martes, 15 de marzo de 2011

Quería un hijo...

Con el cielo obscuro y la visión a blanco y negro, como en alguna película vieja, le dan a uno ganas de bailar, bajo una enorme luna llena, cerca del puerto, sin luz más que la de un faro lejano, sin música y sin zapatos siento tu tacto, sostiene mi mano y mi hombro, yo a su vez te tomo de la cintura, siento la calidez de tu piel y te veo directamente a los ojos, no hay palabras, sólo pies que se mueven lentamente a un son inexistente. El tiempo parece no seguir su lineamiento y el cielo no va a clarear, me gusta sentirte cerca y ahora más que caemos despacio, a la duela de la pista, a un espacio que no pertenece a ningún lugar, sin luz, sin música, todo tan cerca de ti.
  Creo que he bebido un poco de más, la fiesta ya había termino hace unas horas y me había metido a la cama aún con el traje puesto, Amara no estaba a mi lado y la luz de la cocina estaba encendida, un ruido extraño seguía un ritmo molesto. Qué pasa, pregunté a la hermosa figura que se encontraba metida en un lindo vestido rojo, sentada a la pequeña mesa de cristal y golpeteándola con sus uñas mal pintadas. Sabes, quiero un hijo, me respondió Amara con toda la tranquilidad del mundo. Ella sabía que a mí no me parecía la idea de tener hijos, no ahora, vivíamos una linda etapa de nuestras vidas, llenas de lujo, de placeres y dichas, como hoy, descansando en una bella casa después de una elegante cena y una fiesta inolvidable. He llamado a mi hermana, quiere saber cuándo iremos a conocer a nuestro sobrino, nació hace dos meses y sólo lo hemos visto por fotografías en una computadora, quiero un hijo José, soltó después de un silencio prolongado. La situación acabaría mal, ya antes habíamos peleado por el mismo tema y todo finalizaría con ella llorando encerrada en el cuarto y yo lejos en algún bar pensando en la posibilidad de tener un hijo ahora. Sabes lo que pienso y ahora no tengo ganas de discutir respondí. Tarde, muy tarde ya había dicho la palabra “discutir”, ahora vendrían sin fin de reclamos.
  Media hora después, seguíamos sentados a la mesa, yo sostenía las manos de mi mujer y ella lloraba ya más tranquila. ¿Qué debería hacer? Lo siento de verdad, no quiero un hijo a estas alturas, decía mientras me incorporaba. Ahora te vas, no quiero que vuelvas a tocarme, grito en un tono seco y lastimado. No me gustaba la idea de tener hijos, pero me gustaba el sexo. De cualquier  forma no importaba, ya hacía más de dos años que le era infiel, acostándome con diferentes mujeres, incluso ayer había dormido con su mejor amiga. Eres un infeliz, piensas que no estoy al tanto de todas tus aventuras, dijo, como desahogándose y soltando un enorme peso que cargaba desde hacía ya tiempo. Sabía lo de las mujeres y quizá sabía lo de su hermana, soltera, con un hijo bastardo y sin que nosotros la visitaremos desde hace ya once meses. ¿Y yo era el infeliz? ¿Qué hacia ella con un hombre como yo? José, dijo con una entrecortada voz, te amo…
  Un silencio se apodero de la escena, yo no quería estar más ahí, quería regresar al sueño, seguir sintiéndola, bailando sin preocupación, sin luz, sin música. Me voy, dije y salí de aquel lugar llevándome las llaves del auto. ¿Qué debería hacer? Por qué Amara no se daba cuenta de la situación, el médico le había dicho que no podía tener hijos y su hermana, que amablemente se presentaba para prestarle el útero para que naciera nuestro hijo dentro de ella se negaba a que la volviéramos a ver, me sentía mal, de verdad amaba a Amara, pero no entendía por qué ahora me dirigía al encuentro con otra extraña mujer de habitación.

lunes, 14 de marzo de 2011

Se me estaba haciendo tarde aún...

