domingo, 1 de mayo de 2011

Con un beso...

Censura el tacto de mis labios,
enmudece la dicción de mi vocablo y
silencia el sonido grave de mi voz.

Acalla con tu dulce sabor a durazno,
oculta de nuevo mi palabra contra la tuya
y exclámame que soy tuyo, con un beso...

jueves, 28 de abril de 2011

La calma...

¡Cállate la boca y arrójate de una maldita vez al hoyo! Pequeño hombrecillo de mierda, grito Mariola con ese tono argentino que le caracterizaba desde la sala, estaba viendo uno de esos programas en donde la gente consigue dinero a costa de su dignidad, siempre le habían gustado ese tipo concursos televisivos, aún cuando la mayoría del tiempo se terminaba perdiendo en más comerciales que en otra cosa, constantes ofrecimientos de remedios milagro para adelgazar y moldear la figura como cualquier modelo de pasarelas francesas, aparatos electrodomésticos que servían para ahorrar tiempo de cocina y preparar el más exquisito platillo para la familia, siempre acompañados de promociones como: “llévate dos en lugar de uno si llamas en los próximos cinco minutos” o “te descontamos tres de los nueve pagos si te comunicas en éste momento”, toda una extravagancia para hacer el verdadero negocio en los gastos de envío ya que cada producto contaba con la garantía de que se les devolvería el dinero si el cliente no quedaba satisfecho. La familia cenaba en la cocina, junto a la sala, nadie sacaba tema de conversación, solíamos ser unas personas de buenos modos a la hora de tomar alimento y ahora los gritos espontáneos de la mujer que veía la televisión en el espacio contiguo tensaban el ambiente de forma desagradable. ¿Quieres vino madre? Pregunté al levantarme de la mesa, había terminado de comer o quizá era que había perdido el apetito tras incomodarme con la situación que presenciábamos, deposité el plato con todo y cubiertos en el lavabo y voltee hacía mi madre en busca de la respuesta a mi ofrecimiento, ella hacía gestos y señas con las manos en dirección de mi padre y éste le contestaba con señas parecidas, yo seguía su conversación muda con poca atención, ella alegaba que no había sido un buen momento para visitarme y él le respondía con un gesto de molestia que nunca era un buen momento y que por favor dejara de comunicarse con señas, que era mudo, pero no sordo, lo cual era cierto, había perdido la capacidad de habla hace ya un par de años, el médico de la familia le había detectado un tumor en la garganta a tiempo favorable para una operación, quedo mudo después de eso, pero estaba contento de poder comer todo el helado que quisiere. ¿Madre? Volví a preguntar. Si hijo, nos caería bien un poco de vino por fin soltó. El tomar vino era un alivio y no solo como digestivo tras la comida, sino que el hecho de salir de la casa al cobertizo del patio trasero indicaba cierto descanso para mí.
  Al pasar por la sala no pude evitar cruzar la mirada con la de Mariola, debo confesar que siempre me habían gustado sus ojos, que bien dicen que son las ventanas del alma y que yo, no alcanzaba a ver más que un enorme vacío en esas grises y circulares manchas que me fascinaban. ¿Ya se van a ir? Preguntó con desagrado la increíble y hermosa mujer desdichada. Eso espero, respondí y respire hondo para aguantar y salir por la puerta hacia el patio trasero. El aire sabía un poco húmedo y había una agradable brisa fresca recorriendo solo algunas partes de la casa, ahí afuera estaba Julia, estaba recargada en el árbol de naranjas hablando por teléfono, probablemente con alguno de sus muchos pretendientes, era una mujer muy bella, pero tenía la desafortunada suerte de establecer relaciones con las personas menos indicadas. Mi hermana siempre me aconsejaba sobre las mujeres y había sido ella quien me presentó una vez ante Mariola en un magno evento deportivo del club unos años atrás, quizá algún día se lo agradezca. Cedí unos cuantos pasos en dirección del cobertizo y Julia se percató de mi presencia enseguida, me miró por un momento para luego sonreírme y darse la vuelta, dándome la espalda. Cruce rápidamente el patio, reparando en que vino debía calmaría la situación de dentro, abrí la puerta y busqué en el estante la lista de los vinos que tenia disponibles, uno en particular me apetecía para el momento, hecho en unos viñedos de California por unos alemanes, el año, 1873, algo bueno, me gustaba la idea de que los números de más de dos cifras terminaran en 3, mi numero favorito.
  Al salir del cobertizo, para emprender el regreso a la cocina con el vino en mano, Julia estaba en medio del patio, como si me esperase, me hizo un gesto para que me acercase y de la nada besó suave y dulcemente mis labios, había sido como un delicado roce. ¿Pasa algo? Le pregunté y ella solo agacho la cabeza y dijo que tenía, que su boca encontraba gusto en lugares extraños, no pensé mal, era mi hermana y ahora parecía que necesitaba a alguien que pudiere escucharle y yo no era ese alguien. Descuida, mi razón suele durar lo que el sol respondí y entre a la casa.
