos el uno al otro con miradas de complicidad y ambos regresamos a nuestras antiguas posturas, ella haciendo una que otra nota y yo a mis dibujos, ahora me dedicaría a dibujar un tenedor, otra de mis fascinaciones.
  Faltaban diez minutos para terminar  la eterna clase de dos horas, el frio ya no me calaba tanto y mi boca pedía que se le atendiera, pensé en un beso ¿cómo sentiría un beso? Y ¿cómo lo sería si la chica con la que me besara tuviera una perforación en la lengua? Creo que eso lo había visto antes en un comercial o algo así. Le pregunte a Miriam si tenía perforada la lengua y para su mala o buena fortuna no la tenía cuando me la enseño. Lastima le dije y regresé a mi libreta, llevaba ya dos barcos, el “Coplero III” en su navegar, el “Coplero IV” hundido, solo con la proa visible fuera de las aguas, un tenedor de estilo barroco y un juego de tenedores sacados de mi imaginación.
  La clase había terminado y el profesor nos dio pase de salida, recogimos nuestras respectivas cosas y salimos antes de que acabaran todos sus clases y complicaran el transito. Ya en el pasillo caminábamos a la par, Miriam ahora insistía en el por qué le había preguntado acerca de su lengua y yo me limitaba a negar con la cabeza y a sonreír diciendo que por nada, por nada. Ándale dime… dijo ella en forma de ruego, por un momento pensé en besarla, pero terminé respondiendo que porque todavía me sentía cansado, con algo de frio y sobre todo ansioso, que aún no me acostumbraba a traer brackets.

jueves, 31 de marzo de 2011

Incomprendidos...

Tras haber pasado diez años de casados, Joseph no podía ni siquiera fingir delante de ella, ya que lo notaba enseguida, descubriendo cada mentira, cada estado de ánimo, desnudándolo por completo y dejándola molesta como acostumbraba tras una discusión de la cual, era normal que saliere siempre perdiendo.
  Ahora Amara tomaba un baño, no le incomodaba que su ex pareja estuviera sentado en la terraza fumando, algo que a ella le disgustaba bastante hace tiempo y haciendo algunas anotaciones en una libreta parecida a las que  llevaba consigo todo el tiempo, con una cubierta rustica en tono azul marino, de tamaño considerado para guardar en su bolsillo y dispuesta a resguardar líneas que pronto acabarían en una editorial dentro de un libro bien vendido. Fumaba y escribía aquel hombre mientras agua caliente enjuagaba un cuerpo desnudo de una mujer. Al salir con tan solo una toalla amarrada al cuerpo, Amara encontró a Jospeh exactamente como lo recordaba, sosteniendo un cigarro como veces anteriores, ciertamente y pese a su falsa aceptación nunca le había agradado ese habito de contaminar el aire, pero que al menos esta vez lo hacía en la terraza, al aire libre dañando todos los demás, pero con la cortesía de no dejar impregnado el olor a tabaco dentro de la casa.
  Y bien, a qué has venido, pregunto Amara de forma directa y sin alguna emoción perceptible. Él permaneció callado, viendo en dirección de la ciudad un hermoso paisaje que se dibujaba delante del apartamento. De verdad  no se aguantaba la situación entre los dos, él siempre en silencio y ella siempre haciéndole preguntas que ni siquiera se tomaba la molestia en respirar o por lo menos voltear a verla, solo anotaba algo en aquella pequeña libreta y la cerraba. El humo no dejaba de salir, escapando al aire para luchar contra el oxigeno, para fundirse con él y ser respirado con la única esperanza de sobrevivir. ¡Deja el maldito tabaco y responde! Gritó exaltada, estaban en su casa y no supo por qué se lo permitía, Joseph volvió la mirada hacia ella y dijo que no quería discutir, que ya lo habían hecho durante mucho tiempo, que sabía que le molestaba el humo del tabaco o que él fumara, pero que era algo que hacía y que no sabía por qué, después abrió de nuevo la libreta y anoto algo, fue breve el paso de la pluma por el papel porque la cerro casi enseguida. Estaba harta y tampoco quería discutir, así que o respondía o se iba de aquí le dijo a quien fuera su compañero un año antes. Quería llorar, pero era menester mostrarse firme para aguantar de nuevo aquel enmudecimiento que se aproximaba por parte de él. No duro mucho el mutismo ya que Joseph se levantó de su asiento y mencionó algo que ella jamás olvidaría: “no puedo, lo siento…” y salió de por la puerta para que ya no se le volviera a ver de nuevo.
  Con los ojos cristalinos y la visión nublada por unas lágrimas que deseaban salir tras él, Amara notó que había olvidado la libreta. La recogió del asiento y leyó la primera página, donde venia una dedicatoria: “Entre el conocerte y el no conocerte elijo no conocerte, para que me sorprendas cada día, con cada enfado, con cada gracia tuya que me inspira una y mil de las líneas que sangran de mi corazón…”
  Ella aún pensaba en él y él no había dejado de pensar en ella.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Por favor comenten...