El calor es absurdo, la fetidez de los cuerpos lo es aún más. Eran las 7:35 de la mañana y ya se me hacia tarde para llegar al trabajo, con la corbata mal puesta, la camisa desabrochada y el portafolio en la mano izquierda salí presuroso a tomar el autobús que me dejaría en la terminal del metro de la ciudad. Media hora más tarde me encontraba entrando en aquel tren naranja dividido en nueve vagones y dividido también para mujeres y hombres y mujeres. Cruzando las puertas me aventé, literalmente hacia uno de los asientos vacios, siempre era un caos a esa hora del día y tras una lucha con dos enormes señoras, gané uno de los lugares disponibles. El calor era insoportable, cada estación duraba cerca de tres a cuatro minutos y mi traje perdía su línea y su valor comercial a cada instante. Comenzaba a estresarme esta situación, cada vez era más pesado respirar y no me creía de donde salía y podía caber tanta gente. Estaba molesto y a punto de convertirme en un homicida múltiple o al menos eso pensaba que podía pasar de estar encerrado más tiempo. Maldición dije en voz baja y la mujer que venía sentada a mi lado, cerró su libro de Jaime Sabines y respondió a mi maldición –de verdad lo crees, deberías verlo a las dos de la tarde– dijo con divertida ironía. Bueno, al menos tú traes algo en que distraerte, mencioné en un tono algo molesto, –leo poesía y no es para distraerme solamente­– resolvió la mujer a mi lado en forma de reto. Lo que me faltaba, una plática molesta y el tren que se acaba de detener en medio de la estación más larga.
  Pasaron quince minutos y Ana, que así se había presentado la mujer a mi lado, no dejaba de platicarme acerca de varios de los poemas de Sabines que le gustaban, no dejaba de hablar y el tren no avanzaba, ya era demasiado tarde, llegaría impuntual una vez más y para terminar de con mi mala fortuna mi celular no tenia señal para avisar en la oficina. Creo que va para largo, dije interrumpiendo quien sabe qué discurso de Ana, bueno, será más tiempo para conocernos respondió ella, yo hice una sonrisa fingida que quizá ella no se percato de la falsedad de mi mueca, en eso una voz mecánica en las bocinas del tren anunciaba que había ocurrido un fallo en el funcionamiento, que estuviéramos prevenidos, para perder las luces de los vagones y pasar cerca de una o dos horas estimadas, pedía también disculpas y que por favor mantuviéramos la calma hasta que llegase la ayuda técnica. No podía ser, qué había hecho yo para merecer algo así, qué habían hecho los demás. Dos horas, balbuce y Ana muy sonriente me pregunto que cuál era mi autor favorito, no le prestaba mucha atención, sólo pensaba en cómo evitar aquel tedio. Poe, dije respondiendo a su pregunta y continué hablando sin siquiera verla, ya hace mucho que no agarro un libro, no he tenido mucho tiempo que digamos. Todo lo que decía lo hacía con la mirada como buscando algo, una salida, un respiro.
  Al rato, una de las enormes mujeres soltó un espantoso grito que se escucho de extremo a extremo del atrapado tren. Gritaba la señora, eso era preocupante y estresante a la vez, pero todo acabo cuando el semblante se la señora palideció y cayó sobre las demás personas, me alegré de estar sentado por un momento. Un infarto, un infarto era lo que había ocurrido, Ana me sostenía fuertemente del brazo mientras todos en el vagón contemplaban a la mujer tendida en el piso, la gente se había hecho a un lado para dar espacio y a la vez buscaban a alguien que socorriera a la enorme señora, un médico, un estudiante de medicina, pero nada. Los minutos pasaban y el estado de la señora se complicaba, tocábamos en las puertas de los extremos del vagón buscando ayuda en los demás, intentamos abrir una de ellas pero fue en vano. La ayuda no llegaba y la mujer parecía haber muerto, era preocupante y yo sólo pensaba en la fetidez que iba a provocar aquel enorme cuerpo sin vida. Qué hacemos, pregunto una voz en mi oído, era Ana que estaba casi encima de mí, qué le decía, qué le podía responder. Por ahora esperar, dijeron que tardarían de una a dos horas en enviar ayuda y apenas va hora y media, algo en mí sabia que tardarían más en llegar, la situación era extraña ya de por sí y ahora varias personas se agrupaban para salir de ese horno. Al parecer en los diferentes vagones habían tenido ideas similares ya que al forzar las puertas varios integrantes de diferentes grupos ya estaban caminando con cuidado por las vías, ¡cuidado!, gritaban, pisen con cuidado, parecía que la operación tenia cierto progreso y otra calamidad golpeo a nuestra fortuna, un fallo eléctrico, algunas lámparas reventaron y las luces cedieron, gritos colectivos se escucharon al unísono, llenando el ambiente con más tensión y con el aire oliendo a quemado, en el descuido de la falta de luz, varios habían tropezado cayendo a las vías, muriendo electrocutadas. Varias chispas se vieron primero y después una llamarada que consumía algunos de los cuerpos.
  La gente había caído en un temido pánico, no sabía qué hacer y la poca luz, generada al costo de unas cuantas vidas era suficiente para unos minutos de lectura. Le pedí prestado el libro a Ana, tenía que aprovechar el tiempo de alguna forma. Qué haces, pregunto al mismo tiempo que me cedía el libro, no respondí, pensaba mi respuesta antes de ocasionar una mala fachada, pero no tuve tiempo de responder ya que ella tomó la palabra y menciono que tenía razón, que había que guardar la calma. ¿Era tonta o sólo yo era una mejor persona de lo que pensaba? Se acurruco en mi hombro y su brazo comenzó a rodearme por el torso. Me sentía incomodo para leer así que con mi brazo más próximo a ella la abrace y me acomode de tal forma para poder sostener el libro y disponerme a leer.
  Ya eran las 10:24 y no había persona parada en alguno de los vagones, el cuerpo sin vida de la enorme señora seguía tumbado en medio del pasillo y el olor a carne quemada se volvía nauseabundo. Página 17:
  “AHORA PUEDO HACER LLOVER,
enderezar las ramas torcidas,
levantar a los muertos.
Hágase la luz, digo,
y toda la ciudad se ilumina.
¡Qué fácil es ser Dios!”

  Si tan sólo pudiera yo… saldría de aquí en un instante. Qué, pregunto Ana, ¿crees que Dios haya planeado esto?, contestándole. No lo creo, dijo ella. Yo no era aficionado a Dios o como fuera que se llamase a las personas que creen en él, yo creía en las fallas de los hombres, como los del servicio de trenes. La luz comenzaba a desaparecer, en cierta forma esperaba que algún otro valiente grupo avivara las llamas, dándome un poco más de luz para poder continuar con la atrapante y deliciosa lectura. Había olvidado lo que significaba abrir un libro y dedicarle tiempo e interés. Ana parecía ceder al sueño, se veía linda y a media luz denotaba cierta sensualidad, tanto la plática por parte de ella, como el tiempo a su lado había ocasionado algo en mí, cambiando algo, sintiendo algo. Le acaricie suave y delicadamente el rostro, ella levanto la mirada y me sonrió, de verdad que era linda, besé con cuidado su cabeza y ella cerró los ojos manteniendo aun la sonrisa dibujada en sus generosos labios.

  Ya había pasado mucho tiempo, era necesario hacer algo al respecto, tenía que moverme, ayudar a los demás, sacarnos de este desastre. La sangre me hervía, las ganas de vivir y sobrevivir eran más que cualquier otro sentimiento. Comencé a idear alguna forma de escapar de ese infierno, duré cerca de media hora meditando posibilidades y por fin lo tuve, esa era la solución. Algo en mi pecho se movía de forma excitada, me sentía suficiente, con capacidad de todo, los latidos de mi corazón despertaron a la mujer que descansaba sobre mi pecho, ella levantó la cabeza y me miró fijamente por algunos segundos, veía algo diferente en mí, me miraba con desconfianza, la besé de una forma apasionada y le susurré al oído que ya sabía qué hacer. Me levante de mi asiento, pasé con cuidado de no pisar a la pobre mujer del infarto y abrí la puerta a dos manos, yo sólo y con gran fuerza y convicción, las luces regresaron y un tren, en dirección contraria y en paralelo se detenía junto a nosotros, varios hombres nos indicaban que cambiáramos de tren, teniendo cuidado con el pequeño salto, así lo hicimos y nos regresaron enseguida a la última estación que habíamos pasado.

