miércoles, 11 de mayo de 2011

La felicidad...

“Redescubrir el mundo y encontrar de nuevo esos detalles que te agradan y te hacen sonreír, aún cuando la inminente realidad es también la inminente decepción, la vida está ahí, tan encantadora como la muerte…”. Eran unas lindas y rebuscadas palabras que la doctora leía de un libro viejo de poesía romántica para mí.
-¿Es feliz?- Preguntó con frívola voz la mujer detrás mío.
-Supongo que sí- O al menos eso creía.
-¿Está seguro?-
-Por qué no habría de estarlo- Otra pregunta y me muero.
-Bien, creo que hemos terminado por hoy, ¿de acuerdo?-
-De acuerdo- La sesión había terminado, el metrónomo que la Dra. Kashmia utilizaba para llevar el ritmo de sus palabras en cada una de  las funciones, porque eso eran conmigo, funciones, comenzaba a taladrar y abrir camino hacia una gran migraña en mi cabeza. Y dicho y hecho, no pude soportar esa última pregunta, “¿de acuerdo?”, era demasiado para mí salud mental, no morí literalmente, pero algo en mí dejaba de existir, eso era seguro.
  Al salir del consultorio la tarde era de un color naranja, los viandantes en la calle parecían seguir un patrón bastante normal para esas horas, en el cielo habían nubes que amenazaban con dejarse caer en unas cuantas horas, la Dra. Kashmia me observaba tétricamente desde la ventana de su segundo piso y yo estaba recobrando la calma, sintiéndome casi feliz.
  Estuve todavía un rato caminando por la ciudad, mis pasos ya se habían alejado lo suficiente del lugar de mi consulta y aún sentía la lóbrega mirada de la doctora sobre mí y en un intento por librarme de esa extraña sensación improvise mi andar introduciéndome en uno de los pequeños parques artificiales que el gobierno no había autorizado, pero que gente de dinero había contribuido de buena voluntad. Casi por el centro del verde área estaba un grupo de teatro callejero preparando algún espectáculo, no preste mucha atención, pero cuando pase por un lado, de toda esa masa de personas que se apresuraba a ganar lugar ya no pude seguir mi camino, mis pies no obedecían, el sonido de una angelical voz me causaba la petrificación de todo el cuerpo, bueno casi de todo.
-¡Eh tú, pendejo!, ¡sí tú el que va caminando!- Dijo una delicada y educada voz femenina.
  ¿Me hablaba a mí? Siempre he tenido esa morbosa manía de voltear ante un llamado de semejante ambigüedad, una exclamación soltada al aire esperando pescar a uno que otro incauto. Y yo era ese incauto que caía ante la carnada, ese pendejo que hacía honor al calificativo en el momento de volver la mirada hacia el show que se aproximaba.
-Sí tú, imbécil pedazo de mierda, caliente escoria majadera bautizada en la fuente de este parque por la orina de un ángel de piedra, cabrón malnacido y pequeño bastardo, peculiar entre los peculiares, idiota entre idiotas, aborto suertudo de hospital de gobierno, sí tú- Dijo la bella voz de la bella dama en el centro del escenario repentino.
  Quizá debí asustarme por tal vulgaridad, pero su encantadora entrada solo podía indicar una cosa. La obra había comenzado. Menos mal pensé, ciertamente no entendía como aquel vocabulario parecía tener algo digno en esa voz, ¿acaso es el contexto en el que se mueve el artista, el que le permite convertir la bajeza de un acto en una acción altruista, el vicio en virtud y todo lo que diga y haga en arte? Eso era increíble, simplemente fascinante.
  Al paso de un rato mis pies comenzaban a saber quién mandaba y me permitían seguir avanzando. Recobrando el control sobre mi cuerpo y no tanto así, movido por el hambre, busqué uno de esos pequeños cafés trovadores en busca de alimento. Habían pasado cerca de dos horas desde que me detuve en el parque, el sol terminaba de ocultarse y una ligera llovizna acariciaba suavemente su paso. Ordené un capuchino, junto con una rebanada de tarta, y mientras esperaba contemplaba una lluvia ya soltada, libre y simpática en su caída, era muy agradable, no recordaba lo mucho que me gustaba y, al recibir el capuchino y la rebanada de tarta ya no lo creía, estaba seguro. Era feliz.

martes, 10 de mayo de 2011

¿Y usted, cuánto cobra?...

