Después de tan sólo cinco minutos de una muy “interesante“ lectura te levantas de la cama, dices que tienes que ir al baño no sé a qué. Aprovecho ese tiempo, busco debajo del colchón, quitando y haciendo a un lado las revistas y películas pornográficas que un compañero del trabajo me ha regalado, no encuentro nada y mi mujer, o al menos la persona que duerme a mi lado está por regresar, no me arriesgo y me acomodo en la misma posición en la que estaba cuando ella se fue. Debo decir que aún tengo vergüenza por hacer este tipo de cosas, miedo a la exposición de mi perversión, miedo a que me descubran “in frganti”. Qué haces? Pregunta arrogantemente, como cuando sueltan al aire una acusación sin fundamentos esperando que uno, tontamente, suelte algún crimen realizado. Nada, respondo con el mismo tono y ella se percata. Todavía no regresaría a la cama, quizá percibió lo que hacía y sólo se ha asomado a la puerta para confirmar su sentir. Al cerrar la puerta busco de nuevo entre mis cosas, esta vez hago y deshago, cambio de lugar mi arma, un estuche de cuero negro cubierto por fina seda que guarda mi jeringa personal, una cajetilla de cigarros y una bolsa de plástico con por lo menos cincuenta mil dólares en cada fajo, hay diez de ellos. Por fin encuentro lo que buscaba y aún en tiempo de que mi mujer salga y se percate. Un sobre de color amarillento guarda documentos de sumo valor sentimental, les echo un vistazo y me alivio por lo que leo en ellos; “certificado de defunción”, uno, dos, tres como estos siguen adentro, guardando mi historia, protegiendo mi estilo de vida. Sonrió y pensó pienso que pronto serán cuatro, tomo el arma que antes había colocado en la mesa que está del lado de la cama y espero, ya quiero ver la cara cuando salga y se entere de todo en un segundo, o el caso, en un disparo. No entiendo por qué tarda tanto, siempre hace lo mismo, apunto a la puerta, a la altura de la cabeza y se escucha la manija que forcejea para abrir. Un relámpago suena, la sangre corre y mancha por todo alrededor del cuerpo, mi mujer, con los ojos desorbitados cae de rodillas y respira agitadamente, comienza a reír. Su aspecto se ve un poco más grotesco que el mío, la previa excitación muestra su cabello alborotado y su cuello deja ver un collar de perlas que antes de entrar no tenia, su sexo descubierto revela un viscoso liquido blanquecino que resbala por sus piernas, en el brazo izquierdo un hule que aprieta, que hace resaltar sus venas y más con la fuerza con la que sostiene un sobre de color amarillo en su mano, un poco de humo sale detrás de ella, también blanco que huele a pólvora y tabaco sin filtro. Sonreímos los dos, ella más pálida que de costumbre y yo más rojo de lo que pensaba.
No habrá más remedio que usar la imaginación para recrear las sombras a partir de unos cuantos ases de luz...

lunes, 6 de diciembre de 2010
domingo, 5 de diciembre de 2010
Esta noche no escribiré...
Parece que el cansancio y un dolor de pecho ha vencido sobre mis palabras, sin mucho que decir no dejo disculpas, sino una patética excusa que me libera de la publicación de hoy, quizá la de mañana y la de toda la semana, estoy riendo, porque ni yo me la creo, tomo mi ordenador y me pongo a pensar durante una media hora algo bueno que escribir. El facebook me distrae un momento y el messenger sólo un poco más, discursos y ponencias diferentes sobre el día de navidad se discuten en una ventana de conversación, en otras pláticas un tanto triviales que no pierden la amenidad de la costumbre “Hola, que tal. No sólo aquí un rato. Tú cómo estás?.” No hay más que eso, siempre me dejan pensando el por qué de iniciar algo que no piensan o tienen el descuido de no terminar. En fin. Ya de vuelta a lo que me corresponde, inicio mi escrito con lo que parece la excusa de que esta noche no escribiré.
sábado, 4 de diciembre de 2010
Sin saber...
