Y ahí estaba, tan borracha como hermosa. Se movía de un lado a otro por la habitación, con los redondos y pequeños senos al descubierto, bailaba con sensual ímpetu para un público inexistente. Cansada y con todo a su alrededor dando vueltas se recostó sobre la cama, las blancas colchas delimitaban su figura en un hueco donde cualquiera quisiere dormir. Su respiración era tenue y tranquila, parecía un bello demonio que sueña con ser un ángel algún día…
No habrá más remedio que usar la imaginación para recrear las sombras a partir de unos cuantos ases de luz...

martes, 14 de diciembre de 2010
lunes, 13 de diciembre de 2010
Mujer, de todas las muertes mi preferida...
“Mujer, de todas las muertes mi preferida,
con el alma desnuda, con la apagada sombre.
Si siendo de forma dolora o grata,
que seas tú, quien se lleve mí alma ennegrecida…”
El teléfono suena, es la muerte o al menos una sensual voz que dice ser ella. Me ha invitado a cenar, dice que usara un vestido rojo para que la reconozca cuando entre al lugar dicho.
Al llegar, estaciono el auto cerca de la entrada de lo que parece ser un restaurante, acto seguido, bajo del auto y me dirijo hacia mi destino, llevo un traje gris, sin corbata, nunca me han gustado usar una de esas sogas con las que los oficinistas cuelgan cuando están aburridos, tan aburridos de sus vidas. Dios! Es cierto, digo al cruzar el umbral, pero me llevo las manos a la boca rápidamente, como tratando de ocultar las palabras que ahora flotan en el aire. Ahí está, la reconozco por su vestido rojo, pienso un segundo si está bien que vaya hasta ella o si mejor doy media vuelta y desando el camino que me trajo. Muy tarde, se ha percatado de mi presencia, cómo no lo imagine antes, se ha levantado ya dejando ver su entallada figura en aquella tela de color vivo, se ve encendida, bastante sensual a los sentidos, creo que se ve bastante hermosa. Aún me repito con ímpetu; “muy tarde” porque ahora está frente a mí, besa mis temblorosos labios y me coge del brazo para llevarme a la mesa, ya es bastante tarde y no hay vuelta atrás.
El camarero llega para tomar la orden, ella pide carne término medio con ensalada. Estoy nervioso y todos dentro del restaurante lo notan, me observan sin siquiera voltear, piensan que cómo es posible que un simple individuo como yo esté cenando con una mujer como tú. Te miro fijamente con el semblante espantado, sabes de mí, sabes quién soy y sabes quién dejare de ser, acaricias mi entrepierna con tu delgado pie y, mirando mis excitados ojos preguntas que qué es lo que voy a ordenar. Su pie sigue frotando hasta llegar hasta mi miembro y no puedo detener la reacción que a continuación acontece, respiro cada vez más rápido y veo que lo que indecorosamente roza mi libido tiene las uñas pintadas de rojo, hace juego con el vestido, creo que me gusta. El camarero desespera y en mi delirio le sigo el juego; una copa de vino, del mejor vino aclaro casi como una orden. Su pie ha dejado de hacer lo que hacía.
Quizá fue muy precipitado lo del vino, parece molesta y no quiero hacer enfadar a la muerte. Luces muy bien, digo esperando amenizar el mutismo de la escena. Te llevas las manos a la boca y comienzas a reír, pides que te sirva un poco del mejor vino que pedí, ahora respiro con más seguridad.
Después de una plática suelta y tal vez por el vino te levantas del asiento, te subes a la mesa sin que las demás personas o lo que parecen ser, se percaten de tus acciones y me besas de nuevo, en mis ahora correspondientes labios, susurras al oído que te gusto, que no tenga miedo. Agitado por el momento suelto sin querer la pregunta que me atormentaba desde que conteste el teléfono; voy a morir? Y silencio. Te quiero conmigo, respondes a la vez que te levantas y te alejas. Que significaba eso de quererme con ella, cómo es que la muerte quiere y puede estar con alguien, sólo imagino una forma de que eso pase, muriendo. La sigo con la mirada llena de duda, me ha sentido, sabe lo que pienso y voltea, dice que no tenga miedo, que vendrá por mi mañana a este lugar, que no falte a esa nueva cita.