  En la sala ya no estaba Mariola, la televisión estaba apagada y yo pensaba lo peor, quizá ya estaría discutiendo con mi madre mientras mi padre intentaba separarlos y apaciguar el enfrentamiento hasta mi llegada como en múltiples ocasiones, me apresuré hacia la cocina y ahí estaba Mariola, sentada a la mesa, probando un poco de la cena que había preparado. ¿Es para mí? Dijo al verme entrar apresurado y con el rostro un tanto perplejo. Disculpa, qué, solté, me sentía un tanto desorientado, no sabía en dónde se encontraban mis padres ahora, quizá ya se habían  marchado tras la espera del vino o quizá habían sido brutalmente asesinados por Mariola y sus ahora fríos cuerpos estaban escondidos en el refrigerador. ¡El vino Roberto!, volvió a hablar la mujer alzando fervientemente su tenedor. A dónde han ido mis padres pregunté a la vez que me disponía a abrir la botella y servirle un poco en una copa de vidrio. Están con la niña respondió y le dio un gran sorbo a la copa. ¡Con la niña! Pensé alarmado, esto iba para mal, esperaba que la pequeña Lucia siguiera durmiendo.
  Caminaba lentamente hacia la habitación de la niña contemplando y midiendo cada una de las palabras que iban a salir de mi, pero al llegar la mente se me vino en blanco, mi madre cargaba a la niña de tan solo año y medio de vida entre sus brazos. ¿¡Haber, quién es la niña más bonita de la casa!? Decía la señora Monsais mientras mi padre estaba recargado en la cuna. ¿Acaso no conocía a su nieta?, tantas explicaciones por teléfono no habían sido suficientes, una y mil veces le había comentado que a la niña Lucia no le gustaba para nada la letra “A”, ni como se escribía ni como se escuchaba, “grafía y fonema no gustan papá” siempre me decía y ahora cada vez que hablaba mi madre con ella acentuaba esa infernal vocal en las palabras. Era cuestión de tiempo para que Lucia le reclamase el uso indebido de la censurada letra, lastimando como solo ella sabía hacer y en eso era igualita a su madre. Deja que la cargue yo madre dije desde la puerta y le arrebate a su nieta de los brazos, que ésta hermosa princesa no debe estar despierta a éstas horas. Lucia se abrazo a mi cuello, susurro en mi oído un “gracias papá” y yo aproveche para hacerles una seña de salida con la cabeza a las dos personas de edad que irrumpían el sueño sagrado de la pequeña.
  De vuelta en la cocina mis padres tomaron lugar a lado de Mariola, no se dirigieron la palabra, incluso no se veían más que de reojo, como tratando de ignorar sin alguna discreción o simplemente para simular que no había nadie en los respectivos lugares. Después de un rato llegué yo con ellos, había dejado a Lucia de nuevo acostada con la promesa de que volvería para leerle uno de mis textos favoritos. ¿Quieren más vino? Resolví y no obtuve respuesta por unos instantes, el ambiente cada vez se sentía más tenso y yo, ya no aguantaba. Se escucho el golpeteo de la puerta principal, ya no esperábamos visitas así que todos nos miramos extrañados, yo tomé la iniciativa de ir a investigar y después me siguió Mariola y después mis padres. ¡¿Quién?! Pregunté con voz imponente, silencio, volví a preguntar lo mismo y la respuesta que obtuvimos fue de Julia, había salido un rato y ahora esperaba fuera. Abrí la puerta enseguida, pero mi hermana no quiso pasar, indicó a nuestros padres que era mejor que se fueran y así lo hicieron.
  Aún esperaba ver perderse las luces traseras del auto en la obscuridad desde la puerta, Mariola había regresado a la sala a encender la televisión y a continuar con su programa. Ya no se veía nada en las calles y aún me esperaba Lucia con la lectura que le había prometido, cerré la puerta y me dirigí hasta el cuarto de la niña, pero antes de que llegara a mi destino la fría mano de mi esposa me detuvo, había apagado la televisión y ahora me decía al oído que me necesitaba, la abracé y ella me correspondió de forma cálida, rodeándome con sus brazos, acercó sus labios hasta mi oído y susurro de una forma deliciosa que no tardará, le respondí con un beso parecido al que me había dado Julia unos minutos atrás y entre al cuarto de la pequeña.
  “Y te recuerdo, mientras sueño y me sueñas, con las flores blancas que te regalé un día y que insistías en que las preferías rojas o azules o lilas. Y entonces peleamos hasta que amanece de un color y de otro, dentro de la habitación y de tú cabeza y también dentro de la mía, nublando y aclarando luego mi pensamiento, el tuyo y el nuestro como solo el resplandor del sol y la luna lo sabe hacer y que en la obscuridad como en el silencio se encarga de diferentes bajezas y altruistas acciones sobre una cama, en un colchón o donde caiga uno rendido tras la batalla o la paz.
    Y te sigo pensando en mi caminar y en los pasos detenidos, en las palabras que leo o que escribo con tinta o con las manos en el papel reciclado de viejo cuentos y en las hojas de los arboles que recién caen de los arboles en otoño y en invierno en algunas ocasiones. Redactando un adiós, un hasta luego y un hasta siempre.”