Hoy quisiera hablar en primera persona, hacer que parezca que de verdad estoy hablando y es porque de verdad lo estoy haciendo. Pido que lean, pero más importante aún, pido que comenten de la manera más atenta, que con cualquier ilación de palabras me bastara para quedar por bien servido, incluso satisfecho de cierta forma. Adelante y por favor comenten, háganme ver mis errores, tanto en mis escritos como en mi persona y ayúdenme a mejorar.
  Es el tedio lo que me hace poner unas cuantas líneas y después pensar en borrarlas, ¿de verdad voy a lograr algo con aquella patética petición?, me conozco, no soy de las personas a las que le interesa si puedo ser mejor o peor persona, eso que lo decidieran los demás y para ellos mismos claro (si soy bueno para una persona, entonces seré bueno para ella, pero quizá sea mala para otra y por ende seré malo. Bueno y malo seré entonces, ¿quién hubiera pensado y podido aceptar tal contradicción? Soy solo yo, la gente tiene la manía de andar atribuyendo y regando cualidades por todas partes y a todo en cuanto juzgan.), a mí me tiene sin el menor cuidado porque soy como soy y suelo ser.
  Ahora bien, me pregunto si de verdad habrán pensado que era yo hablando como escritor o como un personaje más o quizá simplemente ambas. También divago en que si podrán planteárselo en la cabeza y discernir esto como realidad, del autor con características tangibles o como ficción, mero invento de alguien tras una computadora escribiendo algunas líneas.
  Juguemos un poco, qué quien me conozca se confunda y quien no, que decida entre la realidad y un texto como otros tantos de por aquí. ¿Qué más tenía que decirles? Ah, sí, por favor comenten…

martes, 29 de marzo de 2011

Un cuento corto para dormir...

Un cuento corto para ir a dormir, pedía Alexia a su madre que revisaba unos documentos importantes sobre la mesa de la cocina, pagos con el letrero de URGENTE por un lado y cartas de los bancos que exigían una respuesta, económica obviamente de préstamos realizados por el otro. Ahora no hija, ve a ver la tele un rato y luego a la cama a dormir cariño, decía la madre preocupada por el mañana que se les venía hoy encima. Yo estaba sentado en la sala, en el sillón azul de siempre, me pesaba ver a mi mujer angustiada, pero no movía ni un dedo para ayudarla, solo permanecía ahí, estático en el mismo lugar en que acostumbraba.
  Alexia se sentó junto a mi lado, yo la observaba y ella solo me miraba, inspeccionando mis ojos, esperando que me levantara para que acompañara a su madre o mejor aún, para que le contase un cuento corto para dormir. En la televisión había un programa acerca de animales, a mi me gustaba, pero mi hija había decidido que era aburrido y que por ende era preferible ver unas caricaturas, que no me desagradaban. La noche pintaba para ser larga, entre espontaneas risas que se le escapaban a la pequeña niña y entre silencios que permanecían de un hombre accidentado, cubierto por vendajes manchados de sangre que solo podía observar su desgracia.

lunes, 28 de marzo de 2011

Inconforme con la vida, con el mundo y más específicamente con la realidad...