El tiempo corre, ella no sabe qué hacer y él haciendo hasta lo imposible, se le ha acabado el tiempo. Desesperados buscan, sin saber que el uno al otro se complementan y aumentan el problema, pero que ahora es más sencillo de tratar.
viernes, 3 de diciembre de 2010
Arrepentido...
Arrepentido.
Cuando tus húmedos labios rozaron mi cuello y yo me negué a continuar con lo que creí una farsa. Imaginando, que aquella delirante voz tan cerca de mi oído y tan llena de fingida sensualidad flaqueaba mi raciocinio, trabando mis palabras, derrumbando mis murallas, rompiendo mis fronteras.
Arrepentido cuando la calidez de tu cuerpo se posó sobre el mío y yo cerré los ojos, como un cobarde que no quiere ver su propia debilidad, traicionando a su propia carne, a su propio juicio. Analizando después de lo ocurrido, que el principio que defendía era del tamaño de mi inocencia, tan pequeño que desaparecía en un momento y en otro al escuchar las palabras de tu boca: “estás seguro?”. Claro que no lo estaba, pero mi obstinación por defenderme fue venciendo, sin notar que quizá fui yo quien hubo perdido. Derrotado con la victoria en las manos, poéticamente hablando y victorioso con las manos vacías, tan vacías de ti, y tan literalmente pensando.
Me excuso con probables sofismas que ni yo estoy dispuesto a defender hasta el final, fiándome del momento, arrepintiéndome por la eternidad. Y aún en el infierno, donde tú me condenas, rodeándome de mil gozos inimaginables sufro, y no por la idea de estar donde merezco, sino por el significado que pudiere darle a tus palabras y que posiblemente tú ni siquiera te has percatado. El infierno? Me pregunto, lugar donde me abandonas muy lejos de ti. Y que, ni por equivocación de aquel hombre de barba y túnica blanca vendrías a visitarme. Sabes dónde estoy y sabes donde estaré, por qué me apartas de ti.
Desespero y por ende espero, no por convicción o virtud, no porque sea lo correcto o lo menester, sino porque es lo único que me queda. Soñando, con quizá la primera y última vez que tomas mis actos y los usas conmigo y contra mí. Pensando, que quizá deba disculparme de mi y ceder porque quiero a ti. Arrepentido, de que me importes mucho y azarosamente yo a ti, de que abandones cuando vas ganando y de que yo me someta al fracaso, agarrándome al ideal de ti. Arrepentido de arrepentirme. Arrepentido, arrepentido, arrepentido.
jueves, 2 de diciembre de 2010
Inventario de cosas olvidadas...
Inventario de cosas olvidadas:
1.-
2.-
3.-
4.-
5.-
6.-
7.-
8.-
9.-
10.-
11.-
12.-
13.-
14.-
15.-
16.-
17.-
…
Me sentí un poco triste al tratar de llenar los espacios, obviamente había olvidado tales cosas, entonces como podría enlistarlas, sólo recordándolas, pero eso implicaría que ya no fueran olvidadas, vaya dilema en el que me había metido.
A media noche, mi pesadez me hizo levantarme de la cama, ir al escritorio donde aquella lista me esperaba con una pequeña lámpara que la alumbraba en el oscuridad y un lápiz con el que pensaba anotar, sin caer en una contradicción cosa alguna. Pasaron dos horas más y la lista seguía vacía, hubo silencio poco tranquilo. Pasaron cinco horas más y mi desesperación se hacía notar en mi aspecto, estaba a punto de darme por vencido cuando en un instante, un momento de iluminación vino a mí, ya había terminado la lista, podía seguir hasta el infinito poniendo números y aún así estaría completa, al ser cosas olvidadas, no las podía poner y por ende ya habría acabado desde el principio. Me costó trabajo entenderlo, siete horas para ser preciso, pero ahora ya podría dormir tranquilo.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
A lo lejos se escuchaba el tranquilo inicio del invierno, mi pieza favorita del año...