  Al terminar de leer para la niña salí de su cuarto y entre en la recamara donde me esperaba Mariola, note que el aire sabia un poco húmedo y que ahora la fresca brisa recorría suavemente cada una de las partes de la casa.

miércoles, 27 de abril de 2011

De las 10:38 a las 13:24...

Siempre he creído que la espontaneidad es mejor que cualquier cosa bien planeada, así como que el amor de mi vida deba tener la piel blanca, el cabello obscuro y los ojos de un azul profundo en donde pueda ver el reflejo de mi alma, pero también creo que eso no va mucho al caso de lo que inicie diciendo. Retomando la espontaneidad, hace unos días así de la nada se publicaron en un periódico de gran reputación, “El Mandatario”, varias estadísticas en donde se trataba un grave acontecer, nadie sabía exactamente qué pasaba dentro del transporte colectivo metro, pero se mencionaba que en el lapso de las 10:38 de la mañana a las 13:24 de la tarde los usuarios de este medio de movilización masiva tenía un sesenta y tres por ciento de salir muerto. Me sentí constipado y algo enfermo, alarmado al leer tal noticia, no era un gran aficionado de revisar el periódico en busca de catástrofes y me costaba mucho trabajo creer semejante barbaridad, pero el morbo de saber más sobre el tema me hizo que cambiara de pagina para continuar leyendo y encontrara diversas fotos en donde se veía claramente como la policía sacaba los cuerpos sin vida de algunos metronautas, haciendo de la credibilidad solo una sugestión y el miedo a morir como una forma de pensar. Es una lástima que pasé algo así en una ciudad donde habitamos millones de personas me dije, el hecho de morir sin conocer la causa de ésta era toda una calamidad, pero lo que más me atormentaba era que el lapso de tiempo que se marcaba en la noticia, era el mismo en el que los martes yo tomaba dicho transporte para dirigirme al centro en busca de libros, buscar café en granos para moler y algunas hojas y flores para hacer té, todo para después  llegar a la casa de Marie y tener una agradable conversación sobre cualquier tema, me parecía que la siguiente discusión seria sobre el color de los sueños, del cual yo no tenía mucho que aportar ya que mis sueños se daban en blanco y negro, como una vieja película o como la visión de un perro.
  Una tarde, decidido a no cambiar la rutina de los martes me mire al espejo cerca demedia hora, había llegado de mi trabajo nocturno y apenas pude alcanzar a dormir un par de horas para descansar. Mis ojos estaban rojizos, aún tenían sueño, pero no podía permitirles mandar sobre mí, me lavé el rostro intentando despejar y despertar mi mente y en ese momento el despertador programado de la televisión hizo que ésta se encendiera automáticamente, estaba en las noticias y en éstas, estaban hablando acerca del gran problema que nos azotaba en el horario de las 10:38 a las 13:24 en el transporte de la ciudad, aconsejaban tomar un micro o un pesero o un taxi si queríamos viajar de un lado a otro, la cosa era seria y varios de los reporteros aprovechaban la situación para recomendar que mejor se quedaran en casa con su familia en dicho horario o que contribuyeran al ambiente haciendo uso del nuevo programa de bicicletas que se había instalado en las afueras de cada una de las estaciones más concurridas. Tenía miedo y el momento de salir a cumplir mi recorrido se acercaba a cada minuto, y en un segundo estaba decidido, me arriesgaría a viajar en metro confiado en el treinta y siete por ciento de posibilidad de sobrevivir que me quedaba.