Vivimos en una era curiosa y agradablemente supersticiosa, bastante supersticiosa apuntaría yo. Aún cuando la ciencia nos ha indicado, sugerido e implorado con múltiples y caros estudios, que no debemos tener miedo de salir y bajar los pies de la cama en una noche sospechosa, que ese temor a diversas criaturas sobrenaturales y aterradoras, como el “coco”, es infundado, que no corremos peligro y tienen razón, yo, por mí parte, le tengo más miedo y un gran pavor a la gente con mala ortografía, salgo corriendo, huyendo de la mala puntuación, de la comedura de letras y de las quimerizas palabras populares que aparecen de repente en algo que leo, así como de la espantosa fonética de algunos, en viejas palabras: “si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, mejor quédate callado”, ¡exacto!, callados, o al menos que se laven la boca antes de hablar, ¡para que no ensucien las palabras!
  También le tengo miedo al calentamiento global, y aunque varios digan: “ja, qué son dos grados más, ni se sienten”. ¿¡Ni se sienten!? Claro, se basaran quizá en premisas como: “si hoy estamos a veintidós grados, entonces quiere decir que deberíamos estar a veinte, de cualquier forma no se distingue mucho” o “no pasa nada, solo procura usar más bloqueador (si antes ya usabas) y no te quedes tanto tiempo al sol”. Eso igual da miedo (quizá la ignorancia o, mejor dicho la cultura del “no pasa nada” es lo que en realidad me horroriza a fin de cuentas), pero es grave, muy, muy grave, acaso no se ponen a pensar que con esos dos grados de más los hielos de los polos se derritan, causando un incremento en la masa acuífera de la tierra que a su vez provocará la desaparición de varias costas en todos los continentes y que con ello se llevarán a cabo miles y miles de migraciones ocasionando un caos nacional y a la larga internacional y que después será motivo de un sin fin de masacres por todas partes del mundo, todo en pos de un exterminio de la humanidad, tanto de especie como de género (con “género” me refiero a “ese algo” que nos califica y nos da la calidad aprobada como humanos). ¿Acaso no piensan en ello? A mí se me estremece el cuerpo de tan solo pensarlo y casi se me va el aire para poder decirlo todo de corrido.
  El otro día iba caminando felizmente por la calle, por la banqueta mejor dicho (no me gustaría ser atropellado por un literario automóvil por un descuido de significado en mi narración) y frente a mí caminaba una pareja, iban tomados de la mano, se veía que se querían mucho ya que después de unos pasos ella lo abrazo y él con su ahora libre mano, le agarró fuertemente un glúteo, muy apasionadamente el muchacho pensé y seguí tranquilamente mi andar hasta que, entre palabras cariñosas y otras denotando un poco de celos, se vino a colación el tema del estudio, él le comentaba que estaba a punto de terminar su carrera en letras, pero que habían rechazado su tesis de quién sabe qué por no saber redactar. ¿Letras? ¿No sabe redactar? Algo malo estaba pasando ahí, pero su compañera no pareció percatarse de semejante barbaridad, ya que, con una calma casi divina le dijo que no se preocupara, que buscará un buen asesor para que le ayudase con el problema de la redacción, que ella conocía a varios que trabajaban de eso (corregir textos) y que no cobraban mucho. La pareja se detuvo de golpe, yo casi me estrello contra ellos por andar viniendo en el chisme, pero pude corregir mi paso en el último segundo y esquivarlos en toda una hazaña, él joven estaba furioso, obviamente la referencia de conocer a varios que trabajaban de “eso” le resultaba inexactamente sospechoso, así que le armó toda una escena y desafortunadamente ya no alcancé a escuchar porque apresuré el paso por temor a caer como daño colateral en el fuego cruzado. Quizá era lo mejor que le podía pasar a ella pensé, quizá compartía el mismo miedo que yo tenía hacia las personas que no saben apreciar lo maravilloso de las palabras.
  Al rato de andar de paseo por la ciudad, me encontré con un viejo amigo, no porque hayamos ido al mismo kínder, en la primaria o secundaria, era viejo de edad, de unos setenta años el hombre, pero con una lucidez mental impresionante cuando lo vi por primera vez en un debate acerca de un tema de filosofía. Lo había encontrado o quizá él me había encontrado en un parque, yo tenía un cono de helado que se derretía muy aprisa, mire al cielo en ese momento y entre pensamientos maldije a esos insignificantes dos grados de más. Se llamaba, o más preciso se llama Astias, me levanté para saludarlo, creía que el respeto, sobre todo a las personas mayores como él, merecía semejante atención (también me levanto cuando saludo a una bella mujer, y fea incluso, respeto ante todo, eso sí). No perdimos mucho el tiempo, Astias comenzó por preguntarme que qué pensaba de los viejos (quiero omitir esta parte porque la considero aburrida). En fin, él, tras escuchar una serie de argumentos un tanto convincentes el viejo me soltó una cachetada (eso confirmaba lo que pensaba de los viejos) y me dijo que no tenía que pensar en eso, que era un muchacho curioso (creí por un instante que diría morboso pero bueno, curioso suena mejor), pero que mejor me pusiera a pensar en el para qué de la vejez y se puso él como ejemplo, mencionó que estaba jubilado desde hace ya unos quince años y que gracias a que había subido el promedio de vida en las personas, podía disfrutar plenamente de todavía el tiempo que le restase. No, no es cierto eso del disfrute, en realidad se quejo, y mucho, alegaba (casi a gritos y escupitajos) que no había motivos para llegar a viejo, su esposa se había muerto ya, su miembro ya no le funcionaba como antes (dije “miembro” cuando en realidad hizo mención a otra palabra, ¡Dios Santo!), que ya no trabajaba y por ende ya no producía ni servía para alguna causa en particular y que lo único que le restaba era quedarse a esperar que ya no le funcionara el cuerpo en su lujoso departamento pagado por la pensión que recibía para que todas esas comodidades se convirtieran en una prisión porque algún día no tendría las fuerzas para bajar y subir las escaleras que lo llevasen hasta su casa. Espeluznante.
  Tras un habitual día llegué por fin a mi casa, las luces estaban apagadas, pero no tenía miedo, tenia coraje con la compañía de luz que había impuesto esa estúpida idea de prepago, a mí se me olvida pagar el día convenido y me cortan la luz, ¡al carajo! Por suerte el teléfono si lo había pagado y tras un largo tiempo de hablar con varias gentes influyentes (no entiendo cómo es que funciona así la cosa, ¡pero funciona!) se me restableció la electricidad. Estaba contento, encendí la televisión para alumbrar un poco mi habitación, me desnudé (no planeaba dormir con ropa con semejante calor) y revisé por debajo de mi cama, para que no hubiere algún monstruoso ser ahí y subí a la cama, recogiéndome bien en el centro, para no caerme y pensé en el pobre muchacho de los celos, ya no agarraría apasionadamente el trasero de esa linda mujer.

