jueves, 14 de abril de 2011

Pronto llovería...

¿Por qué no me llevas esta noche? Preguntaba Tzadi a un dios que parecía nunca escucharla, llevaba ya treinta y cuatro días acostada en su cama, pidiéndole, implorándole lo mismo cada vez que se iba a dormir, esperanzada de poder desprenderse del sufrimiento ocasionado por un antiguo desamor. Su habitación era obscura y el viento soplaba energéticamente dentro de sus seis paredes colándose por dos ventanas que estaban abiertas. Tzadi se incorporo de súbito en una de las esquinas de su cama, sentía algo extraño dentro de sí,  no era tristeza como en otras ocasiones, ni nostalgia, ni miedo, era otra cosa que no sabía cómo explicar. Se puso de pie en un segundo y, en otro comenzó a andar tan suavemente por la alfombra del piso que daba la impresión de que flotaba, anduvo de un lado a otro, pensando, intranquila de lo que experimentaba, un cosquilleo en el estomago, ¿algo le habría caído mal en la cena?, no, no era eso lo que ocurría, sino un acontecimiento que quizá ya antes había vivido, como en otra vida. El viento seguía desplazándose libremente por toda la habitación, había encontrado un lugar para quedarse “quieto” un momento, el viento era frio y quería calentarse cobijándose con las pesadas telas de la cama. Ahora el viento dormía plácidamente en la cama de Tzadi y ella lo miraba extrañada, imaginando que él podría explicarle lo que sentía en su interior. No, no debo despertarlo, tiene frio y por hoy dejare que pase la noche aquí, pensó y fue tranquilamente a cerrar cada una de las dos ventanas, para que no llegara alguna otra entidad y se apoderara de la cama, quitando a su segundo ocupante y causando una discusión interminable.
  Pronto llovería, esa repentina marea verde que cae sobre la tierra, pintándola de un color naranja, haciendo crecer nubes del suelo que después flotarían hasta el cielo encontrando su destino, Tzadi también quería flotar hasta el cielo, alcanzar una de las nubes y acompañarla en ese destino, pero todo eso lo tenía prohibido por sus padres, por ahora.
  La lluvia comenzaba a calmar su dilecta música y una de las puertas de la habitación de Tzadi comenzaba a abrirse a la par, dejando que la luz se colara por el espacio hasta el rostro de la niña que dormía en la cama. ¿Qué pasa hija? Pregunto una voz cuasi femenina sin entrar a la habitación, Tzadi volvió la mirada hacia donde se encontraba el origen del sonido perturbador de silencio, incorporo el torso sobre la cama y respondió que no pasaba nada, que había tenido un extraño sueño donde podía sentir, se recostó de nuevo y la puerta, por la cual había atravesado aquella voz se cerraba dejándola en tinieblas de nuevo. Ya bajo las cobijas y con el rostro cubierto por estas, Tzadi pensaba que era bueno no ser humana, que no le agradaría sentir ni un poco, que eso implicaría sufrir, alegrarse y volver a sufrir, haciendo más complicada la vida. La pequeña niña regresaba a su pregunta del principio y el viento que antes dormía junto a ella ya no estaba, quizá había conseguido calentarse y tras un breve de descanso emprendió el viaje nuevamente, o quizá había sido Dios quien se lo había llevado en lugar de a ella.

miércoles, 13 de abril de 2011

La Habana...