  Al bajar las escaleras me sorprendí al notar cierta incongruencia en el hecho que azotaba la ciudad, si habían muerto ya muchas personas por alguna causa desconocida en tal horario del día, por qué no simplemente cerraban el servicio en tal periodo me dije, algo no andaba bien que digamos, quizá era una táctica del gobierno para que no usáramos tanto el transporte y así evitar aglomeraciones que podrían causar el aplastamiento de alguien o que empujásemos por error a un despistado en las vías o que un desdichado muriera de asfixia y sofocación por todo el calor y hedor humano en cualquier vagón o quizá simplemente era para que las millones de personas pagaran por el nuevo servicio de bicicletas que en el primer día fue gratis y que ahora costaba treinta monedas la hora, no lo sé, yo seguía con miedo al bajar el último escalón. Un boleto por favor, dije a la señorita en la taquilla, ella solo se dedico a observarme con una mirada inquisitoria y de mala gana me entrego el boleto a cambio de tres monedas, eso me intimido un poco y para devolverle la mala pasada me retire de la taquilla sin decir gracias.
  El agudo sonido que indicaba el cierre de puertas del vagón llamo mi atención, era como una alarma que sentenciaba que de ésta no salía vivo, pasaron tres, cuatro estaciones y me alegre de aún encontrarme con el cuerpo caliente y excitado por tal experiencia, había sobrevivido al viaje en metro, al igual que los pocos usuarios que se encontraban acompañándome. Al bajar y caminar por el andén, dirigiéndome hacia la salida norte, la que me dejaba a unos cinco minutos de las librerías, vinieron a mi varios pensamiento, unos pocos me indicaban que Dios me había acompañado en el camino, otros que quizá para la próxima no la contaba, unos más que se negaban a creer dicha historia contada por los medios de comunicación y los más fuertes que me indicaban que era muy agradable no encontrar tanta concurrencia a esas horas. Al salir de la estación vi el cielo, estaba agradecido por no interrumpir mi agenda del martes y pensé en Marie y en la escena de nuestro encuentro, yo con la cara aterrada y ella sintiendo esa empatía que la sincronizaba conmigo invitándome a pasar. No todos los días podré decir que escape de la muerte con tan solo el treinta y siete por ciento de posibilidad, ese logro era dicho de festejar, y festejar con el amor de ojos azules que me esperaba con la interesante plática acerca del color de los sueños.
  Después de indagar en las librerías y con tan solo una adquisición en la bolsa de plástico que me habían regalado en la caja donde había pagado, me dirigí a la salida de la tienda, donde Marco se despidió de mi haciendo un gesto de aprobación con su dedo pulgar, era un buen sujeto, llevaba años trabajando en  una de las librerías a las cuales yo frecuentaba mucho, siempre era él quien me atendía en esa tienda solo que ésta vez no pudo por causa de una bella mujer a la que atendía, él y yo habíamos entablado una buena amistad en un corto periodo de tiempo y ya tenía la confianza de contarme acerca de su familia y pasatiempos favoritos en algunas ocasiones, en otras me recomendaba algunos títulos de libros y películas que apenas les habían llegado a la tienda y en muchas otras solo pláticas triviales referentes al clima, es un sujeto agradable ese mujeriego de Marco.