  Con todas las ganas del mundo mire a Ana, parecía otra, ya no estaba interesada en sostener mi brazo, sólo se acerco hasta mí para regalarme el libro, dijo que era un día para el olvido y desapareció en la multitud. Qué hacía yo con todas las ganas del mundo, con la pasión nueva e inaugurada por primera vez y el pensamiento de estar enamorado de aquella mujer con la que compartí esta excitante aventura. Nada, volví a pensar las cosas con cuidado, recobrando mi antiguo pensamiento, el pensamiento que era mío y me hacía ser yo, ¿cuándo había cambiado mi personalidad de introvertida a extrovertida?, y ¿cuándo había sido que el mundo cambió de interesante a aburrido? (con esto me refería a la excitante situación del tren detenido y de todo lo que pasaba dentro de los vagones y que de pronto cambio al aburrido rescate). Qué hacía yo pensando algo así, volví a ser yo en ese instante, molesto por ir sumamente retrasado tire el libro de Sabines al suelo sin importarme y sin darme cuenta se abrió en la primera página, donde había una nota: “Se que somos unos extraños, pero te dejo mi número para seguir en contacto, creo que me he enamorado y espero volverte a ver; 532138523 te espero. Ana…”. Volteé por un segundo al libro, recordaba que me había agradado uno de los poemas y al ver que estaba rayado con una letra diferente en la primera hoja, desistí del poco interés que me quedaba, que más importaba, ¡Dios!,se me estaba haciendo tarde aún.

domingo, 13 de marzo de 2011

Encarcelados...

Deberíamos encontrar una solución para esto Oscar, dijo mi compañero desde la celda contigua, era verdad que pasábamos por tiempos difíciles y el encarcelamiento sólo nos había enseñado una cosa, sobrevivir.
  Pasaron tres días después de un caótico incidente, algunos de los presos se habían amotinado en la parte norte, donde estaba la cocina, tenían armas filosas a su disposición y un par de rehenes que parecían no durar mucho con aquellas heridas. Los causantes de toda esta situación tenían determinadas peticiones que querían se cumplieran de inmediato, no decían ni soltaban palabra alguna, pero querían que se les escuchara, que se le obedeciera.
  Fue trágico el desenlace de la incómoda situación, habían pasado dos días en lo mismo y cada minuto se complicaba más. Todo termino en una masacre, los causantes y los rehenes, muertos. Un par de ellos, qué más da si salvamos muchas vidas por una decisión así, dijo un tercero que estaba escuchando nuestra conversación. Tenía acaso razón, me preguntaba, pero mi compañero respondió que eso era una infamia, que si un par de guardias se amotinaban en la cocina tomando como rehenes a varios de nosotros era suficiente justificación para acabar con la vida de alguno de los presos. Obviamente nosotros éramos más que los guardias y aún así no podíamos hacer mucho, ellos tenían el control, sólo queríamos un poco de paz y por ello era necesario encontrar una solución.

sábado, 12 de marzo de 2011

El circo de las sombras...