Como sombras en las cuatro paredes acuden ellos, cuando los llamo. La locura no fue producto de una noche para otra y la sangre, menos. A lo lejos se escuchaba el tranquilo inicio del invierno, mi pieza favorita del año. Y son ellos, quienes observan desde dentro, los que aguardan el momento justo para salir de su escondite con mascaras blancas, como arlequines, como figuras de porcelana sin vida que desean bailar. Uno me toma por la cintura y coge mi mano, damos vueltas por la sombría habitación, clama mi nombre sin conocerlo y yo me abrazo fuertemente contra su pecho, lo que causa que vayamos más lento, como a mí me agrada. A la par del movimiento el cuarto comienza a inundarse, a llenarse de tinta roja que me hace resbalar a cada paso que doy, pero él sigue como si nada, bailando. La tregua se da un instante cuando lo suelto, parece sorprenderse, pero me sujeta de nuevo y con mayor fuerza, logro zafarme y lo abofeteo enérgicamente. Al borde del llanto le explico que no puedo bailar más, que el piso no me lo permite, no hace caso y la tregua cede ante su fuerza, giramos aun más rápido por todos lados, mi cuerpo se ve azotado contra las paredes del pensamiento, en las calmas de la pieza de invierno. Todo es descontrol, ellos ríen y yo con ellos, siento que la viscosidad del piso me ahoga, me llega hasta el cuello y ya no quiero bailar. Ya no hay tiempo y él me sigue agitando levantada ya del suelo, la tinta nos ha cubierto y como en el espacio o en una alberca nuestros pies flotan ensoñados, dirigiéndose al infinito y muy probablemente al trágico final. Los que observaban el espectáculo se aproximaban para arrebatarme de los brazos de uno y de otro, todos querían bailar y cada vez más rápido. Desfallecía, mi roja visión se opacaba a cada momento y un dolor punzante recorría como una intravenosa por todo mi cuerpo, abandonándome de esté.
Después de unas horas desperté mareada en la cama de la habitacion del hospital psiquiátrico, cubierta de sangre y amarrada como de costumbre. El inicio del invierno de nuevo se comenzaba a escuchar a lo lejos, ellos observaban desde dentro, querían bailar.
martes, 30 de noviembre de 2010
Mientras duermes...
Mientras duermes, notas que todo lo que ves es tan lúcido como la realidad. Palpas con tus manos las cosas cercanas y las que no, te quitas los zapatos de los pies para cerciorarte de lo húmedo y refrescante que es el pasto bajo estos. Caminas un poco y te das cuenta que el oleaje del mar llega hasta donde estas, arrastrándote, hundiendo tus pies sobre la arena. Andas un poco mas liberándote de la arena y en el primer paso tu zapato de color café, un tanto formal entra a un vestíbulo donde habrá una fiesta, ves gente conocida y en ese momento despiertas sobre un colchón inflable.
El sudor frio recorre tu tenso cuello, volteas por todas partes intentando localizar un paisaje más conocido y no lo logras, sino hasta después de un rato que te lavas la cara y observas tu reflejo en un espejo sucio, recuerdas que probablemente te has quedado a dormir con una de tus amigas. Vuelves al colchón donde estabas antes y con una cobija vieja te cubres el rostro, tratando de no pensar más y dedicarte a descansar lo que queda de la noche, porque parece que aún lo es. Escuchas un ruido extraño, alguien se queja en la única habitación que tiene la puerta cerrada. Temeroso te vas incorporando despacio, como para no despertar a nadie, piensas que eres tonto porque por el tono del quejido no habría a nadie a quien despertar y te dices a ti mismo que sólo es algo de miedo. Decidido tomas delicadamente la manija de la puerta y la giras suavemente, echas una pequeña mirada y en la habitación encuentras algo que te deja pálido, tu cuerpo dormido sobre tu cama dentro de la habitación decorada como lo decidiste hace dos años en el departamento que compraste hace ya tiempo atrás, todo ha pasado mientras duermes.
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