  En el camino hacia mi siguiente parada, una tienda naturista donde vendían granos de café y hojas y flores para preparar té, me encontré frente a una tienda de vinos, Marie volvió a mi pensamiento en ese instante, de forma espontanea y la idea de festejar con ella la hazaña de sobrevivir al viaje ameritaba que yo entrará a aquella tienda y buscará el vino adecuado, olvidándome por completo del café y el té. Buscaba algo que supiera como ella, un tanto elegante y bastante sensual al gusto o al menos así me lo imaginaba yo que debería saber aquella dilecta mujer.
  Daban las 13:10 y era el momento de retorno a las profundidades de la ciudad, a esperar que no me ocurriera nada de nuevo en transcurso y, al bajar por las escaleras varias miradas de la ahora superficie denotaban cierta tristeza, como diciendo: “pobre alma, que Dios lo ampare y lo cuide en su viaje, que quizá nunca lo volveremos a ver, al menos hasta que el periódico saque una fotografía suya y digamos: “pobre muchacho, yo lo vi descender al metro antes de lo ocurrido”, que Dios lo bendiga”.  A mí no me agradaba que me vieran de esa forma, me hacían sentir aún más miedo que el que llevaba ya puesto sobre mis nervios y tras bajar el último escalón me sentí un tanto aliviado, seguía sin haber mucha gente dentro de la estación, unos diez se veían por aquí y por allá y cuatro o cinco por cada vagón se observaban rápidamente cuando llego el metro. Qué suerte pensé, antes no hubiere alcanzado lugar y me habrían maltratado las bolsas que llevaba junto con todo su contenido, pero ahora no, estaba cómodamente sentado en un espacio para cuatro personas y con las piernas estiradas, arriba del asiento libre de enfrente, yo solo. El metro avanzo dos estaciones cuando se detuvo a medio camino, las luces se fueron momentáneamente y una mujer que, con más espanto que yo, comenzó a gritar que nos íbamos a morir, por qué gritaba eso y peor aún, por qué nos incluía a todos en esa desdicha, que se muera ella pensé, pero el metro rehízo su marcha y llegamos a la siguiente estación, donde yo bajaba afortunadamente. De la que me salve dije, un policía que se encontraba cerca, se percató de mi comentario, me miró fijamente y me sonrió con unos dientes amarillos pero de expresión sincera. Sí se salvo, ya son las 13:26, ya no hay nada que temer comento el oficial, yo no le corregí al decirle que de lo que me había salvado no era de morir, sino de una mujer loca que nos pronosticaba eso a todos los del vagón, solo mencione un “si verdad…” y salí de la estación para mi encuentro con la mujer de piel blanca que me esperaba con una conversación acerca del color de los sueños, la gente comenzaba a brotar de quién sabe dónde diablos, inundando los corredores antes poco transitados y ahora repletos de almas ya relajadas.
  Toqué la puerta dos veces de una casa de color rojo y al poco tiempo apareció una hermosa mujer de piel blanca y ojos azules, me abrazo y yo me sentí reconfortado al oler el perfume de su larga cabellera obscura arropado entre sus brazos. No platicamos mucho, creo que ni siquiera cruzamos palabra alguna ya que no hubo mucho tiempo entre las copas del exquisito vino y el hecho de que Marie se me lanzara de improviso en el sillón, llenando de besos mi cuello y terminando la súbita acción en el íntimo acto de amor bajo unas sabanas de seda blanca de una enorme cama. Ahora lo confirmaba, era mejor la espontaneidad que cualquier cosa bien planeada así como que el amor de mi vida deba tener la piel blanca, el cabello obscuro y los ojos de un azul profundo en donde pueda ver el reflejo de mi alma como ahora lo hacía. La muerte, ya no importaba mucho.