Ya casi es hora y el teléfono suena, no quiero contestar porque aún tengo miedo y porque estoy por salir a mi encuentro con aquella mujer, de todas las muertes mi preferida…
domingo, 12 de diciembre de 2010
La alfombra...
La alfombra se siente bien bajo los pies desnudos, es una lástima que vaya a vaciar mi copa de vino sobre ella, volviéndola inútil, pegajosa. Al par de unas horas los dueños del lugar, molestos y con la cara enrojecía me pidieron que saliera amablemente. La tranquilidad en mi rostro parecía molestarlos aún más, estaban furiosos, pero tal vez porque nos encontrábamos a la vista de todos y que ellos no quererían llamar la atención de esa forma, fue lo que imposibilito que las ganas fieras de arrojarme a la calle como a un perro se dieran por frustradas, aunque quizá si merecía aquello. Al rato, dos sujetos de aspecto o pinta de gorila me encaminaban a la salida sujetándome cada uno de un brazo, respectivamente derecho e izquierdo y, sin problema alguno, parecía que era yo quien los guiaba. Momento! Dije en un instante y tras un ligero y sutil movimiento me libere de ellos, mis pies apenas si rozaban la alfombra en dirección opuesta, hacia donde se encontraban los dueños de aquel lugar, disculpen señores he olvidado mi copa. Sus encolerizados ojos se hundían en mi espalda como puñales, miraban atentamente mi lejanía a cada paso, los gorilas de antes observaban estupefactos y se unieron en mi andar a la salida al pasar delante de ellos, pero ahora sólo de cerca, como mis sombras. Permítanme caballeros, abrí la boca y los hombres a mis espaldas se detuvieron, dejaron darme la vuelta en el marco de la puerta principal y sin más, alcé mi copa aún con vino en señal de brindis y la vertí toda sobre mis pies desnudos.
Ya en la calle, el cielo cubría mi fascinación con una brisa que acabo por empaparme en tan sólo cinco minutos, pensaba mientras las luces artificiales encendían una a una. Qué diferencia hay entre ser el jefe que se pasea sin ninguna preocupación y haciendo lo que le plazca y un alcohólico y vagabundo sin calzado que entra por casualidad en un lugar como este. Me seguí cuestionando por un largo rato hasta que decidí entrar de nuevo, tenía sed y quería un poco más de vino, lastima por la alfombra.
sábado, 11 de diciembre de 2010
viernes, 10 de diciembre de 2010
Cortesía de un antiguo yo...
Hoy encontré un dinero en un viejo pantalón, era feliz de haber recuperado lo que no conocía como perdido, sólo algo que estaba olvidado. Era suficiente para ir al cine, incluyendo todas las chucherías que se comen ahí, invitar a alguien que me hiciera compañía en la película y para comprar un café o helado después. Pasó el día y mi aspecto retro daba buena impresión para los demás, me veía contento y con ánimos de buscar en mi armario más prendas que pudieran contener tesoros “olvidados”.