sábado, 7 de mayo de 2011

Desesperación...

Después de tres horas de espera decides levantarte del sillón individual sintiendo que la vida no vale la pena o que al menos tu día ha sido otra pérdida de tiempo, caminas con paso lento hacia la cocina, notas que no hay nada de comer y te sirves un poco de agua de la llave en un vaso de plástico rosa, te lo llevas a la boca tan despacio que te da oportunidad de ver el reloj de la pared que aún no terminas de pintar y fijas la mirada en el segundero, se ha detenido o quizá avanza con mayor lentitud de lo habitual, le falta un pedazo, recuerdas que, cuando recién lo compraste tenía una pequeña esfera roja, en tono mate, en la punta que te agradaba.
  Al volver a la sala el teléfono sigue callado como antes, ni una señal de vida que indique que la espera valió la pena, tomas el auricular y llevas la bocina hasta tu oído, el repetitivo timbre suena, es bueno saber que hay línea porque así no cabe la posibilidad de error por parte de la compañía telefónica. Cuelgas y descubres que el foquillo rojo de la contestadora tintinea, con una luz muy suave, apenas perceptible. Cuatro mensajes sin leer, aprietas el segundo botón de la máquina y escuchas atentamente, el primero es de tu madre, dice que no te preocupes, que todo va a salir bien, que sería bueno que fueras a casa un tiempo, deja saludos y salta el segundo mensaje, éste dice que el encargo 17011992 tuvo problemas en la aduana del país vecino y que probablemente se retarde indefinidamente, piden disculpas y a finta de comercial agradecen la preferencia por la compañía que representan, el tercero parece ser el importante, se escucha como estática y, después de un rato se alcanza a oír un “lo siento…”, termina y comienza el cuarto mensaje, es el que estabas esperando, hablan del hospital, un tal doctor Constante, de cardiología, te recomienda que guardes la calma y que no tomes alguna medida precipitada, que lo más recomendable en estos casos es guardar la compostura y esperar.
  ¿Hace cuánto que habrán estado ahí los mensajes? Te preguntas y vuelves a sentarte en el sillón individual de la sala. El movimiento de avance del segundero del reloj te arrulla, todo lo demás esta silencioso, en un mutismo rítmico y tranquilo en buena medida, bastante sospechoso. Te quedas dormida y sueñas, con la vez que desde lo alto le gritabas a tu sobrino, ahora muerto, que lo sentías y te lanzas al vacio, cambiando de escena, creando un azul paisaje que te inunda de paz y vas cayendo hasta que te estrellas contra el suelo liquido, te hundes en él como en un océano y despiertas, han pasado solo cinco minutos desde que comenzaste a soñar, el sonido del reloj aún se percibe, una gota de sudor frio recorre tu frente y se resbala por tu cuello hasta tu pecho, hace frio, el tiempo camina sosegado, te estás volviendo a quedar dormida, el teléfono suena, ya es hora.

jueves, 5 de mayo de 2011

Historias incompletas...