martes, 26 de abril de 2011

Otro cuento corto para dormir...

Entre la sala y la cocina hay un pasillo de color azul, espacio pequeño y cuadrado, de un metro de ancho por uno de largo en donde Joselin solía sentarse y pensar antes de la hora de comer, siempre con las rodillas flexionadas y los brazos abrazándolas, divagaba sobre la vida, sobre la muerte, sobre todo lo que se pudiere imaginar como una posible en su realidad y en la mía para después hacer unas preguntas mientras yo cocinaba. ¿Crees que si cambiamos el color de este pasillo cambiaria mi forma de pensar? Pregunto una vez, no sabía que responder, pero en mi indecisión sobre lo que prepararía esa tarde para la cena hizo que me detuviera un segundo a meditar sobre su pregunta, me lleve la mano a la barbilla para que mis dedos acariciaran la poca barba que me crecía y respondí que era muy probable, que el color puede inspirarnos ciertas cosas y cambiar nuestro estado de ánimo, que me mirara a mí y a cada una de las veces que entraba a la recamara, mi expresión usualmente denotaba angustia al ver ese tono amarillo que había elegido para la decoración. Hubo un silencio, al encontrarme solo en la cocina parecía que no hablaba con nadie y desde el pasillo obtuve la certeza de que no estaba loco, Joselin mencionaba que quizá tenía razón, pero que habría que probar esa teoría algún día cambiándole el color al pasillo y que yo tenía la culpa por haberle dicho que decorara como ella quisiere. Ay el amor, vuelve ciega a las personas y no del todo, porque ahora uno tiene que soportar aquel color amarillo en la habitación cada vez que va a dormir. De nuevo el silencio se hizo presente, un mutismo que se rompió con el crujir de mi estomago, aún no comíamos y todavía no había decidido que iba cocinar. ¿Pollo o pescado? Le pregunté a la mujer sentada en el pasillo de color azul que estaba entre la sala y la cocina. Joselin asomó la cabeza y sonriente dijo que la sorprendiera.
  Hoy ya nadie prepara de comer, de desayunar o de cenar, Joselin ya no vive aquí y ahora no hay quien interrumpa mi apresurado paso de la sala a la cocina en busca de latas de leche para preparar unas cuantas mamilas que la pequeña Jimena tanto me pide, es una niña de dos años de edad y ya me hace preguntas como las de su madre.  
  Una noche, en la televisión pasaba un programa de un concierto de la orquesta sinfónica de Rusia, una pieza del maestro S. Rachmaninov comenzaba y la voz aguda de la pequeña niña se escuchaba con claridad, exigía un poco de leche y que le contara un cuento corto para dormir, me levante del sillón dejando a un lado todo el papeleo del trabajo y me asomé al cuarto amarillo en donde Jimena se encontraba acostada y cubierta por una cobija azul, cubierta por solo la mitad del cuerpo, le dije que en un momento y le mande un beso al que ella respondió con una sonrisa. Tres onzas de agua con tres y media de leche, como le gustaba, era lo único que prepara en la cocina desde hace ya tiempo y al llevársela le pregunté que qué cuento quería que le leyera esta vez. “Mujer, de todas las muertes mi preferida…” dijo y yo no le había entendido en primera instancia, después recordé que existía un pequeño libro que le había regalado un tal Camargo a Joselin tiempo atrás y efectivamente, aún estaba en el librero, envuelto en una tela de color negro, lo saqué de su lugar y busque en el índice el cuento que me pedía la pequeña y se encontraba en la página 28 junto con la fecha en que se había escrito, 13 de diciembre del 2010, eran pocas líneas ya que terminaba en la siguiente página, como la mayoría de los relatos que contenía el regalo, solo un texto, que parecía una novela corta representaba la mitad del libro y era lo que le daba grosor al volumen.
  Mujer, de todas las muertes mi preferida,
con el alma desnuda, con la apagada sombra.
Si siendo de forma dolora o grata,
que seas tú, quien se lleve mi alma ennegrecida…
  El teléfono suena, es la muerte o al menos una sensual voz que dice ser ella. Me ha invitado a cenar, dice que usara un vestido rojo para que la reconozca cuando entre al lugar dicho…
  Al terminar de leer Jimena estaba dormida, aún sostenía la vacía mamila contra su boca, devolví el libro a su lugar en el librero, cogí la mamila y pensé que sería mejor que preparase otra para el instante en que volviere a despertar, que sería en una o dos horas. Cruce por la sala y entre en el pequeño pasillo, estaba pintado de negro, el ultimo color que tuvo antes de que Joselin se fuera de la casa, la nostalgia me invadía cada vez que pasaba por ahí y esta vez, por una extraña sensación decidí sentarme con las rodillas flexionadas, pensaba y divagaba en una sola pregunta: ¿sería el color el culpable de que se marchase? No tuve mucho tiempo para reflexionar, una voz aguda desde el cuarto amarillo exigía un poco de leche y otro cuento para dormir. Tenía ganas de cocinar…

miércoles, 20 de abril de 2011

Con los ojos claros de color miel, casi verdes...