Hoy, o más precisamente ayer me encontraba pensando, pensando y bebiendo café en un lugar llamado “La Habana”, café muy agradable y de excelente gusto al igual que mi compañía, quien había previsto una cita para una serie de preguntas, lo cual a mi me aterraba, siempre he tenido miedo de las preguntas en exceso, me siento como en un interrogatorio sin saber cuáles serán las repercusiones de mis repensadas respuestas. Estefanía quería saber detalles de mis escritos (si no lo dije antes es porque suponía que ya todos sabían (al menos los que me conocen) que me dedico a escribir), había pedido un Habana Oreo (un enorme vaso de café coronado por una galleta Oreo en la cima de la crema batida) para hacer, igual que ella conmigo, compañía a mi solitario capuchino aún sin azúcar que yacía solitario sobre un mantel con propaganda de una medicina, paracetamol me parece, cosa que me quito el apetito o al menos el antojo del mismo café. Las preguntas no se hicieron esperar: “¿para qué o por qué escribía?, ¿desde cuándo lo hacía?, ¿cuáles eran mis corrientes literarias predominantes?, ¿cuál era mi inspiración?, ¿si me agradaba escribir de ciertas formas?” entre muchas otras que ahora no recuerdo. La situación estaba algo tensa, al menos por mi parte, sentimientos encontrados permanecían volátiles sobre nosotros en la pequeña mesa cuadrada, ganando espacio por sobre todo el lugar, haciendo que mis manos empezaran a ganar protagonismo ante mi mutismo verbal. ¿Qué podía hacer, qué respuesta debería dar? Habían sido muchas preguntas soltadas a diestra y siniestra sin más, me sentía presionado, mis manos comenzaban a jugar con las servilletas y con el mantel, deshaciéndolo y formando figuras sin forma aparente y ahora me encontraba frente a ella, frente a un viejo amor que sabía que siempre me había sido y aún me parece y parecerá grato intercambiar comentario, experiencias y diversas obras de diversos temas. -Sabes, es increíble-, comencé a hablar y a encaminar mi pensamiento en articuladas frases al principio temerosas, pero que después tomarían fuerza y direcciones adecuadas, -ciertamente no sé por qué pregunta comenzar- y deje ver una leve sonrisa para dejar apenas perceptibles los brackets de mis dientes. Ambos reímos un poco, quizá había sido un principio bastante presuroso, pero después de unos sorbos de café la plática tomó matices más amenos que recordaban un pasado ya distante. Volvimos un poco en el tiempo, ahora cada pregunta que Estefanía me planteaba venia asociada de varios comentarios acertados e interesantes acerca de la redacción, la ortografía, el manejo de tiempos, la propiedad de mi habla, el significado del texto entre otros que ella misma se tomaba  la libertad en responder, yo solo me quedaba callado un poco, esperando mi turno para hacer alguna aportación a aquella conversación que ahora sería de tres; ella, ella hablando por mí y yo en escena.
  Todo transcurría de buena manera, el café se había terminado y la amable mesera, una señora ya de algunos años que nos atendía no dejaba de mirarnos, se acercaba en ocasiones para ofrecernos algo más o simplemente para recoger los vasos ahora vacios o quizá esperando a que ya nos retiráramos tras haber pasado tres horas ocupando un lugar. -¿Cómo escribes una historia?- preguntó ella sugiriendo en su tono un próximo final al interrogatorio. –Imaginemos- resolví, -digamos pues, que en este momento, que pasamos toda la mañana con un solo café, cosa común que puede suscitarse en muchas ocasiones y con diferentes protagonistas <<obviamente no me parecía común la escena>> lo tomamos como base para un futuro texto, entonces imaginemos que imaginamos que estamos aquí, bebiendo un café y de repente llega un hombre encapuchado, bueno, con un pasamontañas como aquel motociclista que está tras la ventana y entonces entra con un arma pidiendo todo el dinero del lugar y amenazando con asesinar a todos si alguien se mueve, entonces cabe la posibilidad de que nadie se mueva, nos despojen de las cosas de valor y se vaya tranquilamente sin hacer mayor daño que un susto o… puede que en un afán de hacer más interesante la historia nosotros dos nos movamos presurosamente antes de que termine de amenazar y nos escondamos en el baño de damas, donde por azares del destino, unos despistados jóvenes apasionados no tengan conocimiento de la situación y solo se están preocupando por donde tiene cada uno las manos y los labios, entonces entramos, nos percatamos de que no estamos solos dentro del baño de damas y nos agazapemos bajo el lavabo sin hacer ruido, para no interrumpir a la pareja y no ser descubiertos y esperar a que se calme todo allá afuera y poder salir sin menor riesgo. Pasan unos minutos y parece que el café vuelve a su habitual pero una poca espantada acústica, no hay peligro ya, pero el ladrón hubo decidido llevarse mi capuchino y ahora yo no pienso pagar por él y fin- terminé el relato con una sonrisa y el escepticismo de una futura aprobación. Era hora de irnos, Estefanía solo menciono que ojala y no pasa algo así y pedimos la cuenta.
  Íbamos de camino a casa, ella se venía quejando de su mala visión y de todo el problema consecuente y yo venía callado, pensando. -¿En qué piensas?- dijo ella al notarme dubitativo. Yo iba pensando que a veces tenía pensamientos un tanto misántropos, ¿qué caso tendría pelear por los derechos humanos y los izquierdos de la misma raza?, pero no lo dije, solo mencione que le había faltado azúcar a mi café.

lunes, 11 de abril de 2011

Con las cortinas cerradas...