Mientras la exposición de mi rareza continuaba siendo muy evidente y motivo de múltiples conversaciones de sobremesa en diversos espacios, hoy me disponía a dar la confirmación de mi extrañeza en tales pláticas, exponiendo en una diminuta epopeya una serie de historias incompletas. Haciendo de los finales abiertos, algo desmesurado, ridículo, casi al borde de dar la impresión de un trabajo incompleto, esperando dejar con el vacio de la historia un vacio en el lector, desconcertándolo, obligándolo a verse reflejado en cada uno de los escritos.
  -Del otro lado del océano.
  Siguiendo los pasos de un viejo maestro Cristo Gálvez confirmaba su existencia y paso por el camino de la humanidad, había descubierto algo terriblemente perturbador para la sociedad en la que vivía, algo tan desesperanzador y decepcionante como la realidad misma. El hombre, conformista y desinteresado de temas filosóficos se mostraba ante la causa de su retardada desgracia. No había palabras para tratar un tema que se estaba convirtiendo velozmente en tabú más, todo lo que representábamos hasta ahora estaba quedando en suspenso, causando innumerables despliegues suicidas  y la propagación de un estado cambiante, sediento de sangre y de nuevas posturas y tendencias terrenas.
  Un conflicto armado se había soltado del otro lado del océano, grupos armados luchaban energéticamente en pos de un cambio, un cambio radical en la sociedad y en la forma de pensar, sus argumentos no eran claros, pero su lema fue lo que puso en alerta al resto de la población mundial; “Dios ha muerto”. A primera instancia eso no parecía dañino para una sociedad meramente utilitaria  y de tez pragmática, pero la historia les había enseñado ya antes una importante lección. El pensamiento en sí no era preocupante, los combatientes reclamaban la tierra como posesión de los hombres ahora que era evidente que Dios había caído, dejándonos a nuestra suerte y dándonos una última enseñanza, la de intentar buscar ideales que fueran menos sagrados y por ende, menos inalcanzables para el hombre. Ideales que estos grupos armados reclamaban a sangre y plomo desde alguna trinchera, buscando el cambio, rebelándose contra  siglos y siglos de creencias erróneas.
  El señor Gálvez miraba intranquilo el televisor en un bar de las afueras de la ciudad, todas las imágenes que pasaban en la pantalla representaban un desaliento en el orden que se había decidido y establecido desde tiempo remotos, pensaba que, si era cierto que Dios había huido y decidido quedarse en el pasado del hombre, todo lo que se sostenía en él se vendría abajo, lo cual representaba la mayoría de las cosas: la supuesta realidad, el sentido de la vida, el sostén de los fines  y cada una de las instituciones religiosas del mundo. Creer que si desde un principio no hubiera existido ese señor llamado Dios, tal vez el hombre habría encaminado su causa hacia algo completamente diferente e inimaginable en ese momento.- La vida ahora nos pertenece…- dijo para sí mismo mientras sorbia un poco de vodka  -quizá sea lo mejor, buscar ideales más apegados a la mortalidad de cada uno de nosotros. ¿Pero qué supondría todo ese cambio? Es que no lo sé, quizá es como cuando me enfrente a la perdida de Muriel, el único y verdadero amor de mi vida, tuve que aceptar la imposibilidad de estar con ella y quedarme y resignarme a lo que me corresponde, un buen vaso de vodka…- una explosión hizo retumbar las paredes del bar, el conflicto había iniciado aquí, y no era el mismo que el del otro lado del océano.
 - El olvido o de la segunda mejor opción.
  Dejando atrás el asesinato y haciendo menos la lujuria, el olvido de sí mismo, representa el mayor de los pecados existentes. Olvidar indica posponer el tiempo indefinidamente, prolongándose hacia un infinito si no se recuerda en buen momento. Si algo había aprendido bien es a no descuidar cada uno de mis asuntos, buscando siempre la posibilidad de resolver de la mejor forma un problema, atender correctamente mis acciones conforme a mis pensamientos y creencias y escoger a la mujer indicada para pasar el resto de mi vida.
  Un día, al dar un paseo nocturno por el parque que está cerca de los edificios en donde vive Giselle, me di cuenta que no había estrellas en el cielo opaco, sin duda era un mal presagio y al continuar caminando bajo mi inadvertido pie un poco de mierda, de perro afortunadamente, se resbalaba junto con la suela de mi zapato, otra mala señal. Algo iba mal y tras hacer una recapitulación de mi semana, me di cuenta de que mis aspiraciones eran un tanto o un mucho, carentes de sentido, apuntaba demasiado alto para mi condición humana y que, a lo largo de esos siete días no había elegido más que las segundas mejores opciones: aceptar un trabajo de asistente de fiscal cuando estaba calificado para ejercer el cargo de juez, haber optado por cortejar a  Giselle sabiendo que a la que quiero es a su mejor amiga Mercedes, comer puerco en lugar de pescado, vestirme de playera blanca en lugar camisa gris, tomar whisky y no vino en la cena familiar, creer en San Pedro en lugar de creer en mí y en el médico cuando me operaban de una mal formación en el corazón y lo peor de todo, recordar todo eso en un momento en el que no debía recordar.
  -La poesía hecha realidad.
  La guerra había terminado y gente podía volver al común de sus actividades y yo, después de cuatro meses de claustro, acudiría de nuevo con la adivina de la plaza de Ried, esperaba ansioso el momento de saber sobre mi pasado y mi cercano y lejano futuro y, al siguiente día del discurso oficial que pronunciaba el termino del belicoso conflicto por parte del jefe de estado, me encontraba con una tostada en la mano frente a la tienda de la adivina. Te estaba esperando dijo ella al verme entrar con la mitad de mi almuerzo en la mano y la otra en la boca, de verdad era fantástica aquella misteriosa mujer, sabia de mi presencia antes de que yo entrara, ¿qué otra explicación podría haber? Ya dentro de la tienda, el ambiente se respiraba con cierta dificultad, entre nubes de incienso y el calor de las velas negras la escena se presentaba para un encuentro mágico. Al paso de unos minutos la intrigante mujer pronunciaba cierto discurso que no podía alcanzar a entender del todo, hablaba de charlatanería y verdadera magia, del encanto del mar de lagrimas de la mujer que llora la perdida cielo y de la bajeza cometida contra una mujer cuando se le viola en las afueras de la ciudad, en la playa, de la calidez y dulzura de un beso y de el choque frenético de cuatro carnosidades labiales, de la tinta roja y de la sangre y de muchas cosas más.
  -La sátira o el reflejo de la proximidad.
