No estoy seguro, pero sospecho que en algún lugar alguien de formado o deformado pensamiento y con ganas de amar me espera, bajo la lluvia con un paraguas anaranjado en un puente de piedra o en un café de nombre “la segunda estación” situado en la terraza de un edificio alto de una bella ciudad o en la casa de campo de primavera o de verano viendo una película romántica mientras come palomitas en un tazón azul o detrás de mí con un abrigo verde ocultando un hermoso vestido rojo y unas zapatillas marrones que esperan a que voltee y deje de figurarme situaciones dispuestas a la casualidad de un instante, de un suspiro o de un abrir y cerrar de ojos claros de color miel, casi verdes.
  Hablas, susurras en mi oído palabras dulces, cálidas, casi provocativas que yo atribuyo al viento y no a la sensualidad de unos labios rojos o quizá rosados que rozan el lóbulo de mi oreja. Calla corazón, que no hay nadie atrás de nosotros con un abrigo verde, como tampoco lo está en el puente de piedra bajo la lluvia y con un paraguas anaranjado, ni en el café de la terraza de un edificio alto de nombre “la segunda estación”, ni en la casa de campo de primavera o verano viendo una película.
  No estoy seguro y no quiero voltear con la esperanza de mis cristalinos ojos claros, casi verdes y no ver a nadie. El corazón insiste latiendo fuerte y armónicamente con las sospechas de mi pensamiento, al igual que el viento que con sus labios rojos o quizá rosados susurra unas palabras de manera dulce, cálida, casi provocativa que está ahí, allí detrás de ti cubierta con un abrigo verde ocultando un hermoso vestido rojo, en un puente de piedra bajo un paraguas anaranjado resguardándose de la lluvia, en una bella ciudad en lo alto de un edificio donde en la terraza hay un café de nombre “la segunda estación” y en la casa de campo de verano o primavera viendo una película romántica con un tazón azul lleno de palomitas esperando, con el pensamiento deformado o de buena forma y con ganas de amar.
  Volteo, con los ojos claros de color miel, casi verdes y dejo de imaginar, de suponerme situaciones dispuestas a la casualidad en ese instante de un abrir y cerrar de ojos y en un suspiro se me escapan las palabras: “estás aquí, estás aquí”…

martes, 19 de abril de 2011

En un caro hotel...

Javier no podía despertar, se limitaba a observar su cuerpo inerte, desfallecido en una cama de dos mil la noche, desde fuera de él, desde fuera de su cuerpo, ¿qué motivos podría tener para despertar cada mañana o cada tarde o cada noche?, ninguna al parecer, se sentía abandonado, incluso por el mismo y eso se confirmaba en ese mismo momento, donde él mismo miraba cada uno de sus ligeros movimientos de su pecho al respirar. Por qué no te mueres de una vez, se preguntaba para después viajar en sueño a tierras más calmadas, donde la condición fáustica lo hacía maravillarse en otra vida, en otro tiempo, en otra persona.
  El sonido de golpeteo de la puerta hizo que el hombre recostado en una cama de la habitación de un caro hotel reviviera de una vez para regresar del sueño, se sentía mareado, con nauseas dispuestas a volver todo lo comido de la noche anterior, era de día ya y la voz de una recamarera aconsejaba al ocupante desalojar el cuarto en un par de horas. Javier miro el reloj de su muñeca, las 10:00 en punto, ni el tiempo estaba a su favor, lo único que deseaba era volver a recostarse y pasar unas cuantas horas más perdido en una fantasía.
  Eran las 12:20 y el encargado del hotel subió personalmente a abrir la puerta de la habitación 1567 en donde se encontraba aún el cuerpo soñoliento de Javier, cubierto hasta la cabeza con la cobija de seda roja de la cama. Señor, le pido por favor que desocupe el cuarto señor, dijo el encargado sin obtener respuesta. El cuerpo de Javier soñaba, por fin había logrado desprenderse de su cuerpo, integrándose a una totalidad de ensueño, ahora miraba la escena de una forma ajena, alegrándose un poco hasta el momento en que desapareció. El encargado quito la cobija del aún tibio cuerpo, no se alarmo, sabía lo que ocurría, lo había visto antes en muchas otras habitaciones de ese pasillo, personas que se olvidaban a sí mismas en un caro hotel.

lunes, 18 de abril de 2011

Quizá no sea éste el titulo...