Inconforme con la vida, con el mundo y más específicamente con la realidad y con tan solo doce años en los bolsillos de un pantalón de pana obscura, una camisa blanca, zapatos de vestir y un peinado anticuado, acomodado simplemente de lado, Alfonso B. tomó una gran decisión que marcaria su vida de por vida y la de unas cuantas personas cercanas. Viajaba solo en el metro, no había nadie quien lo acompañara en sus viajes a pesar de su condición enfermiza, iba de camino a la escuela  cuando bajo por las escaleras y llego a la ventanilla en donde sería atendido por una mujer de enormes pechos, fue el momento culmine, definitivo en su existencia y no porque entraría a la pubertad al sufrir una pequeña erección sin darse cuenta en su miembro al ver a la despampanante mujer, sino porque al pedir amablemente que le abonaran treinta y uno cincuenta en la tarjeta que su madre le había dado para viajar en aquel transporte colectivo, la mujer de generoso busto y ver le comentaba dulcemente que no le podía recargar cincuenta centavos, dejando atrapados en su tarjeta otros cincuenta centavos electrónicos, ¿acaso alguna vez el pasaje se pagaba con múltiplos de cincuenta centavos? Eso era todo, suficiente para afirmar que la realidad en que vivía no bastaba, que carecía de sentido, que quizá, pese a esa carencia que se veía a diario en las calles, los autores de varios libros veían en la escritura un mejor mundo, donde personajes no perfectos como cualquiera de las personas existentes, hallaban en ese mundo ficticio una mejor realidad. El pequeño Alfonso solo pudo poner una cara de sorpresa al ver en la pantalla que el saldo de la tarjeta constaba de treinta y dos cincuenta y acto seguido recogió la tarjeta junto con los cincuenta centavos.
  Ya dentro de un vagón con algo de poco espacio y con un calor que era insoportable, una gorda señora aprisionaba a Alfonso contra la puerta y lo blando de sus carnes, se sofocaba y al llegar a la estación hidalgo se alegro de su liberación, aún faltaban otras dos estaciones y era cuestión de tiempo para superar y sobrevivir una vez más su trayecto, pero no cantó victoria, ya que su libertad solo había sido momentánea, un grupo de desalineados cortes de cabellos, pintados y rasurados que formaban figuras lo rodeaban y eso no bastaba para que fuera aterradora la situación, junto a estas aberraciones, hombres de casi el mismo tamaño, todos iguales y vestidos de una forma casi religiosa, de cerámica, bendecidos por algún aroma que olía como a zacate quemado, olor como que el que varios de sus compañeros desprendían de unos cigarrillos extraños formaban parte del grupo. Tenía miedo, era evidente y aquellas personas no hablaban, gritaban y reían de una forma ininteligible, incomprensible al lenguaje ordinario. Pero su temor alcanzó niveles más altos ya que una de las estatuillas parecía observarle, pero no duro mucho ya que esas personas o lo que fueran, salieron una estación antes de la de Alfonso.
  Respirar aire fresco le venía bien, ahora solo faltaba caminar unas cuantas cuadras, entrar a la escuela y a su respectivo salón, abrir su libreta y comenzar su destino, escribir unas cuantas líneas que no pertenecieran a esta realidad, a este mundo, creando algún lugar donde sería mejor la vida o, en todo caso adornar su manera habitual de ver las cosas a diario.
  Pasaron más de dos horas y Alfonso seguía sumergido en su libreta, anotando de una forma casi pasional, intentando mejorar la narración de lo que había acontecido el día de hoy. La maestra, como siempre tardaba en llegar daba al niño de tan solo doce años tiempo para terminar. Todo el salón de clases estaba sumergido en un jolgorio, chismes por el lugar donde se juntaban las niñas y juegos de futbol improvisados con una lata en donde se juntaban los niños. Alfonso se encontraba en el rincón más apartado de sus compañeros y cuando puso el punto final, al mismo tiempo en que lo hizo, coincido con la llegada de la maestra que puso un orden con tan solo su presencia. El salón enmudeció, pero todos continuaban en el mismo sitio en el que estaban realizando sus correspondientes actividades. La maestra de sexto grado analizaba la escena, como buscando a algún culpable, inspeccionó con la mirada cada uno de los rincones del salón y todo parecía en orden, niños normales que juegan, niñas normales que platican de alguna celebridad y solo un extraño agazapado en una libreta. Era fácil la elección del culpable y no por ser extraño eligieron a Alfonso, sino porque resaltaba. La maestra se le acerco y le pregunto que qué hacía, el niño cerro de súbito su cuaderno lo cual levanto sospechas, la ingenua mujer de enseñanza no imaginaba lo que encontraría a continuación, un texto que iniciaba con la frase “Inconforme con la vida, con el mundo y más específicamente con la realidad…”.