 



 

  Tan impresionante sátira narrada que acabó con el lenguaje mismo, dejando un enorme vacío, un espacio en blanco en donde las palabras junto con su belleza perdieron su sentido y desaparecieron junto con la historia, derrota inminente, reflejo de la  proximidad del futuro.
 - El pesimismo sutil o del optimismo negativo.
  Hace dos días Abril recibió la noticia de que sus padres habían tenido un grave accidente y que se encontraban hospitalizados y bajo meticulosa observación en St. Point. La mala pasada había llegado hasta oídos de sus maestros en el colegio. Pobre niña, con tan solo seis años y la vida le juega una afrenta como ésta, decía la maestra Bell a sus colegas en la oficina del director. Varias respuestas se vieron inmediatas, un tutor que se la lleve mientras pasa todo esto decía uno, otros preguntaban por el hermano de la pequeña, pero nadie sabía dar razón de su paradero, según se rumoraba, Javier había desaparecido dos años atrás. No había una conclusión clara y mucho menos una decisión ante tal desgracia. Abril escuchaba  todo lo que conversaban sus profesores y, con fría resolución de seis años, entro a la sala y expreso su decisión de vivir sola por un rato, que la pérdida de sus padres era más que inminente y que por eso necesitaba un tiempo para aclarar las cosas en su cabeza, y que no se molestaran en buscar al hermano, que desde hace un año ya lo había dado por muerto. Los profesores en la sala miraban de forma extraña a la niña y a la decisión tomada por sobre ellos.
  -Elogio a la decepción.
  Siempre me he caracterizado por ser una persona quejumbrosa, insatisfecha y poco sociable, pero existe una fuerza mayor, al parecer, que justifica mis actos y mis palabras al decir que la misantropía tiene un buen lugar en mi ideología. Un ejemplo claro de mi posición ante el mundo es cuando digo mis celebres y cotidianas frases, tales como: “para lo que me dura el gusto con las personas” o “los intentos no sirven” o “la decepción es lo segundo que se puede sentir y hacer sentir, la impuntualidad es la primera” y es por ello por lo que me mantengo distante, eso y que la mayoría de la gente, aún cuando alcé la voz, no prestara atención a mis palabras y mucho menos a lo que éstas dicen.
  Hace días conocí a una extraordinaria mujer, Mariana, con la cual me identifique de forma inmediata, pensaba casi igual que yo, un fastidio obviamente, pero a mí me encantaba, me resultaba fascinante encontrar a una hermosa mujer que se quejaba de todo y de todos, todo el tiempo. Tenía que pasar algo entre nosotros y así fue, tras varios días de salir y tratar con ella interminables debates, llegue a la conclusión de que estaba enamorado, que Mariana provocaba cierto endiosamiento sobre mí y para lo que me duro el gusto. Días después la situación cambio, había cometido un pequeño error de lenguaje, aquella extraordinaria mujer de antes, no era más que una mujer extra-ordinaria, más ordinaria que nada, igual que la mayoría de las personas de las que tanto me quejaba.
  Leí tranquilamente algunas de las historias y no representaba la mitad del libro, ni siquiera una cuarta parte, pero consideraba que un pequeño descanso antes de continuar con la ardua labor mejoraría mi rendimiento y podría exponer y refutar algunos de los argumentos que atentaban contra mi cordura y mi normalidad en aquellas conversaciones de sobremesa. Era tarde y solo tenía tiempo para revisar dos escritos más:
  -Obra del primero y segundo acto.
  El tiempo marcha lentamente cuando se es viejo, y ya casi no se mueve para Hezel, un anticuado personaje para la obra, para la vida y para todos aquellos que no se identifiquen con él.
  (En escena se encuentra un sillón y un escritorio, sobre él, un jarrón y una máquina de escribir).
Hezel: (Entra y se acuesta en el sillón, parece cansado) ¡Ay! Estos muchachos y sus redes sociales, en mis tiempos, si queríamos comunicarnos escribimos una carta o íbamos directamente con la persona con la que queríamos hablar.
Miriam: (Entra) Estás aquí padre, espero y no te disguste que ocupe la máquina de escribir padre.
Hezel: Sabes que no me molesta hija, adelante úsala.
Miriam: Está bien padre, gracias (Se dirige hacia el escritorio y toma el jarrón antes de sentarse). ¿Y las flores padre?
Hezel: En el cajón.
Miriam: ¿Y qué hacen en el cajón padre?
Hezel: Lo que pasa es que el jarrón está lleno hija, no podía poner las flores ahí, así que las guarde en el cajón.
Miriam: (Dubitativa toma el jarrón) Pero si esta vacio padre (Lo pone boca abajo).
Hezel: No hija, no está vacío, está lleno de aire. El vacio solo es una abominación creada por el hombre para darle nombre a su carente de conciencia.
Miriam: ¡Ay! Padre, pues voy a desplazar al aire con un poco de agua para poner las flores, ¿te parece bien?
Hezel: Me parece perfecto hija, ¿a dónde lo vas a desplazar?
Miriam: Al todo padre.
Hezel: ¿Al todo? ¿Sabes bien lo que estás diciendo?
Miriam: Si.
Hezel: Maravilloso Miriam, maravilloso, pero no lo desplaces así como así, viértelo sobre la tierra, ofrécelo como regalo y cumple con la reunión del cuarteto.
Miriam: ¿El cuarteto?
Hezel: Exactamente hija: la tierra y el cielo, que esas ya están dispuestas en la arcilla y la creación artesanal del jarrón, lo mortal, se reunirá con las flores que vas a poner y lo divino, con la ofrenda que harás regando el aire al suelo. El cuarteto y así la reunión del mismo.
Miriam: Tiene toda la razón padre (Saca las flores del cajón junto con un recipiente de agua y dispone todo para colocarlo en el jarrón).