A mi llegada al pueblo de Grüterbeich, el aire escondido entre gigantes arboles cubría el ambiente de un aroma peculiar, nunca antes había percibido algo como aquel olor. La gente tenía todavía un aspecto rural, incluso deba la impresión de haber viajado en el tiempo unos cuatro siglos atrás. Mi paso era lento, caminaba con nerviosismo, mi auto, mi vestimenta y mi aroma a colonia de cuarenta libras no encajaban en aquel lugar. Sin pasar desapercibido, unos hombres que trabajaban en milpas de su propio patio se acercaron hasta mi, cortésmente preguntaron si necesitaba algo. La hospitalidad de las personas no me quitaba los nervios, pero era mejor tratar con las personas del lugar de una vez. Con un ligero asentamiento de la cabeza pregunté si era posible que me indicaran el camino hacia “la colina de atrás”, les tendí un oficio que saqué del bolsillo derecho del abrigo y ellos al revisarlo lo rompieron al leer de lo que trataba.
  “Comunicado a encargados del lugar de Grüterbeich:
          Con este documento oficial, se les pide a toda la comunidad de Grüterbeich que faciliten la investigación del agente Rolls respecto al caso de “el circo de las sombras”, terreno situado en los límites del pueblo. Pedimos de la manera más cordial que no compliquen las cosas como en sucesos anteriores y que, si es posible ayuden a que acabemos pronto con nuestro trabajo, así, tanto ustedes como nosotros podremos terminar con esto.
Atte. La federación.”
  La situación comenzaba a presentar algunas dificultades, antes ya me habían advertido acerca de la gente de ese pueblo, pero no lo creía del todo y, ahora parecía que todo era como en los reportes anteriores, “personas hostiles que se resisten a la investigación”. Con los nervios matándome, decidí tomar partido en aquella ofensa, le mencione a las personas con las que trataba que lo que habían cometido era un delito grave, eso no pareció importarles mucho, ya que se dieron la vuelta y regresaron a sus labores de antes, quede perplejo, era mejor dejar las cosas como estaban y seguir por otro lado.
  Mi paso por los andares del pueblo de Grüterbeich era desconfiado, temía un ataque en cualquier momento y de ser reales los reportes anteriores, regresaría de aquel lugar con un grado de locura avanzada. Toque varias puertas antes de encontrarme con un viejo sentado por donde había entrado al pueblo, de quizá ochenta y seis años, hombre bien conservado y de una presencia fortísima y que no correspondía su físico a la edad que poseía, eso intimidaría a cualquiera y, el tener que verlo siempre hacia arriba quebraba mi voz a ratos. Me llevó caminando por malezas y un jardín mal cuidado hasta su casa, donde me invito a pasar. De aspecto antiguo, el lugar emanaba un olor aun más extraño que afuera, las nauseas se abrieron paso por mi cuerpo, no sabía cuánto aguantaría, pero la cortesía que marcaba el acto, tenía que corresponderse de la mejor manera, así que entre primero y se me indico donde podría sentarme. Entonces, ha estado preguntado por aquel terreno soltó la voz del hombre, se sentó en una silla de aspecto gótico, de esas con el respaldo alto y que apenas conseguía hacer menos al gigante viejo. Respondí afirmativamente, le hablé de mi labor en aquel lugar y en lo difícil que había sido tratar con las personas del pueblo. El viejo río de forma estrepitosa y mi nerviosismo, junto con el aire fétido del lugar me indicaban que tenía que salir corriendo, subir a mi auto y marcharme sin mirar hacia ese espantoso lugar. Después de un momento de gracia para el hombre, comenzó a platicarme de lo que ocurría dentro de Grüterbeich, inicio su relato con las raíces de su propia familia, “Los Ivankovft” que eran un grupo de circenses que habían llegado hasta ahí hace dos siglos, dedicados al entretenimiento, un día, al llevar a cabo el acto de magia, que consistía en la manipulación de las sombras, los espectadores del lugar, aterrados y con las palabras aterradas, maldijeron a aquellos que profanaban la sabiduría del cielo con actos profanos y prohibidos como ese. Me dijo que la gente en ese entonces se torno violenta y atacó a su familia, que para entonces él era todavía un niño, pero que recuerda bien como su abuelo, con afán de proteger a los suyos hizo una especie de juramento y todo el pueblo por un momento se lleno de sombras. Que la gente horrorizada juraba haber visto algo en aquella penumbra, algo que no se atreverían ni siquiera a pronunciar hasta el día de hoy. Después me contó que a las dos semanas volvieron a abrir el espectáculo, que pusieron una carpa del doble de alto y el triple de ancho, aquella noche, pronunciaban, seria inolvidable. Y así fue, comentó que ya estaba todo preparado para iniciar, pero que no había persona que hubiese asistido, no había nadie en el recinto y ellos comenzaron, con velas y trazos extraños en el suelo, el abuelo Ivankovft se postró al centro con un enorme libro abierto, conjuraba a las sombras en una lengua desconocía y estas le respondían en el mismo sonido, todo era extraño en su momento y las personas del pueblo presenciaban a lo lejos sucesos extraños, sombras que corrían por las paredes, que hablaban en algún lengua maldita y que se acercaban amenazantes, no había mucho que pensar, era hora de tomar medidas, así que, agrupándose tomaron antorchas y rifles para enfrentarse con los del circo.
  Un seco ruido desconcentro la atención del viejo con el relato, un golpe que parecía haber hecho trizas alguna pared en la parte de arriba sugería algún terror invadiendo mis creencias, acaso era que me estaba sugestionando con el relato, aquellas palabras qué tenían que ver con mi tarea en ese lugar. Pasaron unos minutos y el viejo no volvía, el sol estaba a punto de ceder su posición en el cielo y las sombras parecían murmurar en la antigua casa, todo estaba obscuro y no tenía consciencia de cuando fue que nos sumergimos en tal penumbra. El olor se hacía más insoportable conforme desaparecía el sol y, al hundirse la casa en las tinieblas totales sentí que algo me llamaba desde el piso de arriba. Comenzaba a respirar con dificultad y aquel llamado sólo podía indicar y pronunciar la muerte. Por un instante pensé en marcharme del lugar y ahí fue cuando el viejo Ivankovft bajo con un candelabro en la mano, la luz de la vela le pegaba directamente en el rostro, dándole un aspecto tétrico, parecía más viejo, más muerto que vivo y su andar se había vuelto más lento. No te has movido, preguntó y sólo hice un gesto de negación sin darme cuenta. Tomó su lugar de antes y