Que qué es lo bueno de estos climas, no lo sé, quizá sea que hoy en día el sol causa cáncer de piel tras una exposición continua, que hay lluvias repentinas responsables de inundaciones en varias partes de la ciudad, que la humedad incrementa haciendo el sueño insoportable por las noches (mal motivo para estar en una cama desnudo) en conjunto  con la propagación de pequeños vampiros muy sonoros y muy molestos, que hay falta de inspiración o quizá sea que uno puede sentarse en el parque a observar diminutos shorts seguidos de largas y sensuales piernas bien torneadas con el temor a una reprimenda y todo porque siempre salgo acompañado por una mujer que resulta que es mi pareja. Lo siento digo yo, no es voluntario, es el calor el causante de mis pupilas dilatadas (¿eso es científicamente comprobable?), ella no me cree, pero como narrador de mis palabras siempre he sido muy convincente y cualquier cosa que diga tiene un impacto favorable, aún cuando invento cosas.
  Que qué es lo bueno de la mujer con la que siempre salgo acompañado, no lo sé, quizá sean las miradas inquisitorias que luego me lanza cuando ella se percata de probable competencia sexual (ciertamente no salgo de paseo con ella para ver a otras mujeres, pero es inevitable ya que siempre me las señala con el dedo acusador tras una palmada en la parte trasera de la cabeza), que no la puedo callar ni cuando la beso, siempre encuentra la forma de hacer algún ruidillo que a mí me parece infantil y que me encanta, que va cruzando calles sin siquiera voltear o fingir al menos que mira el semáforo, que corre hacia lo que le llama la atención sin avisarme y que a mí, después me es difícil encontrarla, a veces pienso que desaparece.
  Que qué es lo bueno de que desaparezca la mujer con la que siempre salgo acompañado, no lo sé, quizá no haya nada bueno o quizá sea ese miedo que cosquillea en mi estomago, haciéndome pasar un mal rato y preguntar a los policías si no han visto a una mujer muy hermosa de tal estatura y tal complexión, de tal largo y color de cabello, de bella sonrisa y de loco pensamiento y de tal y tal.
  Que qué es lo bueno del miedo, no lo sé, quizá sea el cosquilleo y nada más o quizá sea que es el que alienta a muchas personas a hacer cosas, que nos muestra nuestra sensibilidad que tienen las personas, que a veces nos divierte cuando una persona a la cual tenemos por muy valiente sale corriendo tras ver una pequeña arañilla, que causa traumas y da trabajo al conductismo y a muchos psicólogos, que puede que esté presente en nuestros actos solo para engrandecer más nuestra percepción de compromiso que tenemos con los mismos o de verdad quizá sea solo el cosquilleo y nada más.
  Que qué es lo bueno de los compromisos, no lo sé, quizá sea que por medio de ellos aún sigo con la mujer que siempre me acompaña cuando salgo (lo siento querida si es que lees esto, no es solo el compromiso, te quiero, te amo y me gusta que no me golpees con lo primero que tengas a la mano cuando hago comentarios que tienen una cierta ambigüedad como éste) o quizá sea que es mejor no hablar de ellos para evitar situaciones peligrosas con rodillos para masa o sartenes o cinturones o cables de electrodomésticos o palos de escoba o mascotas que terminan en peor estado que yo, no, no es cierto eso ultimo, solo bromeaba.
  En fin, que qué es lo bueno del "quizá", no lo sé, que quizá puedo hablar de todo en cuanto me plazca, aunque sea imaginario y tomarlo como si en verdad pasara, que abre la posibilidad a extraordinarias situaciones sin tener que hacer uso de las mentiras (que son muy bonitas creaciones y que quizá hable de ellas después), que es una muy linda palabra con la cual puedo contar diversas historias a la vez o quizá sea que no tenía nada de qué hablar, que estaba aburrido y empecé un texto preguntándome que qué era lo bueno de estos climas, quizá nunca lo sepa.