martes, 3 de mayo de 2011

Solo una pintura...

Esperaba, de verdad esperaba que no te fueras, que no desaparecieras y continuaras el recorrido hacia un más allá o  hacia un tal vez como lo hacían las demás personas que ocupaban un tiempo relativamente corto en mi vida, frente a mí. Deseaba que te quedaras conmigo.
   No sé cuánto tiempo ha pasado desde que sentí lo mismo que ahora siento otra vez contigo, la belleza de tus ojos azules, la fría expresión de los delgados y rosados labios, la nariz mal trazada de tu lienzo original, la rica gama cromática con la que te fundes en el paisaje de un atardecer en algún lugar del extranjero, el busto ruborizado, casi descubierto y bien formado, el vestido blanco que juega a las sombras con los pliegues de la tela y ese cabello oscuro y castaño que cae quebrado sobre tus delicados hombros. Si existe la perfección, la estoy viendo, dentro de la galería de arte, enmarcada en un mundo tan extraño como el mío, pensativa y con la mirada contemplativa, sujeta y pérdida en la mía, como intentando adivinar mi pensamiento y, sin que lo sepas, yo también busco la manera de indagar en el tuyo, esperando, de verdad esperando que sientas lo mismo que yo.
  ¡No te vayas! Te lo diré… te lo diré… es bastante simple, es cuestión de tiempo para que lo sepas, solo hay un pensamiento en mi cabeza: “quédate conmigo…”, solo eso, no te vayas por favor, que no ves que soy solo una pintura…

domingo, 1 de mayo de 2011

Con un beso...

Censura el tacto de mis labios,
enmudece la dicción de mi vocablo y
silencia el sonido grave de mi voz.

Acalla con tu dulce sabor a durazno,
oculta de nuevo mi palabra contra la tuya
y exclámame que soy tuyo, con un beso...

jueves, 28 de abril de 2011

La calma...