prosiguió con su relato con una disculpa. Dijo que ya me imaginaba lo que había continuado, el fuego se esparció por el circo con una enorme rapidez, las sombras parecían emitir un doloroso gemido al tocar no las llamas, sino la luz que estas emitían, la familia logro salir intacta y sólo el abuelo Ivankovft había permanecido firme en su lugar, aun pronunciando palabras ininteligibles para los oídos comunes. Murió en aquel infierno provocado, pero eso sólo marcaba el inicio del infierno que se aproximaría después para el pueblo de Grüertbeich, desapariciones, muerte de toda la flora cerca del circo y dolorosas ejecuciones de toda la familia Ivankovft llegaron con el tiempo, el lugar se maldijo con un aura obscura, llena de muerte, de susurros extraños y de presencias  infernales. Al terminar estas palabras se levantó de su asiento el viejo y se colocó frente a una ventana, dijo algo como “ya viene” y cerró las cortinas, haciendo la obscuridad aun más sombría y espantosa de lo que era. Camine por la sendera que esta atrás de la casa y llegará a donde se encontraba el antiguo circo. Agradecí y salí enseguida, el pueblo estaba por completo iluminado, sólo la vieja casa Ivankovft permanecía con el extraño y obscuro resplandor.
  Caminé hacia las casas bien iluminadas y las personas con las que antes había tratado y que me habían roto el oficio en la cara se acercaron hasta mí. Mencionaron que lo mejor sería que me fuera de aquel lugar y que nunca regresara. Con mejor convicción y ya con más seguridad en mis palabras dije que tenía trabajo que hacer. Eso no les pareció la mejor respuesta y con un tono menos amenazador me dirigieron hacia dentro de alguna de las casas, contándome que el viejo Ivankovft venía de una familia de brujos, que habían maldecido al pueblo años atrás con una criatura que sólo podía vivir en la obscuridad y que era por ello que todas las noches se encendían todas las luces dispuestas a combatir a aquel mal. Escuché historias que más bien parecían antiguas leyendas, habladas de seres que habitaban en las sombras y que volvían loco a quien las escuchara murmurar. Qué debía yo de decir ante situaciones como esta. Un temor ya se había apoderado de mi mente y no porque creía todo lo que se me contaba, sino porque podía sentir algo fuera de toda realidad habitando en aquel pueblo.
  Ya había caído la noche por completo y aun continuaba charlando con los hombres dentro de su casa, llegamos a la conclusión de que si de verdad quería permanecer ahí, tendría que tener mucho cuidado y que por lo mientras podría pasar la noche con ellos.
  Lo que diré a continuación no sé realmente si fue un sueño o si en verdad ocurrió. Ya entrada la noche por completo, las luces aun seguían encendidas, a qué le temían aquellas personas me preguntaba recostado viendo hacia el techo. De pronto un ruido ensordecedor se apodero de todo el pueblo de Grüterbeich, la casa de la familia Ivankovft se había venido abajo, yo observaba por la ventana y a lo lejos, una figura extraña caminaba hacia lo que parecía un lote baldío con algo pesado en las manos y detrás de él lo seguía una mancha obscura, no era su sombra, era algo más. El ambiente se lleno de fetidez, nadie pudo dormir esa noche, todos estaban pendientes de lo que sucedía con lo que consideraban un lugar maldito. Los ojos se me cerraban con voluntad propia, algo me llamaba desde lejos, invitándome a un sueño que quizá del cual ya no regresaría. Al día siguiente me desperté de súbito, bajé rápidamente del dormitorio y ahí estaban las personas con las que había pasado la noche, con los ojos sumidos y con el aspecto de muertos. Ya es hora dijo uno de ellos y me condujeron hasta donde se encontraba antes el circo. En el camino vimos que la casa Ivankovft estaba destruida, algo había pasado ayer y eso no parecía preocupar tanto a mis guías, tomamos el sendero que poco se veía por detrás y llegamos hasta un lugar desierto, ahí no crecía la naturaleza, sólo se notaban figuras extrañas delimitadas por unas cuantas piedras. Era un lugar maldito sin duda alguna, el olor se percibía de la misma forma que la noche anterior y en el ambiente una vibración se estaba dando lugar. Mis espantados acompañantes notaban algo que yo no, gritaban que no se podían mover, que algo les estaba susurrando al oído. La escena de por sí ya era espantosa, nadie más estaba ahí presente y los dos que venían conmigo se petrificaron en un instante, los oídos comenzaban a sangrarles, cayendo enormes gotas que pintaban el suelo de rojo, pero lo más extraño es que toda esa sangre corría en una sola dirección, hacia el centro. Estaba perplejo y fue hasta que comencé a escuchar algo como un susurro que corrí sin mirar hacia atrás. Al llegar a la casa donde había pasado la noche, toda la gente del lugar estaba armada y con antorchas en pleno día, no reparaban mi presencia y sólo miraban un punto fijo a lo lejos.
  Cayó la noche y nadie encendió las luces, todos seguían aglomerados a la espera de algo, yo aun seguía contemplando aquellas imágenes en mi cabeza intentando responder lo que había pasado. Un estallido se escucho en dirección del lugar maldito y todos marcharon hacia allí, yo quería huir, pero de nuevo sentí que me llamaban. El olor se hacía cada vez más insoportable, sabía lo que podía pasar, pero mis pies iban tras de todas las personas. Por fin llegamos, la imponente presencia del viejo Ivankovft estaba en el centro del circo, con un enorme libro abierto en las manos, hablando en una lengua desconocida para todos los oídos comunes.
  “…yo escuchaba, después de un tiempo sumergido en la completa obscuridad que una voz me llamaba, me decía que mi tiempo y el de todos los demás había terminado. Y ahí fue cuando vi de quien era la voz, no era del viejo Ivankovft sino de algo que estaba a sus espaldas, era enorme, con un torso animal cubierto por ojos, alado, con cuernos en lo que parecía su cabeza y tentáculos en donde deberían ser los pies, un ser que no pertenecía a este mundo o a este tiempo, un ser infernal que habitaba sólo en las sombras y que se alimentaba de la sangre. Pocos sobrevivimos, Dios nos ampare de lo que nos espera.”
  Eso era lo que decía el informe del agente Rolls, poco después lo encontraron muerto en su habitación del sanatorio mental de Frükenbach, todo había ocurrido en un fallo del sistema eléctrico del lugar, donde se apagaron las luces por un momento y sólo se escuchaban los gritos gritos del agente diciendo que ya venía, antes de encontrarlo como petrificado y con los oidos sangrantes.