Desde la tercera casa del cuarto exilio busco la forma adecuada de seguir escribiendo, sin que me censuren o persigan, para poder expresarme contra las injusticias, los crímenes y las ofensas que día a día veo ocurrir delante de la ventana con las cortinas abiertas de mi recamara, en la calle, donde los viandantes sufren desde un robo a mano armada por personas sin escrúpulos hasta brutalidad policiaca machacando la carne a golpes de cualquier inocente que se “parezca” a algún delincuente conocido o simplemente por obtener de estos una fianza ilegal que llega a cantidades que uno usualmente no trae en los bolsillos. Sí, dije desde la tercera casa del cuarto exilio y es que durante el segundo pase la mayoría de mis días caminando, de un lado a otro, durmiendo en las calles o en los albergues de “buena voluntad”, guardando el dinero para entrar a los concurridos locales de internet que prestan servicio a aquellos que no poseen un ordenador en casa y que al menos casa tienen, escribía en esos lugares, redactando textos que transmitían quejas no solo de personas que representaba la misma condición que yo, sino que generales de toda la comunidad, las enviaba al diario local que las publicaban sin más con tan solo ver la firma del final del texto (cabe decir que soy algo conocido en varios lugares y, por ende odiado también en muchos de ellos). Pero he de decir que el dinero también iba para comprar algo de comida, no se explicaría que viviera en la calle comiendo lo que encontrara y mucho menos que fuera por ahí robando alguna fruta o pan en el mercado o en cualquier puesto distraído de su mercancía. ¿De dónde carajos iba yo a sacar dinero tras un exilio? Eso, es cosa mía (pero nada malo aclaro, siempre he sido una persona honrada en ese aspecto).  Pero bien, continuaba diciendo que, pese a las experiencias sufridas a lo largo de mi carrera como escritor he encontrado diferentes soluciones a mis problemas de exilio, unas viables y otras no tanto, como aquella que me fascino al oírla de la voz de uno de los oficiales que me encarcelo alguna vez: “la cura de todos los males es la muerte viejo” dijo el sudoroso y barrigón oficial tras haber cerrado una cortina de barrotes de acero, quizá tenga razón, pero aún no me muero y, por mientras ¿qué debo hacer para curar mis males? Otra de las posibles soluciones era cambiar la firma de cada texto que redactara por un “anónimo”, pero eso presentaba un ligero inconveniente, es cierto el anonimato podrá tener esa confianza de decir las cosas y no temer al castigo, pero para qué escribir algo que no tendría un sustento firme y que se derrumbaría fácilmente si no tiene un nombre en que recargarse, tampoco es una opción viable. ¿Qué deje de escribir? ¡Por favor!, ni pensarlo. Y la última, que no me parece tan descabellada, que al lugar a donde vaya de ahora en adelante deba intentar no escribir los acontecimientos que transcurren y que me son reprobables y que comprometen la apariencia del estado (que son casi la mayoría, quizá solo tenga la capacidad de ver aquellas acciones de queja, no recuerdo cuando fue la última vez que redacte algo en beneficio de la localidad).
  Ahora estoy un poco estable, he conseguido una pequeña casa que da vista a la calle principal de la ciudad, tengo las cortinas siempre cerradas y me agrada el olor de pan recién horneado de las 8:00 am y 9:00 pm que siempre sale con puntualidad desde la panadería de la esquina de mi cuadra, es un lugar agradable para vivir, espero pasar otra semana más con las cortinas cerradas, a lo mucho.

viernes, 8 de abril de 2011

Silencio y obscuro, como en el teatro...