¡Cállate la boca y arrójate de una maldita vez al hoyo! Pequeño hombrecillo de mierda, grito Mariola con ese tono argentino que le caracterizaba desde la sala, estaba viendo uno de esos programas en donde la gente consigue dinero a costa de su dignidad, siempre le habían gustado ese tipo concursos televisivos, aún cuando la mayoría del tiempo se terminaba perdiendo en más comerciales que en otra cosa, constantes ofrecimientos de remedios milagro para adelgazar y moldear la figura como cualquier modelo de pasarelas francesas, aparatos electrodomésticos que servían para ahorrar tiempo de cocina y preparar el más exquisito platillo para la familia, siempre acompañados de promociones como: “llévate dos en lugar de uno si llamas en los próximos cinco minutos” o “te descontamos tres de los nueve pagos si te comunicas en éste momento”, toda una extravagancia para hacer el verdadero negocio en los gastos de envío ya que cada producto contaba con la garantía de que se les devolvería el dinero si el cliente no quedaba satisfecho. La familia cenaba en la cocina, junto a la sala, nadie sacaba tema de conversación, solíamos ser unas personas de buenos modos a la hora de tomar alimento y ahora los gritos espontáneos de la mujer que veía la televisión en el espacio contiguo tensaban el ambiente de forma desagradable. ¿Quieres vino madre? Pregunté al levantarme de la mesa, había terminado de comer o quizá era que había perdido el apetito tras incomodarme con la situación que presenciábamos, deposité el plato con todo y cubiertos en el lavabo y voltee hacía mi madre en busca de la respuesta a mi ofrecimiento, ella hacía gestos y señas con las manos en dirección de mi padre y éste le contestaba con señas parecidas, yo seguía su conversación muda con poca atención, ella alegaba que no había sido un buen momento para visitarme y él le respondía con un gesto de molestia que nunca era un buen momento y que por favor dejara de comunicarse con señas, que era mudo, pero no sordo, lo cual era cierto, había perdido la capacidad de habla hace ya un par de años, el médico de la familia le había detectado un tumor en la garganta a tiempo favorable para una operación, quedo mudo después de eso, pero estaba contento de poder comer todo el helado que quisiere. ¿Madre? Volví a preguntar. Si hijo, nos caería bien un poco de vino por fin soltó. El tomar vino era un alivio y no solo como digestivo tras la comida, sino que el hecho de salir de la casa al cobertizo del patio trasero indicaba cierto descanso para mí.
  Al pasar por la sala no pude evitar cruzar la mirada con la de Mariola, debo confesar que siempre me habían gustado sus ojos, que bien dicen que son las ventanas del alma y que yo, no alcanzaba a ver más que un enorme vacío en esas grises y circulares manchas que me fascinaban. ¿Ya se van a ir? Preguntó con desagrado la increíble y hermosa mujer desdichada. Eso espero, respondí y respire hondo para aguantar y salir por la puerta hacia el patio trasero. El aire sabía un poco húmedo y había una agradable brisa fresca recorriendo solo algunas partes de la casa, ahí afuera estaba Julia, estaba recargada en el árbol de naranjas hablando por teléfono, probablemente con alguno de sus muchos pretendientes, era una mujer muy bella, pero tenía la desafortunada suerte de establecer relaciones con las personas menos indicadas. Mi hermana siempre me aconsejaba sobre las mujeres y había sido ella quien me presentó una vez ante Mariola en un magno evento deportivo del club unos años atrás, quizá algún día se lo agradezca. Cedí unos cuantos pasos en dirección del cobertizo y Julia se percató de mi presencia enseguida, me miró por un momento para luego sonreírme y darse la vuelta, dándome la espalda. Cruce rápidamente el patio, reparando en que vino debía calmaría la situación de dentro, abrí la puerta y busqué en el estante la lista de los vinos que tenia disponibles, uno en particular me apetecía para el momento, hecho en unos viñedos de California por unos alemanes, el año, 1873, algo bueno, me gustaba la idea de que los números de más de dos cifras terminaran en 3, mi numero favorito.
  Al salir del cobertizo, para emprender el regreso a la cocina con el vino en mano, Julia estaba en medio del patio, como si me esperase, me hizo un gesto para que me acercase y de la nada besó suave y dulcemente mis labios, había sido como un delicado roce. ¿Pasa algo? Le pregunté y ella solo agacho la cabeza y dijo que tenía, que su boca encontraba gusto en lugares extraños, no pensé mal, era mi hermana y ahora parecía que necesitaba a alguien que pudiere escucharle y yo no era ese alguien. Descuida, mi razón suele durar lo que el sol respondí y entre a la casa.