jueves, 10 de marzo de 2011

El tren de las 8:00...

Uno se encuentra parado, siempre parado a la espera del siguiente tren que lo lleve a su destino. Una mañana, al despertar tarde y llegar a su cita puntual con el tren de las 8:00, se encuentra con que una mujer se ha aventado a las vías, retrasando todo el sistema, que desgracia se piensa, pero aún es mayor la desgracia de no ser puntual, pobre chica y pobre tren de las 8:00 que lleva ya quince minutos de retraso. Pasan unos minutos más y el tren por fin abre sus puertas a los usuarios, son las 8:32 y ahora es uno quien lleva el retraso.
  Al siguiente día se encuentra puntualmente a las 7:26 parado en la estación esperando al tren de las 7:30, mira con ansiedad de avance el reloj de cuerda y se alegra al saber que faltan cuatro minutos, el cuatro siempre ha sido su número favorito. Llega el tren puntual e ingresa de forma alegre, unas muchachas que probablemente se dirigen al colegio sonríen al verlo sonreír, llevan uniforme escolar y eso a uno le alegra un poco más, es necesario que la juventud se eduque.
  Despierta en un nuevo día y no se levanta de la cama, hoy es un día dedicado al descanso, la formalidad del tiempo puede esperar hasta su nuevo comienzo. Esta acostado en una cama antigua con sabanas que eran de su abuela y con el edredón caliente que su esposa le regalo en algún aniversario, acostado, una vez a la semana acostado a estas horas. Son momentos como estos los que le hacen pensar y divagar en el pensamiento mismo, quizá más divagar que pensar y quizá más dormido que divagando. Luego piensa que, días como estos no deben contar, que su semana consta de seis días y hoy es como si no existiera, ni él, ni el día.
  Ayer hizo cosas que habitualmente salen de la rutina, pero hoy es un día nuevo y se encuentra parado en la estación esperando el tren de las 7:30. Son las 7:26 y le alegra saber que está esperando en el mejor de los tiempos. El tren llega y una señora de edad avanzada le quiere ceder el lugar, hace un gesto sutil y delicado para negar y sonríe, no deja de sonreír y no deja de ser un caballero. Va parado, siempre parado a la espera del destino, y para él, sólo restan 6 estaciones, ¿qué quiere decir eso?, que sólo le quedan seis días más por recorrer.
  La puntualidad es importante piensa y ahora toca subir al tren de las 8:00, ve su reloj de cuerda y ya es hora de ingresar al viaje.
  A la mañana siguiente no siente ánimos de viajar, quizá debe arrojarse a las vías, dejar de sonreír y dejar de estar parado como siempre, como siempre esperando el tren de las 7:30. No desespera es paciente y ya quedan cuatro minutos para ser la hora en la que pueda ingresar al viaje. El tren llega puntal, no hay mucha gente como de costumbre, piensa que a lo mejor es un día de descanso, como el que él tiene o quizá que ya varios se han decidido por arrojarse a las vías, pero no puede ser, ya que este tren ha llegado puntual, le alegra darse cuenta de eso.
  Pasó otro día y ya está esperando de nuevo, por fin llega el tren y no ha vuelto a ver ni a la señora, ni a las jóvenes del colegio.
  ¿Qué toca hoy? ¿El tren de las 7:30 o el de las 8:00? Se pregunta para después responderse a sí mismo que el de las 8:00, está cuatro minutos antes de esa hora y ve el tren acercarse velozmente, eso le gusta y le gusta la puntualidad. Hoy tampoco reconoce ninguno de los rostros dentro del tren, lucen nuevos, extraños a lo que él acostumbraba durante viejos viajes.
  Se abren las puertas del tren de las 7:30 y está cansado de viajar, le alegra que mañana sea día de descanso y sonríe.
  Esperado día, no se levanta, no sueña, mira el techo con una sonrisa clamada y tranquilizadora, hoy no hay tiempo y tampoco sueños. Ya no tiene preocupaciones por la puntualidad, el día de mañana ya no abordara el tren de las 7:30  ni el de las 8:00. Su reloj no tiene ya manecilla pequeña, sólo marca que faltan cuatro minutos para cualquier hora, ya no está parado, ya no tiene que esperar parado y ya tampoco espera acostado.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La casa Feicht...