Elocuente es el saber cuándo se encuentran las palabras indicadas para referirse correctamente a un sentimiento encontrado por dos pasiones dadas, dijo Mr. Happy al encender por primera vez la luces en el escenario, vaya inicio de la obra pensé, sus palabras parecían ya las de un adulto, ya había madurado, no era el Mr. Happy que conocí alguna vez.
  De discurso poético para pedir la mano de la amada, de discurso retorico para hablar de política y para convencer y de discurso simple, para los amigo y no tan amigos, más claro para los que queremos y apreciamos y más rebuscado pero igual de simple para los que no queremos tanto, los indiferentes y un poco para los que odiamos, con el corazón y con algo más que sencillas palabras. Supongo que yo entraba en la categoría de los que no quería tanto ya que efectivamente encontraba rebuscado el lenguaje de quien hubo sido mi amigo de la infancia. Hace años que no lo veía, serian alrededor de unos veinte por lo menos, cuando aún éramos unos chavales de primaria, sumergidos en una época extraña donde fuimos diferentes al resto de los niños y que por maldades del destino o azares de un viejo hombre de barba blanca uno de nosotros se veía obligado a desaparecer, alejarse el uno del otro, las razones, ya no las recuerdo, pero ahora eso no importa, me da gusto encontrarlo de nuevo ahí, con el haz de luz dándole protagonismo, en el proscenio, con esa cualidad de orador que siempre le favoreció con los profesores y poco después con las mujeres, dando un discurso de no sé qué categoría, que para mi gusto, lo era de toda la existente. Bellas palabras para un cambiado Mr. Happy, ahora pienso que debí ser yo, quien menesterosamente debió desaparecer aquella vez en lugar de mi viejo amigo imaginario, que en este instante gozaba de plena admiración y fascinación de todos los que nos encontrábamos como público.
  Silencio y obscuro, como en el teatro.
  Mi acompañante no guardo las lágrimas y al esperar un poco para que cerraran el telón se levantó de inmediato con el aplauso surgido antes de terminar de erguirse de pie. Karina era una chica alegre, bastante sensible para este tipo de espectáculos y en este momento se veía tan hermosa como siempre, llena de esa luz que ilumina la vida de uno y la hace mejor, simplemente maravillosa.
  Pasarían cinco o diez minutos de que se cerró el telón y de pronto se abrió de nuevo, mostrando a un engrandecido Mr. Happy dando las gracias y observando todo en rededor y, en un momento estábamos cruzando miradas, teniendo conocimiento el uno del otro, sabiendo que ya hacía mucho tiempo de nuestra separación y que hoy se podría reparar esa hybris que se había cometido contra nosotros muchos años atrás y que posiblemente nos marcaría de por vida. Las miradas continuaron fija la una en la otra, como hipnotizando a cada una de las partes y fue hasta que Karina me jalo de la manga derecha que desperté de ese letargo, me estaba pidiendo que nos acercásemos, que deseaba conocer a Mr. Happy en persona, estaba entusiasmada y, pensando que probablemente le causaría envidia, le comenté que tiempo atrás yo era su mejor amigo, en época de chavales, más precisamente en la primaria. Con entusiasmo saltó delante de mí, no cabía en su emoción así que apresuramos el paso para el encuentro con mi viejo amigo.
  Hace tiempo que no nos veíamos Enrique, dijo con la voz profunda Mr. Happy antes de que llegásemos hasta él, me tendió la mano y acto seguido se volvió hacia Karina y le tomó de la mano para después versarle con delicadeza el dorso de la misma. Yo respondí alegando que aún se acordaba de mí. No me parecía extraña su forma de actuar, pero mi compañera ya había caído en ese encanto suyo, dejándome a un lado sin siquiera notarlo, tanto ella como yo. Mi viejo amigo nos invitó a pasar tras bambalinas y nos condujo hasta una mesa que servía de utilería en alguna otra presentación de teatro, nos sentamos y teniendo la atención de acomodar a Karina en su asiento mientras yo hacía lo propio comenzó a platicar al trabajo acerca del trabajo que presentaba en ese lugar, de verdad era interesante todo lo que decía y creo que solo se vio aumentado todo eso por el tiempo que había pasado sin vernos. La plática se siguió por largo rato y yo parecía ya no encajar en la conversación, ahora Karina y Mr. Happy se limitaban a alagarse el uno al otro, haciendo mención de la perfecta oratoria de mi amigo por una parte y por otra a la belleza de mi compañera, no encontraba el momento justo para intentar hacer entrar un comentario de mi parte. No me molestaba la situación, no del todo así que valiéndome de sentimiento encontrados pude resolver un comentario interrumpiendo la monótona conversación para mencionar que iba al baño, Mr. Happy me indicó en qué lugar se encontraba y me retire hacia el lugar donde me había indicado rozando el hombro de Karina con una mano, esperando que me volteara a ver, cosa que no sucedió.
  El agua fría refrescara mi pensamiento. Silencio y obscuro como en el teatro.
  Al regresar a donde estaba no pude soportarlo, lo temía, pero no quería hacer caso de lo evidente ahí estaba, frente a mis ojos, la escena de la traición, Karina y Mr. Happy ya no estaban, habían desaparecido y en la mesa solo se alcancé a ver una nota con el mensaje de “ADIOS”, con la misma letra que había encontrado unos veinte años atrás en una carta dejada por mi mejor amigo antes de partir cuando en ese momento todo se teñía de blanco a  mi alrededor, cuatro paredes que encerraban una cama y la única salida con una rejilla para poder mirar se abría por fuera. ¿Cómo se encuentra hoy Mr. E? ya pronto vendrá el doctor a hacerle unas pruebas dijo un hombre con bata del otro lado de la puerta. ¿Mr. E? me pregunté enseguida de escuchar a aquel hombre, ¿acaso era yo quien ahora había desaparecido como dike, para esta vez dejar fuera a Mr. Happy? Quizá era mi turno de convertirme en un gran orador y preparar un discurso para recuperar a la que había sido mi compañera y después ya no para los siguientes veinte años por lo menos.
  Silencio y obscuro, como en el teatro.