  En la sala ya no estaba Mariola, la televisión estaba apagada y yo pensaba lo peor, quizá ya estaría discutiendo con mi madre mientras mi padre intentaba separarlos y apaciguar el enfrentamiento hasta mi llegada como en múltiples ocasiones, me apresuré hacia la cocina y ahí estaba Mariola, sentada a la mesa, probando un poco de la cena que había preparado. ¿Es para mí? Dijo al verme entrar apresurado y con el rostro un tanto perplejo. Disculpa, qué, solté, me sentía un tanto desorientado, no sabía en dónde se encontraban mis padres ahora, quizá ya se habían  marchado tras la espera del vino o quizá habían sido brutalmente asesinados por Mariola y sus ahora fríos cuerpos estaban escondidos en el refrigerador. ¡El vino Roberto!, volvió a hablar la mujer alzando fervientemente su tenedor. A dónde han ido mis padres pregunté a la vez que me disponía a abrir la botella y servirle un poco en una copa de vidrio. Están con la niña respondió y le dio un gran sorbo a la copa. ¡Con la niña! Pensé alarmado, esto iba para mal, esperaba que la pequeña Lucia siguiera durmiendo.
  Caminaba lentamente hacia la habitación de la niña contemplando y midiendo cada una de las palabras que iban a salir de mi, pero al llegar la mente se me vino en blanco, mi madre cargaba a la niña de tan solo año y medio de vida entre sus brazos. ¿¡Haber, quién es la niña más bonita de la casa!? Decía la señora Monsais mientras mi padre estaba recargado en la cuna. ¿Acaso no conocía a su nieta?, tantas explicaciones por teléfono no habían sido suficientes, una y mil veces le había comentado que a la niña Lucia no le gustaba para nada la letra “A”, ni como se escribía ni como se escuchaba, “grafía y fonema no gustan papá” siempre me decía y ahora cada vez que hablaba mi madre con ella acentuaba esa infernal vocal en las palabras. Era cuestión de tiempo para que Lucia le reclamase el uso indebido de la censurada letra, lastimando como solo ella sabía hacer y en eso era igualita a su madre. Deja que la cargue yo madre dije desde la puerta y le arrebate a su nieta de los brazos, que ésta hermosa princesa no debe estar despierta a éstas horas. Lucia se abrazo a mi cuello, susurro en mi oído un “gracias papá” y yo aproveche para hacerles una seña de salida con la cabeza a las dos personas de edad que irrumpían el sueño sagrado de la pequeña.
  De vuelta en la cocina mis padres tomaron lugar a lado de Mariola, no se dirigieron la palabra, incluso no se veían más que de reojo, como tratando de ignorar sin alguna discreción o simplemente para simular que no había nadie en los respectivos lugares. Después de un rato llegué yo con ellos, había dejado a Lucia de nuevo acostada con la promesa de que volvería para leerle uno de mis textos favoritos. ¿Quieren más vino? Resolví y no obtuve respuesta por unos instantes, el ambiente cada vez se sentía más tenso y yo, ya no aguantaba. Se escucho el golpeteo de la puerta principal, ya no esperábamos visitas así que todos nos miramos extrañados, yo tomé la iniciativa de ir a investigar y después me siguió Mariola y después mis padres. ¡¿Quién?! Pregunté con voz imponente, silencio, volví a preguntar lo mismo y la respuesta que obtuvimos fue de Julia, había salido un rato y ahora esperaba fuera. Abrí la puerta enseguida, pero mi hermana no quiso pasar, indicó a nuestros padres que era mejor que se fueran y así lo hicieron.
  Aún esperaba ver perderse las luces traseras del auto en la obscuridad desde la puerta, Mariola había regresado a la sala a encender la televisión y a continuar con su programa. Ya no se veía nada en las calles y aún me esperaba Lucia con la lectura que le había prometido, cerré la puerta y me dirigí hasta el cuarto de la niña, pero antes de que llegara a mi destino la fría mano de mi esposa me detuvo, había apagado la televisión y ahora me decía al oído que me necesitaba, la abracé y ella me correspondió de forma cálida, rodeándome con sus brazos, acercó sus labios hasta mi oído y susurro de una forma deliciosa que no tardará, le respondí con un beso parecido al que me había dado Julia unos minutos atrás y entre al cuarto de la pequeña.
  “Y te recuerdo, mientras sueño y me sueñas, con las flores blancas que te regalé un día y que insistías en que las preferías rojas o azules o lilas. Y entonces peleamos hasta que amanece de un color y de otro, dentro de la habitación y de tú cabeza y también dentro de la mía, nublando y aclarando luego mi pensamiento, el tuyo y el nuestro como solo el resplandor del sol y la luna lo sabe hacer y que en la obscuridad como en el silencio se encarga de diferentes bajezas y altruistas acciones sobre una cama, en un colchón o donde caiga uno rendido tras la batalla o la paz.
    Y te sigo pensando en mi caminar y en los pasos detenidos, en las palabras que leo o que escribo con tinta o con las manos en el papel reciclado de viejo cuentos y en las hojas de los arboles que recién caen de los arboles en otoño y en invierno en algunas ocasiones. Redactando un adiós, un hasta luego y un hasta siempre.”

  Al terminar de leer para la niña salí de su cuarto y entre en la recamara donde me esperaba Mariola, note que el aire sabia un poco húmedo y que ahora la fresca brisa recorría suavemente cada una de las partes de la casa.