Ya en casa, después de un día de regalo, cortesía de un antiguo yo, comencé a sacar ropa. Fascinado recordaba todo en cuanto al contexto de ciertas vestimentas; una boda, una amante, un día en el cual lloré mucho, buenos y malos momentos. Separe algunas cuantas cosas para ponérmelas de nuevo y otras más, sin dejarlas pasar por revisión fueron colocadas en una bolsa negra y fuera de la casa. Dentro de lo recuperado en aquellas cápsulas del tiempo hechas con tela, encontré un reloj de bolsillo, una credencial de una persona que no era yo, posiblemente un compañero de escuela, como de preparatoria, unos cigarros inservibles por la humedad, un poco más de dinero y una cajita de color rojo obscuro que contenía un espacio vacío para un anillo, de matrimonio pensé y después eche a reír. Con la cajita en mano camine a la cocina para preparar algo de comer, llevaba ya mucho tiempo escombrando mi closet y era hora de un receso. Coloque el curioso cubo de color rojo obscuro sobre la pequeña mesa de la cocina, abrí el refrigerador y no encontré más que un frasco de mayonesa y un pepino con quizá ya varios meses en refrigerio, obviamente ya no servía. Decepcionado por mi escasa despensa tomé el teléfono y llamé a un restaurante de comida japonesa, ordene carne teriyaki y algo de sake. En la espera del alimento me senté a la mesa con la cara recargada sobre ambas manos, la mirada viendo hacia un punto fijo, lo que significaba que no estaba viendo absolutamente nada y la mente empezaba a divagar con los escenarios posibles de aquella caja de anillo. La historia de cuando pedí matrimonio a una niña dos años mayor que yo en la primaria se me vino de repente en un recuerdo borroso y, sin darme cuenta estaba sonriendo, pensaba en aquellos momentos, tan distantes y tan llenos de sentido a los 6 años. Quizá falle en esa ocasión porque la argolla de compromiso había sido hecha por mí con alambres de las bolsas de pan.
La memoria viajaba de lugar a lugar, o de tiempo en tiempo? Como fuere que sea era yo el que estaba olvidando el presente y no en una vieja ropa, sino en una fuga de realidad. Treinta minutos habían pasado y aún no llegaba la comida, me estaba aburriendo y pensaba en decirle al repartidor que después de esa media hora ya no le pagaría, pero que antes me permitiera arrojar el antiestético pepino en la basura de mi vecino y así ocurrió. Con la cara de espantado, como a quien lo van a regañar por devolver el platillo, el repartidor se puso en un tono arrogante, pero no avanzo mucho tiempo cuando resolví diciéndole que era una broma, que sí pensaba pagarle y que lo del pepino en efecto era verdad, caminé escondido entre las sombras de la noche y lo avente al contenedor de basura de mi vecino, así sería problema de él.
Dentro de la casa, la cajita del anillo estaba olvidada en la mesa de la cocina. Pasé con la comida hasta la habitación donde estaba el desorden de la búsqueda y nostalgia de la ropa. La carne estaba deliciosa y el sake me comenzaba a adormecer. No dure mucho con los ojos abiertos y, sin recoger el caos en que se había convertido la recámara, ahora pasaba a transformarse en un lugar de reposo y sueño. Quizá fue la comida y la bebida lo que me dio aquella soñada realidad, acostado y con el cuerpo dormido, despertaba frente al altar de una iglesia, con un traje elegante de color blanco y un moño negro, a mi lado una mujer recostada en el suelo con el vestido de novia, parecía dormida, pero no se notaba el vaivén de su respiración, el sacerdote hablaba sin que logrará atrapar mi atención, no podía distraer la mirada de aquella figura blanca de velo largo. Desperté de nuevo, pero esta vez en mi cuarto con todo y desorden, no pensaba más que en el sueño, pero mis manos seguían esculcando bolsas de ropa y más ropa en el closet. Al fondo, una enorme bolsa negra cubría lo que parecía ser un traje y, para sorpresa mía ahí dentro estaba el traje de color blanco con su moño negro. Estaba pasmado, por un momento pensé que sería un extraño sueño de nuevo, pero cuando busque dentro de los bolsillos de este, un anillo como de compromiso rodó por el suelo, dando no sé cómo hasta la cocina.