miércoles, 6 de abril de 2011

La suave brisa...

Hoy mi madre, que en paz descanse cumpliría 76 años de edad, hace ya cuatro años que no estaba con nosotros y ahora tendría que regresar al lugar donde había pasado parte mi infancia para reunirme con la familia una vez más.
  Aún mantenía fresco el alegre recuerdo de la primera vez que viaje en automóvil con mis padres, ellos siempre se quejaban del tránsito, de los malvivientes que se acercaban a pedir dinero con su andrajosa mano, de la explotación infantil en los cruceros y de las personas que iban ganándose (o más bien arriesgando) la vida toreando coches en busca de vender algún producto que les permitiera sobrevivir, todo mientras yo iba maravillado con una suave brisa que entraba por la ventanilla a medio bajar de una de las puertas de atrás al recorrer las calles.
  Hace dos horas que llegué a Federal Di, no recordaba lo grato que era viajar en auto en esta enorme ciudad. No llevaba ni tres calles recorridas y ya había obtenido servicio de limpieza para el choche por hombres entregados a su trabajo, por lo menos dos personas de aspecto descuidado lavaban y enjuagaban los cristales, sacudían las puertas, el cofre y la cajuela con lo que parecían unos plumeros ennegrecidos  por toda la labor titánica de limpieza. También fui publico de un espectáculo llevado a cabo en cada uno de los semáforos que me tocaron, muy variado y agradable, payasos con cuerpos pequeños como de niños realizaban malabares mientras unos de mayor complexión escupían fuego o soportaban el dolor de cristales rotos sobre sus acostados cuerpos. Después, más adelante mujeres y hombres ofrecían comida y chucherías en charolas de cartón. Me sentía como toda una celebridad, ya que al arrancar el auto hacia mi destino cada uno de esos trabajadores se despedían vitalmente con el puño alzado al cielo y agitandolo y gritando no sé qué cosa, quizá alguna suerte de buen viaje o de ánimo al ver mi auto marchar delante de ellos.
  Ya llevo otras cuantas calles recorridas y qué bien se siente la suave brisa que entra por la ventanilla a medio bajar al recorrer la ciudad para llegar con la familia.

lunes, 4 de abril de 2011

El Sr. C...

A veces suelo escribir, dejando que mis palabras fluyan de vez en cuando, no forzándolas a salir, ni a formarse una tras otra formando ideas que a la larga pienso en borrar. Usualmente escribo, pero existen ocasiones en que, dejado por una pasión inexplicable, quizás solo dejado por la pasión, lleno unas cuantas líneas que no digan nada, pero que brotan sin más de mi cabeza con el solo propósito de brotar.
  “…hola, cómo está Sr. C, preguntó la persona F al ver que H se encontraba muda frente a un Sr. C que platicaba fervientemente, trazando una historia tan peculiar como la de su vida. Bastante bien respondió el Sr. C y volvió su atención a H que continuaba sin decir o aportar el más mínimo comentario…”
  Hoy no tengo nada más que decir.

sábado, 2 de abril de 2011

Coincidencias...