“Querido Emiliano:
  Los desafortunados sucesos que acontecieron ayer tienen una muy simple y sencilla explicación. Verás, después de encontrar tu diario postrado en el escritorio de mi alcoba luché, de verdad luché porque no se leyera ni una de tus páginas, comparto la idea de que un escrito personal no debe ser profanado, el sacrilegio que se cometió en tu contra tenía y no motivos para dar al hecho fulminante de ayer. Teníamos por lo menos que ver una hoja, una sola hoja y ahora sé que estuvo mal. Todo salió mal y lo siento de verdad…”
  Era de noche en la casa Feicht, serían las once de la noche cuando termine de escribir la carta, no esperaba que la recibiera el menor de los Feicht, pero me servía como consuelo el desahogarme de esta forma. El tintero estaba a punto de terminarse, así que al frente del sobre que albergaría la carta hice uso de toda la tinta restante para hacer aquel extraño jeroglífico que se encontraba en un alto relieve de tu cuadernillo de piel. La luz se extinguía junto con el petróleo de la lámpara, se apagaba, y yo me apagaba con ella. La lluvia comenzó a hacerse presente, marcando un compás acústico de ritmo semilento, muy tranquilo con lo que mis ojos no podían luchar abiertos.
  Un estruendo en la planta baja de la casa hizo que me despertara súbitamente, las hojas del escritorio cayeron al piso, el ruido provenía debajo de mi cuarto, un aterrador chirrido, como de dos maderas que se frotan con violencia y de pronto un sonido aun más fuerte, sentí que todo el piso de madera se iba a venir abajo, era como si tronara la casa, esperando de un momento a otro para demolerse dejándome sepultada junto con todas las pertenencias. Mis nervios se estaban destrozando a cada segundo, la tensión que se sentía en ese momento era indescriptible, todo estaba sumergido en una obscuridad que albergaba un olor fétido. Revisé la lámpara antes de decidirme a aventurarme a bajar, no tenía ya combustible para encender y las reservas de petróleo estaban en el sótano, lugar donde Emiliano se encerraba durante las noches de luna menguante, nadie sabía sus motivos de claustro, pero nos hacíamos la idea de que era algo malo, algo de una maldad inimaginable.
  Al bajar las escaleras noté una sensación que se percibía rara en el ambiente, ya no llovía, ya no se escuchaba el crujir de la madera y ningún otro ruido, era un silencio absoluto, lo cual era extraño, ya que la noche siempre albergaba ruidos por más mínimo que fuesen, de algún animal salvaje en las afueras, el movimiento de las ramas de los arboles meneadas por el viento, pero en ese momento no se escuchaba completamente nada, sólo quedaba ese extraño olor. La angustia y el terror comenzaban a apoderarse cada vez más de mí, mi corazón latía a un ritmo acelerado y mis nervios me hacían caminar tambaleándome. Fue una suerte terminar mí recorrido por las viejas escaleras, ahora el problema sería recorrer la enorme sala, pasar por el pasillo, entrar a la bodega y por fin descender al sótano donde se encontraba el combustible para la lámpara. Con las manos por delante, tanteaba las paredes como las recordaba, una que otra vez tropecé con objetos que no reconocí y en ocasiones golpeaba con la lámpara objetos que caían al suelo rompiendo el silencio fúnebre por momentos.
  El camino se me estaba haciendo eterno e iba atravesando el enorme pasillo cuando risas incontrolables se escuchaban al final del recorrido, era un canto maldito, pero no podía desistir de mi tarea, llenar de luz, al menos un espacio de la casa, no quería que se repitiera aquel acontecimiento que marco a Emiliano de por vida, a él y a todos los que estábamos en ese momento. Las risas se escuchaban con mayor fuerza a cada paso que daba, pero también se oían diferentes, como chillidos de ratas, de miles de ellas al sentir que mueren. Abrí la última puerta del pasillo, donde estaría la bodega quizá ahí había un poco de petróleo guardado. Nada, la casa pedía que fuera hasta el sótano si es que quería salvarla.
  Al abrir el enorme cerrojo de una vieja puerta con el mismo grabado del diario de Emiliano, vino a mi mente aquella noche y el exacto momento del desfortunio, a pesar de que no lograba ver mucho, las imágenes vislumbraban aquel lugar de muerte claramente. Sin tropezar con cualquier objeto llegue hasta la reserva de petróleo, me apresuré a verter un poco en la lámpara y la encendí tan pronto como pude, Emiliano siempre guardaba cerillos cerca de la reserva, algunos estaba húmedos y no servían, comenzaba a desesperar y por uno encendió dando lugar a iluminar una buena parte de aquel cuarto, no duró mucho prendida ya que cayó de mis manos al verme sorprendida por lo que presenciaba en ese mismo instante. La lámpara había impactado contra el húmedo piso, dejando una pequeña llama que iluminaba cada vez menos. Todo estaba como aquella noche, acomodado de la misma forma para el infernal ritual, no sabíamos lo que Emiliano había invocado esa noche hasta que revisamos su diario en un descuido. Las paredes estaban manchadas de una sustancia purpurea, de la cual se emanaba una fetidez como la que antes había percibido, estaba al borde de un infarto y las risas de antes comenzaban a vacilar en un tono casi silencioso, la luz iba desapareciendo más rápido, eran segundo los que me quedaban.
  “…discúlpanos Emiliano, queríamos evitar todo esto, deteniéndote en una noche así como luce esta, de luna menguante y de olor a muerte, sabíamos lo que planeabas por tus escritos y no pudimos lograr nuestro cometido, yo fui la única que se salvo aquella noche, el recuerdo de tus dos hermanos y de tu madre aun me persiguen como fantasmas. Cómo pudiste, cómo no pudimos, lo siento Emiliano, quizá nos veamos pronto.
Tuya, Leonor.”
  Ya no hay luz y las risas se convirtieron en temibles chillidos, el piso se mueve y el techo se ve iluminado como con luz de luna, esta tu símbolo y me está jalando sabe Dios a qué lugar, puedo ver cosas impensables en este mundo, paisajes que no nos pertenecen, señales  que no comprendo y unos ojos amarillos que me miran, como lo hacían los tuyos.