El recuerdo, antes borroso de la niña dos años mayor que yo, que me había rechazado tiempo atrás, ahora parecía tan claro y vivido, esa niña era la misma que estaba en la iglesia tumbada frente al altar unos años mas tarde. No quise recordar más, recogí el desorden, fui a la cocina a poner el anillo en su caja y a guardarlo dentro del traje que sería devuelto al fondo del closet en la bolsa negra. Ya todo limpio me senté a la cocina de la mesa, con la cara recargada sobre ambas manos mirando un punto fijo, como quien observa completamente nada.
jueves, 9 de diciembre de 2010
La sangre roja...
No conocemos su verdadera historia, pero nos gusta creer la siguiente. Era hace ya mucho tiempo que existió un rey naranja, viejo hombre simpático y amable con todos los habitantes de su colorido reino, junto a él se encontraba siempre la reina amarilla, hermosa mujer llena de vida y agradable, aunque un poco caprichosa. Recordamos que siempre pedía el desayuno a la cama, los mejores colores servidos en una charola dorada en un cierto orden y, aunque no todos los colores se cosecharan en esa temporada del año, debían de haber siempre en reserva para su particular deleite.
Una mañana, al no encontrar el rosa para llevárselo a la boca llamo con una campanilla plateada a una blanca dama de compañía, una joven mujer que siempre atendía a la reina amarilla, pero no se presento ante ella. La reina, después de varios llamados y no obtener respuesta le grito al rey naranja que viniera a resolver el problema, pero tampoco este acudió a su llamado. Se trataba de tranquilizar y aún en ropas de dormir decidió levantarse de la cama y dirigirse a la cocina a buscar el delicioso color. Revolvió las alacenas, los refrigeradores, busco en la bodega de colores y nada, no encontró más que azul y verde. Respirado hondamente y en ese lapso recordó un platillo que se preparaba precisamente con los colores que parecían abundar en todos lados, prendió el fuego morado de la estufa y saco una tabla café para picar los colores. Uno, dos y tres tajos dio a una barra de color azul cuando de pronto, de su amarilla mano salía un líquido extraño, nunca había visto en el reino algo igual. Aunque alarmada la reina, se moría de fascinación por lo que veía, tenía que enseñárselo al rey naranja así que corrió por todo el castillo hasta que, cansada de no encontrarlo regreso a la recamara para seguir con la contemplación de la maravilla que brotaba de su mano. Al abrir la puerta ahí estaba el rey, sentado sobre el borde de la cama y este, al verla se sobresalto ahí parada con algo en las manos. Reina dijo extrañado y ella respondió con una increíble exclamación: “mira!, mira mí rey lo que tengo en las manos”. Acercándose, el rey naranja llego hasta donde estaba ella y la recibió en un gran abrazo, un hijo gritó, un hijo de color rojo mí reina.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Mientras yo...
Preparándome, con la cara blanca y la nariz roja respiro hondamente, contengo un momento el aire para buscar una luz brillante y el tiempo pasa, las personas viejas o enfermas mueren en hospitales, hogares y calles, los nuevos en el mundo llegan a manos de personas, de bata blanca o de ropa casual, los reciben con profesionalismo o como última instancia para después son entregados a los felices y no tan felices padres. Los arboles crecen lentamente mientras, las personas pasean por un parque verde o uno lleno de asfalto con más prisa unos que otros y, en algún lugar una pareja se hunde en las profundidades de una cama, haciendo el amor o viendo la tele, otra pareja que, esta cenando románticamente a la luz de las velas o en las salas de sus casas o departamentos con luz artificial, platican de su vida, de su día o que ni siquiera cruzan palabra reponen diez años de matrimonio o aguantan la inminente separación. Algunos niños juegan en sus casas o en las escuelas durante el recreo mientras que otros, abandonados a la violencia de la calle aprenden a usar un arma y a ver cómo funcionan las sustancias psicóticas en el cuerpo. Alguien termina un libro mientras otro lo empieza, sea escrito o leído, alguien se disculpa mientras otro discute algo que después se dará cuenta de que no vale la pena o lleva la discusión hasta instancias extremistas mientras yo, por fin miro el sol y estornudo.
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