El piano se escuchaba ya lejos de donde nos encontrábamos, apenas y lo alcanzábamos a percibir, una pieza de Rachmaninoff se distinguía, pero la noche ahora nos guiaba en el andar unas calles abajo. Ana traía un vestido negro, largo, de gala, con unas zapatillas que le hacían juego y un collar de piedras negras que resaltaban más aún su belleza, siempre había creído que a las mujeres de cabello rubio les va bien el negro. Yo iba menos elegante, pantalón y zapatos de vestir y una blanca camisa solo detallada por un chaleco que hacia juego con lo demás en el color, negro por supuesto. El auto estaba estacionado unas calles abajo, lamentaba lo alto de los tacones de Ana y quizá ella lamentaba que yo hubiere tenido la desconsideración de estacionarlo un poco lejos del lugar o al menos que hubiere ido yo por él mientras esperaba frente al edificio de donde habíamos salido, pero el hecho es que ahora ya nos encontrábamos caminando en dirección del auto respirando el grato olor a tierra mojada que había dejado consigo una pequeña llovizna minutos antes. Cárgame, dijo ella a la vez que sus pies dejaron de andar, se veía hermosa bajo el reflejo de una lámpara pública que no alumbraba mucho, a media luz diría yo para hacer la descripción de Ana aún más bella. Estás loca mujer, le respondí y seguí andando. No escuchaba pasos que me siguieran y sin voltear grité que no la cargaría, que era muy peligroso y que podríamos caer rodando por la calle a causa del suelo aún encharcado. Nada. No escuchaba ni un respiro de ella y tampoco se oía el piano ya, sonreí al creer que se trataba de un juego, de una táctica para que la cargara y tuviésemos un ligero acercamiento que probablemente terminaría en alguna cama. Más vale que… No pude finalizar la frase ya que al voltear no había nadie a mi espalda, ni un alma errante que divagara pidiendo alguna moneda para su desdicha. Desande por la calle un rato y ni una señal que me dijera dónde estaba ella, me recargué junto a la lámpara que segundo antes la alumbrara y respiré hondo, intentando tranquilizarme. La poca luz que me iluminaba se fue desvaneciendo poco a poco dejándome en penumbra, ¿a dónde había ido?
  Alberto tocaba de una extraordinaria manera el piano, un muchacho tímido que había sido educado en casa, bajo estrictas normas impuestas por su padre, que según, habían pertenecido a lo largo de ya una veintena de generaciones. El lugar no estaba acondicionado para resguardar la música, pero eso no impedía que los invitados disfrutaran de diferentes compositores a manos de Alberto. Tras una breve pausa de una hora, Alberto se disponía a beber un poco de vino y sentarse solo a la mesa para degustar unos cuantos bocadillos, siempre acudía a eventos de similar desarrollo y sabía que pronto lo pondrían a tocar una vez más, no por nada ganaba lo que ganaba y mientras tanto se llevaba a la boca unas cuantas brochetas de todo tipo y gusto.
  El director de una gran corporación de automóviles estaba sentado en una de las mesas principales, no gustaba mucho de la música de piano, pero creía que era elegante poner a escuchar a los invitados algo de esa música al igual que poner toda una mesa llena de bocadillos, brochetas en su mayoría. Era cumpleaños de su hija y eso era suficiente para gastar todo el dinero menester en caprichos como esos.
  Era su cumpleaños y en lo único que pensaba al escuchar aquella música de piano era en desaparecer, tenía ya 25 años de edad y la vida parecía que le pasaba por enfrente sin siquiera notarla. Su padre tenía demasiadas atenciones con ella, no reprochaba que siempre tuviera lo mejor, pero creía que todo aquello no le pertenecía, sino que todo se lo habían dado en bandeja de plata sin que ella lo pidiese. Empezaba a desesperar por todo el teatro representado frente a sus ojos, necesitaba salir de allí a como diera lugar, empaparse de la lluvia que caía en ese momento, empaparse de vida y en un momento tomo la decisión, no sería fácil y si algo salía mal podría terminar en un lugar apartado y quizá romántico con un completo desconocido haciendo quién sabe qué. Miró por todas direcciones y no encontró por momentos a la persona indicada, por lo menos tendría que ser alguien atractivo o de perdida interesante. ¡El pianista!, pensó por un momento, pero éste comenzaba a apasionarse con el Concierto no. 2 para piano de alguien llamado Sergei Rachmaninoff, no podía ser él. Después entre su desesperación notó a alguien que miraba el cesar de la lluvia en la ventana, era algo atractivo y el aire de misterio que lo rodeaba por su comportamiento desentonado en lo que debería ser una fiesta termino por convencerla, era él sin duda quien le ayudaría a salir, se dirigió hasta donde se encontraba junto a la ventana y empezó una hábil conversación que finalizó con dos copas de vino y una murmuración al oído. Se estaban alejando de todo el lugar, ya estaba muy próximos a la salida cuando el padre de ésta le preguntó que a dónde iban, ella respondió que saldrían un momento y que regresarían enseguida, abrió la puerta y se despidió de su padre a lo que este le respondió con un cálido y familiar “con cuidado Ana…”.