martes, 8 de marzo de 2011

Entre la obscuridad...

Mi vuelo había durado cerca de once horas, tenía las piernas entumidas y una sola maleta de viaje con los materiales de trabajo y una muda de ropa, no pensaba pasar más de dos días en un lugar como ese. Las personas iban y venían de la sala de vuelos internacionales, el ruido era poco molesto, normal para un aeropuerto. Yo tenía indicaciones de permanecer dentro de la blanca sala de espera hasta que llegarán por mí, al parecer un hombre de tez morena y de 1.98 cm de estatura me recogería, con esa altura sería fácil de reconocer me dijeron, yo me alcé sobre las puntas de mis zapatos de vestir, intentando divisar a aquel hombre, nada. El reloj marcaba las 5:30 am en mi reloj, serian las 6:30 pm en aquella zona horaria, mi cita se había acordado a las seis, sí, sólo a las seis dicho, creí que lo mejor sería marcar al número que venía marcado en el acuerdo del trabajo para desvanecer cualquier confusión. Con el celular  en una mano y la maleta en la otra camine hacia un pequeño restaurante, tenía hambre y en el avión no habían servido nada de comer, me hube conformado con el vino que servían. Al sentarme de una de las mesas que daban a la ventana del restaurante, para estar al pendiente del gigante que vendría por mí fije la vista en algo que me llamo la atención, no era común ver algo como eso y mucho menos con las personas actuando normalmente, como si estuvieran acostumbradas a convivir con sucesos como aquel. El hambre se me había escapado tras la escena contemplada, la gente pasaba por un lado, indiferentes, distantes de esa realidad. Un hombre de gabardina verde obscura y con sombrero, agazapado en medio de todo el transito vomitaba una sustancia blanca amarillenta, el charco de aquello se extendía y las personas sólo se hacían a un lado para rodearlo. El hombre seguía vertiendo aquella viscosa sustancia por el suelo, mi comida ya estaba servida en la mesa, pero al verla, el vapor que emanaba entro en mi olfato, causando nauseas por combinarse con la escena que veía, el morbo hizo volver hacia el hombre de vestimenta misteriosa, ya no vomitaba y parecía que le costaba incorporarse, no supe de donde fue que consiguió un bastón, pero se ayudaba de este para levantarse. Un escalofrío recorrió mi espalda, aquel hombre era enorme, por lo menos dos metros de altura, me pregunté si aquel sujeto seria quien me recogería, me levante presurosamente y al sentir una gran mano sobre mi hombro el escalofrío se convirtió en un susto mortal. Dr. Devlow, dijo una voz muy grave tras mis espaldas, cerré por un momento los ojos, respire hondo y respondí de forma afirmativa. En definitiva era la persona descrita que vendría por mí, un hombre alto de color. Siento la tardanza, algo que no tenía previsto aconteció y tuve que atenderlo.
  Después de las presentaciones me condujo a un mercedes, un lindo modelo de automóvil, muy elegante. Recorríamos paisajes verdes después de una hora de camino, habíamos dejado atrás a la escandalosa ciudad. Mi mente sólo se mantenía en el extraño que vomitaba en el aeropuerto, ¿por qué nadie le ayudaba? Y yo, por qué tampoco había ido en auxilio, pero lo más extraño era que había desaparecido para cuando deje de atender con mi atención a Rubén, así era como se había presentado el hombre que ahora me conducía por verdes lugares, no dejé de pensar en eso por un buen rato hasta que se rompió el silencio, la grave voz de Rubén preguntaba si en aquella pequeña maleta que traía conmigo contenía todo el material necesario. Me pareció raro que la mirada del conductor no presentara variación en la gesticulación, sin apartar la mirada del camino y al parecer sin mover cualquier musculo de la cara. Otra vez mi respuesta fue afirmativa, quise preguntarle acerca de lo que había ocurrido hace unos instantes, pero algo me tenía muy nervioso, era mejor continuar con el silencio acostumbrado hasta entonces.  
  La lluvia comenzaba a bañar los campos verdes, se escuchaba muy relajante ya que se acompañaba por un ligero murmullo de quizá los ríos que se encontraban cerca del camino avanzando junto con nosotros. La lluvia siempre me quitaba la tensión, pero esta vez no fue así. Entramos en un camino que parecía no tenia retorno salvo por el mismo. Bajaba a lo que parecía un valle, un lóbrego paisaje escondido entre arboles de gran tamaño. En el centro, del desnivel se distinguía una casa con una peculiar construcción, la arquitectura semejaba entre algo clásico y un tanto antiguo.
  Al llegar a la casa, Rubén se precipito a bajar primero, abrir la maletera y sacar de ahí una caja de madera y un paraguas, después me abrió la puerta y pidió que lo acompañara en su paso. Una extraña sensación me recorrió por el cuerpo, quizá me intimidaba la altura de Rubén, quizá era la caja de madera que contenía unos extraños gravados o quizá eran ambas cuestiones. En el pórtico de la casa se podían ver similares gravados, eso llamo mi atención. Rubén me dio un cubre bocas antes de entrar, el se puso uno y me explicó que la persona que solicitaba mi ayuda se encontraba enfermo, que era más que nada por cuestiones de higiene, yo hice caso sin pensarlo. Al entrar todo estaba sumergido en la obscuridad, salvo por los pequeños rayos que se lograban colar en las ventanas tapiadas y, en medio de la sala de estar, en un sillón se encontraba una figura conectada a un aparato que no supe qué era y para qué servía. No pude verla la cara, pero también poseía una voz grave, me invitaba a sentarme, para escuchar la explicación del por qué me encontraba ahí.
  Pasamos una hora conversando, me dijo que le gustaba el trabajo que había realizado unos años atrás en unas ruinas antiguas, yo recordaba aquella expedición, pero de forma desalentadora, en ese entonces trabajaba con un asistente que desapareció dentro de un cuarto escondido dentro de una de las construcciones. También en la conversación me indico cual sería mi habitación y donde podría encontrar todo lo indispensable para las necesidades de un cuerpo humano, al terminar de pensar en eso una sonrisa entre nerviosa y causada por gracia de las palabras se vislumbro en mi rostro. Después vino a mi mente las palabras que había mencionado acerca de mi labor en esas instancias, dijo que varias cabezas de ganado que tenia estaban desapareciendo en una cueva que se encontraba cerca de ese lugar, que Rubén había ido a investigar adentrándose en aquel lugar y que lo que había visto no parecía muy común en una cueva, construcciones dijo, construcciones con formas simétricas y de cortes muy precisos, parecidos a las fotografías tomadas en mi trabajo en las ruinas de las que habíamos recordado antes.
  A la mañana siguiente Rubén me guío hasta la cueva, la luz que entraba no era suficiente, así que con mi lámpara de trabajo me adentre a aquella aventura. En definitiva, aquellas construcciones eran de gran parecido con las ruinas en las que había trabajado antes, de hecho era exactamente iguales, eso causó un terror en mí, quería salir, pero esto podría significar un gran descubrimiento, ambas ruinas se encontraban a miles de kilómetros distantes unas de las otras. Pasé dos horas recorriendo en mis recuerdos y fue ahí cuando terminaba de trazar los caminos seguidos en mis mapas mentales cuando me encontré frente a la entrada de aquel cuatro escondido dentro de una de las construcciones, donde había desaparecido mi asistente, no tuve más remedio que entrar, la luz era menos en aquel lugar y no porque mi lámpara de trabajo estuviera fallando, algo en ese lugar parecía absorber la luz, comencé a sentir frio y un escalofrío que me avisaba que me encontraba frente a un gran peligro. Entre el miedo y la excitación por un lugar así encendí una bengala especial para alumbrar el lugar, con ese increíble invento podría ver el cuarto por completa claridad por al menos unos minutos.
  No necesite más de un minuto para explorar aquel lugar, lo que había visto ahí dentro no tenía forma de ser explicado, ni siquiera estoy seguro de que existan palabras adecuadas para semejante suceso. Algo estaba ahí, oculto tras un sedimento con grabados extraños que daban la impresión de un altar, un liquido blanco amarillento se extendía por el piso, estaba llegando hasta mis pies, casi pude sentir su viscosidad y lo que estaba ahí, tras el sedimento era enorme, una masa obscura con tintes purpuras y grises de por lo menos tres metros extendido, con globos oculares por todas partes y al dar un paso para atrás, el ruido de cómo quien pisa un charco de agua hizo que aquellos ojos me vieran fijamente, ya no había silencio en el lugar, se escuchaba un sonido como el murmullo del rio que percibíamos ayer durante el camino. No había nada que hacer ahí, salí corriendo buscando a Rubén, él ya no estaba y no me sentía seguro de recordar el camino de regreso a la casa. Pasé diez minutos desconcertando corriendo por todas partes hasta que di con el lugar, entre sin más, olvidando ponerme el cubre bocas que con tanta importancia me había explicado Rubén. Fue ahí cuando vi algo aún más perturbador. Dentro de aquella tiniebla, en la muy obscura sala de estar se encontraban dos figuras, una era de un hombre de por lo menos dos metros de altura a la que pensé que era Rubén, estaba parada con extraños instrumentos que jamás antes había visto en las manos, tenía una especie de pinzas en una y en la otra, algo en forma de una llave de cruz, ambas herramientas se incrustaban en la segunda figura que se encontraba sentada en el sillón, una figura amorfa que parecía emanar sonidos seseantes de gran fuerza, muy graves. Intente acercarme hasta ellos cuando mis zapatos de vestir sintieron la viscosidad de algo que escurría del sillón a por todo el piso, eso pronuncio otro ruido y las figuras repararon en mi presencia, la de las herramientas se acercó hasta mí, era Rubén, no tenía cubre bocas y lo que me dijo, lo hizo con la boca cerrada, sin movimiento. No atine en saber con claridad lo que pronunciaba, pero su tono grave se notaba amenazador así que salí corriendo de la casa tratando de ocultarme entre los grandes árboles.
  Estaba aterrado y más, Rubén o lo que fuera seguía gritando algo que no podía entender desde el pórtico de la casa. No sabía qué hacer, el mercedes estaba a cierta distancia de la casa, espere a que Rubén entrara de nuevo y entre en el auto, por suerte las llaves estaban guardadas en la guantera, encendí el auto y no mire hacia atrás hasta llegar a la ciudad donde avise a las policía. No podía mencionar lo que realmente había ocurrido, me habrían tomado por un loco, así que con otros argumentos hice que me siguieran hasta la casa apartada en el desnivel del lugar y al entrar a la casa, en la sala ya no había nada ni nadie, dirigí después a la policía hasta la cueva donde se encontraban las ruinas y todo el lugar también había desaparecido. Los agentes irónicamente creyeron que estaba loco y se marcharon sin antes darme un aviso de que no podía estar jugando con la policía.
  Ahora, de regreso en el avión pienso si de verdad ocurrió todo aquello, quizá todo estaba ahí y, como lo sucedido con el extraño hombre en el aeropuerto, nadie, incluso yo, se daba cuenta de lo que pasaba.